miércoles, 29 de junio de 2011

No le aporté nada





Que le digan a uno las verdades del barquero no suele ser plato de buen gusto y ese amargo postre me lo he tenido que tragar hoy. El problema fue que, después, no encontraba la forma de regurgitarlo y los ardores de estómago me iban y me venían a la velocidad de la luz. Se me ha quedado el cuerpo resentido.
La desconocida clienta , en un admirable alarde de valentía, ha declarado que mi participación en el curso de liderazgo de la semana pasada no le aportó nada. El curso en cuestión ha recibido, en la encuesta de satisfacción, una calificación por parte de los asistentes de un nueve sobre diez, y lo había preparado yo en su totalidad, pero mi participación, en directo, es la que ha fastidiado a la buena señora.
"El curso genial, pero ese pelmazo no me aporta nada", declaró sin despeinarse.
Sigo rumiando, adentro y afuera, como un toro embolado, las razones que han llevado a esa anónima clienta, a opinar así sobre mí, y eso me ha hecho recapacitar en la cantidad de gente que pensará lo mismo que ella y no tendrá la valentía de decirlo.
Preparé ese curso como si me fuera el futuro en ello y así me hallo.
Últimamente, no sé por qué designio divino, o por qué regla de tres, las cosas no me salen como yo pretendo, sino que se revuelven como dardos contra mi conciencia, lo que me obliga constantemente a cuestionarme mis métodos, mis estrategias y mis planteamientos de trabajo.
No pretendo, en este escrito, hacer un alegato en mi defensa y atacar a la clienta, Dios me libre. Lo que saco en positivo de toda esta anécdota es el gran valor que tiene aceptar las críticas, ya estén estas más o menos fundamentadas. El mero hecho de que nos sirvan de reflexión y nos obliguen a la autocrítica , me parece algo muy valioso.
Yo no le aporté nada a ella. Sin embargo, ella, inconscientemente, me aportó mucho a mí.

domingo, 26 de junio de 2011

Mi gran boda griega
















No me he casado con una griega. No soy como Pancho Villa que se iba casando y descasando cada vez que conquistaba una nueva ciudad. Lo que ocurre es que, en este viaje a Grecia, me he encontrado, a parte de mucha crisis, mucho Porsche y Lamborghini aparcado cerca de los beach clubs y eso me ha descolocado. En las playas helenas hay un ambientazo increíble, una chicas de escándalo y unos chicos de gimnasio que cortan la respiración. Acomplejado, sólo me ha quedado el recurso gratuíto de mirar, y la mártir de mi esposa, afortunadamente, me ha dejado como cosa perdida.

Grecia es al Mar Egeo, lo que España al Mediterráneo, sin ellos no existiríamos, y como son dos mares hermanos, griegos y españoles también lo somos, aunque tengamos poca conciencia de ello.

Hemos disfrutado mucho estos días buscando similitudes, en la cultura, la comida, el lenguaje y al final, para romper el encanto, la similitud en lo que nos esta cayendo encima en esta puta crisis de los cojones, que nos lleva a todos a mal traer.

Tanto en Grecia como en España, los ricos son más ricos, y el pato "a la naranja", lo están pagando los de siempre, los que no tienen ni para poner gasolina para ir a buscar trabajo.

Nuestros dos países disfrutan como nadie de los boquerones, ya sean fritos o en vinagre. Los zarajos de Cuenca, no son de Cuenca, sino un invento griego milenario. Democracia, catálogo, ginecólogo, dinámico, esóterico, hexágono, hemiciclo o patético son tan sólo unos ejemplos de esas raíces que compartimos a diario y que no le damos el gran valor que tienen.

En esa búsqueda inconsciente de similitudes, nos tropezamos con una guerra civil similar: entre bandos de izquierdas y derechas. Con la llegada a la democracia nos encontramos con un dominio socialista. Mientras tomamos el café nos acordamos de la reina Sofía, que es griega, y brindamos a su salud, para que no se quede nunca sin laca y sin su palacio. Bastante ya tenemos con que, cada semana, a cientos de familias, los bancos les arrebaten sus casas, para que ahora dejemos a la monarquía en la calle. Eso no lo podríamos tolerar. Que la plebe termine bajo el puente, que pase, pero a nuestros reyes...¡Eso sí que no!

Y en esas estábamos, de aquí para allá, turisteando, dándole al zancajo, cuando, en un lugar impronunciable en griego, pero que traducido al castellano sería algo así como Puerto Sastre, hemos visto esta preciosa "gran boda griega". Esa pequeña capilla de la fotografía tiene más lista de espera para casarse que la Basílica de la Virgen del Pilar, y es que, las crisis, por profundas que sean, no nos quitan a las personas, griegos o españoles, las ganas de casarnos, de ir a los chiringitos de playa en Lamborghini o de jugar blackgammon debajo de la sombrilla.

De seguir esto así, veremos a ver dónde acabamos todos.

martes, 21 de junio de 2011

El día que fui mujer





Ser mujer es un trabajazo. Nada más que para arreglarse ya necesitan el doble de tiempo que los hombres y eso también me ocurrió a mí. La cosa viene por un concurso de disfraces al que no le dediqué el tiempo suficiente para buscarme el disfraz ganador y tuve que conformarme con los trapillos desfasados de mi mujer. Eso resultó un suplicio, ya que no me podía embutir en ninguno, debido a mi generosa anatomía. Una vez conseguido el reto de meterme en aquel diminuto vestido, vino la parte de los zapatos: no hubo manera. Mis pies eran bastante más grandes que los suyos, de tal forma que, tenía dos opciones: o ir descalza o ponerme unos tenis y eso hice. Elegir los complementos también me llevó su tiempo. Conseguí una peluca y un sombrero prestados por mi cuñado (el cabronazo llevaba en su maleta varios disfraces...). Con las prisas se me olvidó maquillarme, pero, al mirarme al espejo, lo vi con claridad: mi disfraz de Lady Gaga me había quedado impecable. Cuando bajé a la discoteca de aquel hotel y todas las miradas se clavaron en mí, pensé "orgullosa" que había acertado plenamente con mi atuendo, pero cuando comenzarón a reírse y preguntarme de qué iba disfrazada, pense que, a Lady Gaga, entre aquellos ropajes, sólo la veía yo. Una chica disfrazada de Caperucita Roja porno me dijo que había adivinado de qué iba disfrazada: ¡de la abuela de Hanna Montana! exclamó. Eso mé arruinó.
Lo peor de todo vino después. Todos los hombres comenzaron a meterme mano. Algunos con mucho descaro. Me sentí agobiada. Me perseguían por todo el hotel. Intuí que, pese a parecer la abuela de Hanna Montana, me deseaban más a mí que a la Caperucita Porno, las hermanas vestidas de geishas o las lascivas romanas de Toledo.
Algunos me invitaban a tomar champán en su habitación, no sé con qué fines. Me sentí acosada, por lo que decidí pedirle una sábana a la curia romana de Toledo y convertirme ipso facto en un noble romano, para relajar las enormes tensiones sexuales que había generado entre los machos alfa de aquel concurso.
Para finalizar diré que me sentí ultrajada cuando el jurado me concedió el premio al "Disfraz más cutre". Creo que hubo alguna conspiración en mi contra o no entendieron mi alarde de creatividad.
Tan solo fui mujer tres horas y media, y la verdad sea dicha, ¡acabé hasta el moño!
Ahora las entiendo más.

sábado, 18 de junio de 2011

Curso de Liderazgo









Las crisis son tiempos de líderes. Todos esperamos mucho de ellos. Si el líder dice a la izquierda, todos vamos a la izquierda. Si, por el contrario, dice a la derecha todos giramos en esa dirección. Lo peor para todo líder y, a la vez, lo que más sufren sus acólitos es la inacción del líder, ya que, esa inacción, en momentos díficiles, hace cuestionarse a sus seguidores si ese líder es lo suficientemente valioso como para contarnos entre sus filas.
Los grandes logros de la Humanidad se han conseguido por grandes líderes. Pero los grandes líderes no eran, ni son, de piedra, sino de carne y hueso como nosotros y, por ello, también sufrieron momentos de dudas e inseguridad. La diferencia entre un buen líder y otro que no lo es, radica, precisamente ahí: en la capacidad de, en tiempos convulsos e inestables, tener la capacidad de tomar decisiones, flexibilizar posturas y cambiar dogmas y principios.
Los tiempos de crisis acarrean inevitablemente cambios, y esa necesidad de cambio se lleva, frecuentemente por delante, a todos los líderes que no son capaces de aceptarlos.
La rigidez y el inmóvilismo o esa inacción que comentaba antes, es sinónimo de inseguiridad, y la inseguiridad, en un líder, deja en tela de juicio su capacidad de liderazgo.
Hoy, mucha gente sigue anclada en el mar de las dudas, defendiendo dogmas y estrategias de otros tiempos. Hay gente atrincherada en sus recuerdos, rezando a todo el santoral, para que otros líderes nos saquen, más bien pronto que tarde, de la crisis. Hay gente que sigue creyendo que aceptar cambios supone algo así como reconocer su debílidad o su derrota, y nada más lejos de la realidad.
Liderar cambios es algo fascinante, ya que, esos cambios representan la oportunidad de volver a construir un nuevo mundo lleno de ilusiones y expectativas. Y lo que es más bonito aún, lo podríamos crear todo a nuestro antojo si fuéramos capaces de soltar el ancla que nos amarra a nuestro pasado y a nuestros miedos.
Como dijo en una ocasión el maravilloso Groucho Marx: Estos son mis principios, pero si no les gustan: ¡tengo otros!
Ya va siendo hora de que los líderes cambien las cosas.

miércoles, 15 de junio de 2011

Cracovia y su arte callejero



















No descubro nada si digo que la ciudad de Cracovia es una ciudad monumental, quizás la más monumental de toda Polonia. En ella, encontraremos más iglesias, curas y monjas que perros descalzos. Sus habitantes veneran el recuerdo del papa Juan Pablo II, de la que fue su arzobispo, tanto como los fans de Elvis Presley veneran a su difunto ídolo. Visitar su castillo real y su catedral, junto con un paseíto en barca por el Vístula es tarea obligada para cualquier turista que se precie, sin olvidarnos de comprar alguna joyita de ámbar para dejar contenta a la suegra, que, pienso yo, que las suegras, serán las únicas mujeres que, hoy en día, estarán dispuestas a lucir joyas de tan fosilizado material.
Pero a lo que yo iba, no era a vanagloriar su arte medieval, ni sus basílicas, ni tampoco a sus viejos edificios comunistas que lucen en sus fachadas la hoz y el martillo. Lo que a mí me ha gustado, por mis rarezas, son las representaciones callejeras de arte, llámense pintadas, graffitis o pegatinas sobre señales de tráfico o cualquier otro mobiliario urbano. Esas expresiones artísticas me fascinan. Las busco como el que busca un tesoro y cuando las encuentro, las fotografío y me siento feliz, sabiendo que, de ese modo, ya quedan inmortalizadas para la posteridad. No me digan que esta del delfín consumista empujando el carrito de la compra, no tiene su gracia. Me encanta que la expresión plástica se desparrame por la ciudad y que no se quede tan sólo encerrada en las cárceles-museo. Lo bonito del arte callejero es que fluye libre, convirtiéndose, de ese modo, en un acto reflejo de una libertad de expresión, en otra época, tan reprimida.
Por cierto, Cracovia muy bien ¡eh!, no vayan a pensar mal.

lunes, 13 de junio de 2011

Cuando me enamoro









El amor es algo maravilloso y enamorarse lo es aún más. Para que no haya malos entendidos, aclararé que no me he enamorado de ninguna otra mujer que no sea mi esposa. Lo que ocurre es que cada vez se repite más una reacción en mí: me enamoro de cada nueva ciudad que visito. Soy, por tanto, un turista facilón. Con poca cosa me conformo y con mucho también. Desde la más moderna hasta la más humilde. Por exceso o por defecto. Sólo les exijo autenticidad.
Cuando surge en mí el flechazo con una nueva urbe, espontáneamente fluye también, al unísono, una especie de musiquilla en mi mente. Una banda sonora que la acompañará, edulcorando así, mi turística experiencia.

En muchas ocasiones, la banda sonora la aportan los músicos callejeros, que, con más o menos precisión, interpretan temas conocidos por todos los públicos, consiguiendo, de ese modo, empatizar con los turistas y rascar alguna monedita con la que ganarse el sustento.

En Cracovia, han fluido hoy demasiadas bandas sonoras, lo que me ha provocado, si cabe, un mayor grado de enamoramiento que la semana pasada en Estrasburgo. Pero el enamoramiento por Estrasburgo aún perdura, al igual que me ocurrió con Praga, París, Atenas, Oporto o cientos de ciudades más. Lo que he observado es que cada ciudad tiene su propia música y su propio ritmo y, la diferencia de unas a otras, como decía Antoine de Saint-Exupéry (sobre lo esencial) en su libro "El Principito": "es invisible a los ojos", por eso: a unos nos atrapan unas más que otras. En la que unos vemos y oímos gloria, otros no ven ni oyen nada. El todo y la nada, por tanto, no está frente a nosotros, sino dentro de nosotros. Estar en el sitio más maravilloso del mundo, tener las mayores riquezas, o tener la mejor esposa del mundo puede que no sirva de nada a quien no mira ni siente con el corazón.

Cuando me enamoro es también una preciosa canción cantada, a dúo, por Enrique Iglesias y mi admirado Juan Luis Guerra. En Cracovia, mirando con los ojos del corazón, irremediablemente me he vuelto a enamorar. No lo he podido evitar.

sábado, 11 de junio de 2011

Ausencias





Ir y venir tiene eso: que no estás. Quizás queda atrás tu recuerdo, quizás se nos extraña, más o menos, y así, de ese modo, va pasando, incansablemente el tiempo. En ese trasiego vamos dejando tras nosotros mucha ropa sucia para lavar y planchar, cosas pendientes de hacer, besos que dejamos de dar, tartas que dejamos de soplar, compañías, sonrisas y presencias que dejamos de brindar y que no sabemos, en el futuro, cómo ni cuándo, nos pasarán la factura. Pero los que somos, por decisión propia o impuesta por las situaciones: padres ausentes, maridos ausentes, amigos ausentes, hijos ausentes, también sufrimos las ausencias sintiéndonos solos incluso cuando estamos rodeados de multitudes, que sonríen, que disfrutan, que sueñan, que vibran o que lloran. Ese ir y venir nos transforma en continuos espectadores de un teatro de realidades que, a cada momento, se representa, gratis y fidedignamente, ante nosotros.

Observar se nos convierte en algo así como un modo de vida, un modus operandi que adquirimos, sin saber por qué, y que termina por abducirnos y someternos en una especie de empatía incontrolable.
Convertidos en espectadores a perpetuidad, surcamos los cielos y los mares, vamos de estación en estación, de hotel mejor a hotel peor, arrastrando nuestra ausencia, cuando los demás ven en nosotros la presencia. Vivimos una misteriosa dualidad entre estar presente para algunos y estar ausente para otros.
Y ese desconcierto, o termina por desubicarnos y vencernos, o nos engrandece de tal modo que, cada país nos parece maravilloso, cada situación y cada inconveniente nos hace más fuertes, y nuestra realidad, ausente o presente, nos hace sentirnos unos seres muy afortunados.
No es lo mismo ser que estar. ¿O quizás sí?
Dejo así esta reflexión. Me tengo que ir. Ya me esperan en Lublin.

miércoles, 8 de junio de 2011

Ryanair y el placer de volar










Tengo que reconocer que el hecho de elegir volar a Baden Baden en Ryanair, a parte de para ahorrarme una lana, escondía mi verdadera intención, que no era otra que encontrarme con las eróticas azafatas de su calendario anual.
Pero, no sé si me equivoqué de vuelo, o si ese día me levanté con el pie izquierdo, pero las azafatas de aquel puto avión no se parecían en nada a las del calendario. De hecho, de salir ellas fotografiadas en un calendario, se pondría punto y final a este hortera método de marketing y hasta la Iglesia pondría en tela de juicio la idoneidad de seguir editando el tradicional Almanaque Zaragozano.
Al poco de acomodarnos, comenzaron a intentar vendernos de todo, desde tabaco, perfumes, bocadillos, refrescos, loterías, etc, etc. Entre todo ese trasiego, mi becario agarró un rico sueño que le llevó a arrimar el morro al asiento de adelante y se quedo frito, del tirón, en esa postura tan acrobática que se puede apreciar en la fotografía. (No piensen mal: no se está chupando el dedo)
Lo bueno de mi fiel Maxime es que no ronca. Tiene muy buen karma este chaval, que a parte de estudiar Dirección de empresa, habla francés, inglés, alemán y español, y en esos cuatro idiomas puede cantar, melodiosamente, la famosa canción de "La hija del Beduino".
Para que luego hablen mal de la juventud...


sábado, 4 de junio de 2011

La isla de La Palma











La vida tiene esas cosas: hoy te mueres tú, mañana me toca la lotería a mí... Es impredecible. Tan impredecible como que, tonto de mí, ya pensaba que ningún lugar del mundo me podría sorprender. Tanto viajar por ese planeta azul tan maravilloso, pensaba que me habría afectado a mi capacidad de sorprenderme, pero la isla de La Palma me ha demostrado que no, que aún me queda mucho por ver y muchas sorpresas que llevarme...

Enumerar aquí sus grandezas paisajísticas, ecológicas y gastronómicas sería volver a repetir lo que en infinidad de libros, web y blogs ustedes pueden encontrar. Lo que yo me traigo, aparte de tierra volcánica para mi hermoso drago canario (que me costó una pasta) y tres plantas crasas, que abundan por doquier, para plantarlas a su alrededor y que no se sienta tan desarraigado, es una recarga de emociones para mi descargada batería personal.

Sensaciones, quizás amplificadas por haber disfrutado de estas minivacaciones en temporada baja, sin tumultos, ni guiris mutando a gamba roja, ni cientos de niños fastidiando con la pelota, ni macarras de playa, ni toda esa fauna que surge de debajo de las piedras cada verano y que luego migran y desaparecen para regocijo de los lugareños.

Yo soy de personas. En los viajes las busco más que a los edificios emblemáticos o el paisaje de la postal de dos a un euro.

En este viaje quiero destacar a dos personas. Esas dos personas, a parte de formar una pareja, son todo el equipo de un restaurante que, sin pretenderlo, se encuentra entre los más pequeños del mundo, aunque sin obsesión alguna por figurar en el récord Guiness. Me estoy refiriendo al Restaurante Enriclai, cuya lema lo dice todo: "Le servimos con amor".

¡Joder, era verdad, no era sólo marketing! Te sirven con amor, te reciben con amor, te cocinan con amor, te sientes mimado y afortunado de haberte dejado setenta euros, porque bajas las escaleras levitando.

En verdad, como todo el mundo sabe, la isla es maravillosa, pero el Restaurante Enriclai se llevó "La Palma".

No se lo pierdan.