jueves, 17 de noviembre de 2011

Depende de Kiev

Depende es el título de una bonita canción de Jarabe de Palo donde queda en evidencia que todo es posible, a la par que imposible. Bonito y feo. Alcanzable e inalcanzable. Blanco y negro, e incluso gris. Según cómo se mire, decía aquel.
En boca de un artista, la palabra depende puede resultar filosóficamente atractiva, pero en boca de un político, a mi parecer, la cosa resulta bien distinta.
Cuando un político, durante todo su discurso, pronuncia continuamente la palabra depende, puede provocar hasta sarcasmo.
En esta campaña electoral, que anda dando sus últimas bocanadas, el futurible Mariano Rajahoy a abusado incansablemente de los dependes y de los posibles, evidenciando que no tiene ni la más remota idea de lo que va a proponer el próximo día 21, cuando sus posaderas, se esclafen por fin, en la poltrona que tanto tiempo había soñado.
Mientras todo esto discurro, sigo en Kiev. Quién sabe si mi futuro, depende de conseguir abrir otro mercado más, tan grande y atractivo como el ucraniano, gracias a las gestiones realizadas por mi amigo y camarada Artur Szustka y la paliza que nos hemos dado por estos lares.
He subido y bajado mil veces, en una semana, por las vertiginosas escaleras mecánicas que llevan al metro más profundo que hayan visto mis canijos ojos. He visto rostros serios, duros e irreductibles, con reminiscencias del antiguo régimen, junto a rubias de ensueño que hacían que mis ojos hicieran chiribitas y mi cuello crujiera al girarse, vertiginosamente, ante tanto derroche de belleza.
He comido arenque, pepinillos, patatas rellenas de mil cosas, empanadillas con y sin crema, he bebido vino georgiano, que dicen que, junto al armenio, pugna por ser el vino más antiguo del planeta.
He visto mendigos pidiendo en la puerta del concesionario Ferrari. Mafiosos con gabardina y gorros de pelo. Nostálgicos de Lenin y cubanos adaptados, increíblemente, a vivir con estas temperaturas.
Me ha sorprendido el campamento permanente, cerca de la plaza de la Independencia, que pide la liberación de la ex-primera ministra del país, Yulia Timoshenko, a la que se relaciona con ciertos tejemanejes financieros. Yo no sé si eso será cierto o no, pero esta mujer era lo único bueno de mirar cuando los líderes europeos se tomaban una foto de grupo. A mí su trenza  me ponía, y mucho.
Ucrania es un país por descubrir. Como yo descubrí el gran monasterio de las cuevas de los monjes, en lo alto de una colina, vigilando el paso del gigantesco río Dniéper. Los monjes enterrados por pasadizos infinitos, a modo de laberinto, representan una experiencia digna de contemplar. Pero más que las urnas de cristal que acogen a los expirados monjes ortodoxos, lo que impresiona es ver a la gente besando las urnas y llorando a lágrima viva.
Los dependes son bioindicadores de la incongruencia. Compañeros del desconcierto y amantes de la duda.
Rajahoy, aprentando el culo durante años, va a llegar, irremediablemente, a la Moncloa. Para él, el futuro dependerá de los mismos caprichosos designios que antes se lo negaron y ahora se lo sirven en bandeja.
Lo malo no es eso, lo peor es que, el gobernador de los dependes, va a dirigir de oído y leyendo el guión, moviendo sin control su lengua díscola y con el mismo atractivo que King Africa en calzoncillos.
Mi futuro depende de Kiev y, posiblemente, de un señor cuya única y conocida virtud ha sido, durante años, perder y esperar.
Cuando el otro cayó al suelo, el cojo ganó la carrera.
Lo de Rajahoy parece inevitable, lo que no deben evitar, bajo ningún concepto, es venir a Kiev.








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