martes, 29 de noviembre de 2011

La venda de los ojos


La diosa de la justicia lleva una venda en los ojos, aunque no es la única. Las personas tenemos el defecto de no querer ver las cosas. Esa ceguera parcial nos relativiza todo aquello que queremos asumir, y nos hace rechazar todo aquello que pensamos que no nos conviene. Nuestro cerebro interpreta la partitura de la vida bajo un prisma mediatizado por la comodidad. Constantemente nos hace huir del esfuerzo lo que viene a reflejarse en hechos tan simples como que algunas personas sólo corren cuando temen quemarse en un incendio o les persigue un doberman. 
La venda en los ojos nos impide dejar de fumar, nos impide dejar el alcohol o hacer deporte, nos impide estudiar, nos impide limpiar,  nos impide hacer tantas cosas que, al final, vamos limitando nuestra vida. Esta se va haciendo pequeña, mínima, apenas si disfrutamos con nada y nuestra existencia acaba por no tener sentido.
La vida sería maravillosa si fuésemos capaces de quitarnos la venda de los ojos, abrirnos al mundo: a los demás, a la naturaleza, a la creatividad y asumir nuestro rol de seres normales y sociales.

Todos somos seres humanos, no hay nadie por encima de nadie. Todo el mundo tiene que aprender y que enseñar algo a los demás. El valor más olvidado y en desuso es la humildad, que la sociedad, equivocadamente, a sustituido por la apariencia y el culto al ego. La victoria del YO sobre el NOSOTROS esta provocando una sociedad individualista y débil, en lugar de construir -entre todos- una sociedad unida y solidaria.
La crisis actual es un ejemplo de deriva moral. Una crisis provocada por una gran ausencia de valores y auspiciada, a la par, por la ostentación y la apariencia.
La difícil situación que vivimos presenta dos caras bien diferenciadas: por un lado, los que están conservando su estatus y se aferran a esa venda en los ojos, y por otro lado, a los que han perdido sus trabajos y están sufriendo un fuerte revés emocional y económico.
Esas dos caras de la moneda son dos visiones de una misma sociedad, una sociedad, que queramos o no, esta abocada a cambiar por estar cimentada sobre un modelo insostenible. Lo que prima es la obtención de recursos de manera individual, sea cual sea el método, con el convencimiento de que los recursos son ilimitados; frente a una necesaria regulación de los recursos por parte de los estados y las instituciones que, democráticamente, hayamos elegido.
Las sociedades nunca se han regulado solas. La naturaleza, sí. El neo-liberalismo ha fracasado por que abogaba por una regulación natural de los mercados, comparando al mercado como un gran ecosistema, cuando lo que debería de haber tenido como referencia era los modelos de convivencia humana que hemos tenido a lo largo de nuestra dilatada historia.
Esa cambio social que se vislumbra como necesario y urgente -para todos aquellos que no llevan una venda en los ojos- debería basarse en el convencimiento de que los recursos son limitados, de que el planeta es un ser vivo y tenemos que cuidarlo. Un modelo social donde la igualdad de las personas sea una realidad y no una simple declaración de intenciones. Donde haya unos límites adecuados y lógicos para acceder a los recursos financieros. Donde la cultura y la educación sean la base sólida de la sociedad. Donde en las empresas privadas prime la organización y la productividad con criterios sociales y morales, frente a métodos consistentes en la especulación y el abuso.
Cuanto más nos alejemos del camino adecuado, más trabajo nos costará el  retorno.
La sociedad anda buscando ese cambio de dirección, ese golpe de timón que nos lleve al Mar de la Calma, un viaje necesario y urgente, donde lo verdaderamente imprescindible será que seamos capaces de quitarnos la venda de los ojos y busquemos un modelo más humanizado de sociedad.
La situación requiere, al menos, una reflexión. Los grandes cambios sociales se fundamentan en millones de cambios individuales. Solamente tenemos que animarnos a dar un primer paso y este sería, bajo mi punto de vista, comenzar a ver la vida con menos rigidez y tratar, desde la empatía, de flexibilizar nuestros planteamientos.
Siempre me he postulado, frente a los que lo ven todo blanco o negro, como un defensor a ultranza de los grises. El día que me quité la venda de mis ojos, me di cuenta de que el gris, pese a ser, a priori, un color poco llamativo me aportó muchas de las respuestas que andaba buscando.

jueves, 24 de noviembre de 2011

Che Guevara vive en Ucrania


Cuando todo el mundo lo daba por muerto y enterrado, yo estoy en condiciones para demostrar que Ernesto Guevara, más conocido como Che Guevara, sigue vivito y coleando. Todo lo que sucedió en La Higuera, una pequeña población de Bolivia, allá por el año 67, fue un montaje urdido, posiblemente, entre la CIA y el KGB.
Aturdido con un cóctel de psicotrópicos, esposado y metido en un saco de dormir que olía a pies, en el vientre de un viejo Antónov, voló rumbo a Ucrania donde le esperaban para curarle el catálogo de heridas que traía por  toda su admirada anatomía.
Después, sufrió las consecuencias de un experimento secreto que consistía en someterlo a descargas de corriente galvánica al mismo tiempo que le hacían ingerir grandes cantidades de caviar y vodka de garrafón.
Para aliviarle la ansiedad que le provocaba no tener un kalashnikov en las manos, el terapeuta decidió ponerle, en su lugar, una guitarra flamenca que había traído a Ucrania un chico español republicano antes de morir congelado una noche que salió del barracón a hacer de vientre sin percatarse de que fuera hacía 29º bajo cero. Como estaba estreñido, murió congelado dando apretones.
Tras las descargas y las terapias contrarrevolucionarias, por las que los corruptos dirigentes comunistas ucranianos recibieron un maletín de piel relleno de billetes de cien dólares y unos negativos con los mejores desnudos de Marilyn Monroe, el Che, de manera autodidacta, se convirtió en un virtuoso de la guitarra española y obtuvo gran reconocimiento dando grandes recitales en plena calle bajo la estatua de Lenin. Los boleros y las rumbas le daban, al menos, para comer todos los días una salchicha a la Kiev o una patata rellena, hasta que se casó con la viuda de un general del Ejército Rojo tras darse cuenta de que no era normal que, día tras día, le depositara en su boina negra, con la típica estrella de cinco puntas, un billete de 5.000 rublos.
La viuda, como no estaba para tirar cohetes, pronto fue víctima de tumultuosas infidelidades por parte del apuesto rebelde argentino, que siempre andaba rodeado de una corte de rubias que nunca aprendían a tocar la guitarra, pero se licenciaban, perfectamente, en el arte de tocar la zambomba.
La esposa, alertada por un viejo cosaco experto en ligarse a señoras con recursos, sorprendió al Che con las manos en la masa dando un Concierto de Aranjuez en pleno Allegro gentile, con dos hermanas gemelas cuyas trenzas de oro bajaban desde la cama hasta el suelo, y cuyos senos, tersos y erguidos, desafiaban la fuerza de la gravedad, confrontando, de ese modo, a las teorías de Einstein y Newton.
Luego, todo le fue a peor. Acabó dando clases particulares de guitarra española a razón de 1.000 rublos la hora y, a veces, hasta por menos. Lo mejor para él fue que las corrientes galvánicas, o el caviar y el vodka de garrafón, le quitaron la desazón por liberar de tiranos las tierras del mundo, sirviendo en bandeja a Fidel Castro el gobierno cubano hasta nuestros días.
La CIA y el KGB firmaron su alianza junto a Castro para quitarse de en medio al Che. De no haber surgido esta entente otro gallo cantaría.
Don Ernesto, a pesar de su edad, sigue dando clases en Kiev. Dicen que no lo hace mal, pero que no entiende nada de política.

martes, 22 de noviembre de 2011

La llave premonitoria de Kharkov


Dormía, plácidamente, bajo un edredón que olía a nuevo, en aquel apartamento ucraniano después de una paliza de tren de más de seis horas, que es lo que tarda el recorrido desde Kiev hasta la ciudad de Kharkov. Ese tren es conocido como el Expresso de Kharkov y el billete cuesta menos de diez euros. Como iba diciendo, yo roncaba a pata suelta, necesitado de descanso y calor, cuando en lo mejor del asunto escuché un fuerte golpe metálico proveniente del balcón.
Me desperté, súbitamente, como si el mundo se acabara por un ataque alienígena,  o de rubias ucranianas, que en ese momento de desconcierto, y haber tenido opción de elegir, hubiese preferido sucumbir bajo el ataque de las rubias -aunque fueran de bote- que en manos de unos adefesios mocosos y fétidos de color verde esmeralda.
Ni una cosa ni otra. Corrí la cortina, sobresaltado, sin encontrar a nada ni a nadie en aquel diminuto balcón. Ni una maceta con geranios, ni un bicho verdoso, ni una rubia despampanante, ni Papá Noel que se hubiese equivocado de fecha.
Muy confundido, corrí de nuevo la cortina buscando evitar la claridad que entraba de la calle e intenté recobrar el sueño y el calor perdido.
Me molestó el tic-tac incansable de un reloj de pared que curiosamente marcaba la hora de Moscú y de Nueva York. Me pregunté: ¿Para qué coño querrían saber los dueños de ese apartamento la hora que hay en esas dos ciudades al mismo tiempo? ¿Acaso serán antiguos espías del KGB? 
Decidí, para evitar el ruidoso tic-tac, descolgar el reloj y guardarlo en el armario ropero con espejos que había frente a la cama. Mientras, caí en la cuenta de que Artur dormía en la habitación de al lado y ni se había inmutado, lo que me hizo pensar que aquel estruendo metálico, que casi me provoca un infarto, había sido sólo fruto de una terrible pesadilla.
A la mañana siguiente me despertó, a la limón, el odioso sonido del despertador de mi vieja BlackBerry, y el trajín que Artur emitía haciendo gárgaras en el baño. Me levanté y corrí la cortina para favorecer la entrada al cuarto de luz natural y me quedé congelado, no por el hecho de que hiciese cuatro grados bajo cero, tras aquel cristal, no. No fue ese el motivo de mi soponcio mañanero; lo que me dejó petrificado, como un fósil del jurásico inferior, fue el hecho de encontrar una enorme llave de hierro sobre un felpudo de goma en aquel minúsculo balcón.
Tan sólo ataviado con una camiseta de dormir y un braslip abrí la puerta que me separaba de Siberia y de aquella enigmática llave. Tonto de mí, intenté coger la oxidada herramienta con una mano y casi se me quedó pegada en ella. Lo intenté de nuevo con ambas manos, soportando estoicamente su glaciar temperatura, de tal modo que pude calcular, no sé para qué, que aquella herramienta de la época comunista debía de pesar, por lo menos, entre tres y cuatro kilos.
Con ella en las manos, como si llevara una brasa ardiente, me dirigí al cuarto de baño, justo en el preciso momento en el que Artur abría la puerta. El grito que pegó fue impresionante.  Yo me asusté tanto como él y la llave me cayó sobre un pie, por lo que solté otro alarido que entraba en competencia directa con el que Artur acababa de emitir.
- ¡Hostias, Pepe, que susto me has pegado! pensé que me ibas a atizar con la llave -dijo Artur.
-¿Tú viste anoche esta llave en la terraza? -le pregunté a mi compañero polaco.
-Juraría que ahí tan sólo había un felpudo de color gris -respondió Artur.
-Pues yo creo que esta llave cayó anoche sobre el balcón. Me despertó el ruidazo tremendo que provocó al caer. Creo que eran las cuatro de la madrugada, ya que, al levantarme, aproveché para quitar el reloj de la pared que me estaba amargando la noche con su dichoso tic-tac y lo metí en el armario.
-Pepe, yo creo que eso es imposible, estamos en el quinto y último piso. Debes de haberlo soñado. Date prisa, si quieres desayunar, que se nos hace tarde para la primera visita.
Durante todo el día, visita tras visita y reunión tras reunión, no pude dejar de acordarme de aquel fenómeno paranormal. Aquella hercúlea y oxidada herramienta se había apoderado de mi subconsciente como un algoritmo en bucle o como una rueda de churros infinita de la que no tuvieras forma de comerte la porra.
Ya de regreso al apartamento de Kiev, cuya escalera se asemeja a boca de lobo, pese a estar el edificio a la espalda de un concesionario de coches de lujo y el más prestigioso puticlub de la ciudad, Artur  se tomó un té antes de irse a la cama y yo degusté un rico y refrescante kéfir  que siempre le hace bien a mi delicado aparato digestivo y me ayuda a dormir mejor.
El nórdico me cobijaba aportándome la tranquilidad necesaria para agarrar un plácido sueño. Y así fue. Dormí y dormí como un angelito hasta que, de entre unas nubes blancas, apareció Mariano Rajoy sentado en un gran trono. Observé cómo varios arcángeles se acercaban a él para entregarle una gran llave que traían sobre un cojín de terciopelo de color rojo chillón. Rajoy, con la sonrisa cáustica que le caracteriza y sacando su lengua díscola como siempre que se pone de los nervios, cogió con sus dos manos la llave de Kharkov y la alzó mostrándola a un montón de ángeles, arcángeles, santos, y monaguillos de más humilde condición, a lo que estos respondieron enarbolando banderas de España con la silueta de un toro de Osborne y poniendo, a todo volumen, la conocida melodía del Waka Waka de la escultural y satisfecha Shakira.
A la mañana siguiente, por razones que podrán entender mis lectores, no le dije ni media a Artur.
Dos días después de estos extraños acontecimientos, Mariano Rajoy, al tercer intento, ganó las elecciones generales en España.
Ahora que por fin tiene la llave, esperemos, por el bien de todos, que sepa cómo usarla.

jueves, 17 de noviembre de 2011

Depende de Kiev

Depende es el título de una bonita canción de Jarabe de Palo donde queda en evidencia que todo es posible, a la par que imposible. Bonito y feo. Alcanzable e inalcanzable. Blanco y negro, e incluso gris. Según cómo se mire, decía aquel.
En boca de un artista, la palabra depende puede resultar filosóficamente atractiva, pero en boca de un político, a mi parecer, la cosa resulta bien distinta.
Cuando un político, durante todo su discurso, pronuncia continuamente la palabra depende, puede provocar hasta sarcasmo.
En esta campaña electoral, que anda dando sus últimas bocanadas, el futurible Mariano Rajahoy a abusado incansablemente de los dependes y de los posibles, evidenciando que no tiene ni la más remota idea de lo que va a proponer el próximo día 21, cuando sus posaderas, se esclafen por fin, en la poltrona que tanto tiempo había soñado.
Mientras todo esto discurro, sigo en Kiev. Quién sabe si mi futuro, depende de conseguir abrir otro mercado más, tan grande y atractivo como el ucraniano, gracias a las gestiones realizadas por mi amigo y camarada Artur Szustka y la paliza que nos hemos dado por estos lares.
He subido y bajado mil veces, en una semana, por las vertiginosas escaleras mecánicas que llevan al metro más profundo que hayan visto mis canijos ojos. He visto rostros serios, duros e irreductibles, con reminiscencias del antiguo régimen, junto a rubias de ensueño que hacían que mis ojos hicieran chiribitas y mi cuello crujiera al girarse, vertiginosamente, ante tanto derroche de belleza.
He comido arenque, pepinillos, patatas rellenas de mil cosas, empanadillas con y sin crema, he bebido vino georgiano, que dicen que, junto al armenio, pugna por ser el vino más antiguo del planeta.
He visto mendigos pidiendo en la puerta del concesionario Ferrari. Mafiosos con gabardina y gorros de pelo. Nostálgicos de Lenin y cubanos adaptados, increíblemente, a vivir con estas temperaturas.
Me ha sorprendido el campamento permanente, cerca de la plaza de la Independencia, que pide la liberación de la ex-primera ministra del país, Yulia Timoshenko, a la que se relaciona con ciertos tejemanejes financieros. Yo no sé si eso será cierto o no, pero esta mujer era lo único bueno de mirar cuando los líderes europeos se tomaban una foto de grupo. A mí su trenza  me ponía, y mucho.
Ucrania es un país por descubrir. Como yo descubrí el gran monasterio de las cuevas de los monjes, en lo alto de una colina, vigilando el paso del gigantesco río Dniéper. Los monjes enterrados por pasadizos infinitos, a modo de laberinto, representan una experiencia digna de contemplar. Pero más que las urnas de cristal que acogen a los expirados monjes ortodoxos, lo que impresiona es ver a la gente besando las urnas y llorando a lágrima viva.
Los dependes son bioindicadores de la incongruencia. Compañeros del desconcierto y amantes de la duda.
Rajahoy, aprentando el culo durante años, va a llegar, irremediablemente, a la Moncloa. Para él, el futuro dependerá de los mismos caprichosos designios que antes se lo negaron y ahora se lo sirven en bandeja.
Lo malo no es eso, lo peor es que, el gobernador de los dependes, va a dirigir de oído y leyendo el guión, moviendo sin control su lengua díscola y con el mismo atractivo que King Africa en calzoncillos.
Mi futuro depende de Kiev y, posiblemente, de un señor cuya única y conocida virtud ha sido, durante años, perder y esperar.
Cuando el otro cayó al suelo, el cojo ganó la carrera.
Lo de Rajahoy parece inevitable, lo que no deben evitar, bajo ningún concepto, es venir a Kiev.








lunes, 14 de noviembre de 2011

Barajas. Vuelos destino a la vida


Barajas, te odio tanto como te amo. Eres el aeropuerto que siempre he soñado, incluso en mis más horribles pesadillas. Eres el punto de partida de donde emanan mis sueños, mis proyecciones, mis dinámicas y mis fracasos. Beneficios o déficit surcan los vuelos desde tus pistas, rumbo a México, Polonia, Francia o Estonia. Perder o ganar. Casi un ser o no ser shakesperiano, en esta crisis donde te la juegas en cada afeitado.
Los trapecistas del comercio saltamos sin red, allí donde nos tiren, rezando a los dioses religiosos o paganos. Lo único que pedimos, casi limosneando es: un cliente nuevo, un pedido más o un contacto bien clasificado. De algún modo, luchamos por ganar una batalla en una guerra incierta contra un ejército que se metamorfosea continuamente como una Hidra de mil cabezas.
Los que subsistamos a esta épica, en la que se ha convertido la vida, seremos los nuevos dioses del Olimpo y las cornetas y las liras tocarán en nuestro honor.
Todo esto escribo desde la T4 de Barajas sin haber consumido psicotrópicos. Me basta con ver a un gentío plural, multiétnico y diverso. Parejas de enamorados junto a supuestos ejecutivos de altos vuelos. Jubilados del Inserso rumbo a Benidorm junto a chinos que inundarán las estanterías de los miles de almacenes de nuestros decrépitos polígonos industriales, antaño productivos y modélicos y ahora convertidos en factorías de telerañas y deudas.
Él, se afana en engullir a las diez de la mañana una hamburguesa doble con queso, con patatas fritas y un refresco de cola de un litro. Ella, frente a él, come una ensalada triste de lechuga fresca y un zumo de naranja natural (que ella no sabe que no es natural). Él sueña con el partido de mañana, España-Costa Rica, y ella con el chico que corre en la cinta de al lado, en su gimnasio, cada mañana.
Barajas cruza vidas. Millones de vidas que luchan. Millones de vidas que disfrutan. Millones de vidas que partirán rumbo a destinos, tan maravillosos como inciertos. Al final, vida. Barajas es mucho más que una aeropuerto, es un enorme vientre de alquiler.

domingo, 13 de noviembre de 2011

La escalera de la vida



A veces me siento inútil. Cuando esto sucede, recuerdo los inviernos fríos en los que me arrinconaba junto a la vieja cafetera italiana del Bar Josepe y me liaba a poner carajillos. Allí me reconfortaba con el calorcito que expandía la máquina de hacer café desde sus retorcidas y húmedas resistencias.
Cuando me siento inútil, añoro lo sencillo y detesto la complejidad. Pero luego, como un martillo pilón que golpeara mi conciencia, espabilo y me digo a mi mismo que: para atrás, ni para tomar carrerilla. 
Cuando me siento inútil, lo percibo todo como una carrera de obstáculos. Ahora una valla, luego una ría con agua fría, más adelante una pista de arena, después otra valla, y, más adelante, el pelotón intenta arrollarte a base de codazos y empujones. 
Cuando me siento un trasto, la sensación de que mi hígado es un calcetín doblado del revés se me acrecienta. Se me inflama como un balón de cuero aburrido de que lo arrastren por el lodo, harto de patadas . Como un viejo lobo herido que busca guarecerse en alguna abrupta y escarpada cárcava, a la espera de que le regresen las fuerzas, cicatricen sus heridas, y decida, de una vez por todas, hacía dónde va a encaminar sus  ya escasos y cansinos pasos.
La vida es como una escalera infinita. Los primeros pasos son joviales e inocentes. Posteriormente, las piernas adquieren fuerza y te crees el amo de la escalera, incluso algunos, hasta se plantean franquiciar escaleras para someter a los demás para que suban sus escaleras como a ellos les apetece. Imponen formas y estilos cobrando peaje.
Pasada esa etapa de soberbia, la escalera va perdiendo intensidad y belleza, se torna más compleja y los planteamientos que creíamos dominar se nos escapan como el agua entre las manos.
En el último tramo, cada escalón es un suplicio, un esfuerzo, un recuerdo y un dilema, en el que no sabemos si realmente necesitamos seguir forzando nuestros músculos, para ascender un peldaño más, o por el contrario, lo mejor sería quedarnos ahí o tirarnos al vacío.
Ayer hablé con un señor que encontré sentado en un escalón. Abrazaba sus piernas como un niño enojado y admiré su flexibilidad. 
-Señor: ¿Sube o baja? -le pregunté inocentemente.
-Eso estoy pesando desde hace varios días. No tengo fuerzas para continuar subiendo. Tampoco se lo que hay ahí arriba. No he visto a nadie  regresar. De tal modo que, me estoy planteando, el quedarme aquí viendo a la gente pasar.
-¿No piensa usted que sería mejor, intentar un último esfuerzo y que lleguemos juntos hasta donde se supone que debemos llegar?
-¿Realmente usted piensa que debemos de cubrir ese último y pesado tramo? -me preguntó un tanto incrédulo.
-Usted mismo lo dijo antes, todos suben y nadie baja. Es evidente de que ese es nuestro destino como humanos -expuse yo, sin saber realmente el contenido metafísico de mi respuesta.
-Si me acompañas, voy contigo -me propuso el señor con una enorme sonrisa.

Después le ofrecí mi mano, se incorporó y comenzamos a subir despacio aquellas escaleras que, súbitamente, adquirieron una luz más resplandeciente.
Mientras subíamos, escalón tras escalón, esfuerzo tras esfuerzo, sin que hiciera falta hablar, los dos nos dimos cuenta, que lo que realmente nos ocurría era que nos sentíamos solos. En compañía, todo adquiría otro sentido. El rol de viejo lobo solitario, es quizás un rol adecuado para especies menos evolucionadas que la nuestra.
Nuestra sociedad, es lo que es hoy, por el gran valor que tiene, para nuestra especie, vivir en compañía. Juntos podemos, en solitario nos comerían las alimañas.
Cuando las personas llegan a ser líderes se encuentran en la tesitura de tener que definir su estilo de liderazgo. Hay líderes que sólo pretenden serlo y, por el contrario, hay líderes que lo son para mejorar y engrandecer a los demás. 
He pensado dejar de escribir, por el momento, y continuar subiendo. Pretendo seguir acompañando y que me acompañen. Hay mucha gente maravillosa que merece la pena.

miércoles, 9 de noviembre de 2011

Tomadura de pelo en el Guggenheim




La marea que es mi trabajo me ha arrojado, en esta ocasión, a la Ría del Nervión. Más concretamente a las puertas del Museo Guggenheim, uno de los edificios más atractivos de Europa, sin ningún género de dudas; lo que me ha brindado la oportunidad de asistir a una esperpéntica exposición de escultura.
Considero un engaño el reclamo de una exposición con los nombres de dos artistas como Brancusi y Serra, y, visto lo visto, me ha parecido como el pecado católico que nos enseñaban los curas en la catequesis: No usarás el nombre de Dios en vano, o algo así. Esto me ha recordado la pobrísima exposición por la que me han cascado once euros.
Que el arte es un negocio, creo, a estas alturas, que no le sorprende a nadie, pero que nos tomen el pelo con reclamos de este calibre y luego veas las cabezas de Brancusi de siempre y los hierros de astillero de Serra, me parece demasiado. No he visto nada nuevo en este enfrentamiento artístico, del que, tonto de mí, esperaba algo más.
Está resultando difícil encontrar buenas exposiciones en este monumental museo, por lo que me gustaría dar un toque de atención a los gestores de esa institución para que vayan espabilando. Por mi parte, bajo mi modesto punto de vista, doy un suspenso rotundo al comisario y a los organizadores de esta tomadura de pelo.
Al menos, al llegar al hotel Silken Gran Domine Bilbao, me han aliviado un poco mi encabronamiento. El hotel es todo un espéctaculo de diseño y arte.
El equipo del artista y diseñador catalán Javier Mariscal a llenado de arte cada rincón de este majestuoso hotel, que gracias a Booking, encontré a un precio fantástico.
Al llegar a mi habitación me alegró encontrar estos monigotes sobre mi cama. Estos animalitos de goma, que pitan si los aprietas, me han parecido un detalle digno de mención.
Un diez por el Silken y un cero para el Guggenheim.
Por cierto, si no conocen Bilbao, ya están tardando... ni se imaginan como se come de rico por aquí.

lunes, 7 de noviembre de 2011

El de-water electoral




El debate electoral o de-water electoral, según se mire, es lo mismo de siempre pero más feo. La mierda, en el debate electoral se arroja contra el adversario, en el de-water electoral se arroja por el retrete y se tira de la cadena.
Lo peor de todo, no es la mierda que se han arrojado Rajoy y Rubalcaba, lo peor ha sido que España ha quedado reducida a dos visiones; dos arcaicas y desgastadas visiones, PP y PSOE, dos barcos de vapor con el pito ennegrecido por la corrupción y obstruido por el clientelismo.
La gente en la calle, millones de personas, dicen que no les representan, que otras opciones políticas son necesarias. Piden, pedimos: caras nuevas, discursos nuevos, mensajes contemporáneos frente a chorizos históricos.
España, es hoy, un país que estos partidos no alcanzan ni a comprender por la sencilla razón de que, de tanto mirar al sillón de la Moncloa, han perdido de vista al pueblo que los sustenta. Han primado el poder por el poder, no el poder para y por el pueblo. España y los españoles hemos quedado convertidos en un paquete o un bulto sospechoso, lo que importa, al fin y al cabo, es gobernar los dineros, poner el culo en la poltrona y trincar la pasta.
Sus discursos suenan al cansino histórico de Jose Mota, más que a políticos capaces de entusiasmar a los votantes.
Abogo por que todos vayamos a votar el próximo 20 de Noviembre, pero si pudiera ser, votemos por gente nueva, por ideas nuevas. La suciedad incrustada que representan estos partidos en nuestra sociedad sólo se disolverá con el agua a presión de las nuevas opciones. Votar por el auténtico cambio es votar diferente. Cuando en una casa huele mal, lo adecuado es abrir las ventanas y dejar que entre aire fresco.
El debate me ha olido a de-water.

domingo, 6 de noviembre de 2011

Pura vida






La vida es maravillosa, pero más aún lo es, sin duda, la ¡Pura vida! de Costa Rica. Esta expresión tan singular del país centroamericano simboliza su espíritu y su esencia misma. Pura vida es la forma peculiar de desearle al prójimo un día maravilloso y el mejor de nuestros deseos. El costarricense es alegre, jovial, educado y pacífico.
Costa Rica ha sabido forjar un estado democrático, al más puro estilo europeo, en un entorno geográfico hostil y demacrado. Su carácter pacifista -es uno de los pocos países que carece de ejército- se ha potenciado, desde la década de los noventa, en un giro hacía la ecología y la conservación de su valioso patrimonio natural, para atraer a un turismo internacional que pretende ser su principal motor económico. El que lo logre realmente dependerá de su capacidad para controlar los desmanes que la industria turística esta acostumbrada a cometer en otros lugares y de los que ya hay, por desgracia, algunos ejemplos en su territorio. El desarrollo eco-turístico, más allá de ser un canto de sirena, debe ser un dogma que no pervierta lo que hoy se adivina como un futuro alentador. El turismo incontrolado, aunque se pinte de verde, no es un modelo compatible con el desarrollo sostenible. Sin duda alguna, este nuevo e ilusionante futuro de Costa Rica, pasa por la capacidad de regular y armonizar el modelo turístico con la mejora en las infraestructuras, la integración social y la educación. 
Me ha gustado más Costa Rica en esta segunda oportunidad, quizás por el hecho de haber convivido y trabajado con personas maravillosas. Queda pendiente, para otra ocasión, un viaje exclusivamente vacacional para sumergirme en el verde inmenso de su paisaje y el azul marino de sus aguas.
Costa Rica es: ¡Pura vida!

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Homo fornicador


La primavera árabe en la versión Libia, al parecer, no ha sido una guerra por la libertad, como todos creíamos, ni tan siquiera una guerra por controlar el petróleo, como a otros les podía parecer, al final, ha sido una guerra basada en argumentos más prehistóricos: la guerra por la poligamia.
El coleccionismo de mujeres, es, necesariamente, una forma de ostentación.
Convierte a la mujer en una propiedad más, como poseer tres viviendas,  cuarenta camellos, cuatro coches y dos yates.
Siempre he respetado y respeto a todas las culturas pero eso no significa que no manifieste mi opinión contra cualquier costumbre, ya sea religiosa o pagana, que atente contra los derechos humanos, o de la mujer, o de los animales o de la infancia o de lo que sea menester.
En un viaje de trabajo a Túnez, mi traductora, una chica árabe felizmente casada, que personalmente se mostraba contraria a la poligamia, de alguna forma, justificaba la derogada poligamia en aquel país, bajo los argumentos de que su abuelo tenía dos mujeres y las dos eran muy felices y comían perdices.
Quizás este equivocado, pero en muchas ocasiones, los países que sufren el machismo más recalcitrante son aquellos donde las propias mujeres, por razones culturales o religiosas, son las primeras en justificarlo y admitirlo.
Por el contrario, las sociedades polígamas alegan que, las sociedad occidentales, detestan la poligamia pero aceptan el adulterio y la doble vida, de tal forma que, las jodidas, ya sea en nombre de Dios, o gracias  al marido, siempre son las mujeres.
Las sociedades occidentales u orientales, de unas religiones y de otras, están basadas en el machismo. Cuando surgió la noticia en televisión, en días pasados, de que la primera decisión de la Junta que dirige Libia hasta la próxima convocatoria de elecciones era la recuperación de la poligamia, los comentarios de las barras de los bares, y de los corrillos de aquí y de allá, coincidían con esta expresión en tono jocoso: ¡Qué envidia!
Vuelve a quedar en evidencia que, el Homo Fornicador, no entiende de religiones, tan sólo entiende de hormonas.