viernes, 30 de diciembre de 2011

Escultura dividida




Para mi la escultura es una forma de expresión muy asociada a mi devenir más cotidiano. Hago cosas que me atrevo a denominar esculturas, aunque, posiblemente, sean una mierda más grande que el sombrero de un picador. Sin embargo, en su simplicidad y plasticidad encuentro significados que van muy ligados a sensaciones inconscientes. Durante el proceso creativo y, muy especialmente, tras su terminación, la propia obra es capaz de trasmitirme un mensaje secreto e imprevisto, que nada tiene que ver, en muchos casos, con el que percibe cada espectador, ni con el que yo mismo, a priori, esperaba.
Estoy seguro que ,para mucha gente, esta escultura que hoy asomo a mi blog - y que acabamos hace unos días- representará la de-construcción de una mesa. Otros verán un objeto inquietante e inútil. Habrá gente a la que le guste y habrá personas que se partirán el culo de risa nada más verla.
A mí, personalmente, me ha ido conquistando con sutileza desde que la acomodé en mi sótano. En él, ha sabido adaptarse con rapidez a un entorno húmedo y frío. Solidariamente esta compartiendo el espacio frente a otras esculturas desconocidas con las que, de momento, parece llevarse bien.
La notó sentirse especial, quizás por que se ha dado cuenta de que en la última semana he bajado un par de veces a observarla y a tocarla, mientras que al resto de sus compañeras ni les he prestado atención.
Esta seudo-mesa coja y partida por la mitad es como muchos de nosotros. Intentamos guardar la compostura, queremos que no se nos note mucho nuestra auténtica realidad y, sin embargo, millones de personas vivimos partidos por la mitad, desgajados y desequilibrados como esta obra.
Dividida y sin equilibrio, como nosotros mismos. 
Juzguen ustedes.
Posdata:
Busco espacio para exponer. Razón aquí.

domingo, 25 de diciembre de 2011

El centollo gallego


Entre todos los crustáceos cangrejeros que nos zampamos en navidad, sin duda, el rey de todos ellos es el centollo gallego, o centolla. Ambos están deliciosos, pero como en todo, en esto también hay disparidad de opiniones.
Mariano Rajahoy, probablemente, habrá comido centollo por ser un gallego de pro, como lo es mi cuñado Josiño, el cual aparece en la fotografía dándole al martillo y dejándolo bien arregladito para ponerlo en la mesa de Nochebuena.
Aconsejo que el vino que acompañe a la mariscada sea también gallego. Nosotros nos decantamos por un buen Ribeiro ya que el Albariño, últimamente, da un dolor de cabeza de padre y muy señor mío. 
Para esta legislatura deberíamos de plantearnos falar galego en privacidade, si lo que queremos es medrar en el asunto político. Yo tengo suerte y con mi cuñado, voy a entrenarme, para no quedar descolgado de este nuevo orden nacional. Le he pedido a los Reyes Magos de Oriente una gaita galega, para que quede patente mi galleguismo tradicionalista, que es muy distinto al galleguismo rojeras, ya que, estos últimos, no se van a comer una centolla durante esta legislatura.
El ser gallego en latinoamérica no esta bien visto, de hecho, hubo sus más y sus menos con la descripción que sobre la palabra gallego aparecía en algunos diccionarios, sobre todo en Costa Rica, donde la palabra gallego es sinónimo de tonto. Pues señores de Costa Rica, ustedes están muy equivocados, los gallegos no tienen un pelo de tontos. Para los mexicanos, todos los gallegos se llaman Venancio, son los protagonistas de los chistes , los dueños de todos los moteles, donde va la gente a "coger" y de la mayoría de las tiendas de muebles.
Pensándolo bien, nuestro presidente es un poco como Venancio el de los chistes. No destaca por su destreza, ni por su agilidad, ni por su frescura mental, ni por su capacidad dialéctica. El pobriño tiene que leer hasta cuando reza de rodillas postrado ante Santiago Apóstol, por si pierde el hilo de su rosario y en lugar de rezar acaba recitando la lista de los reyes godos o la tabla del siete.
Su lengua viperina e incontrolable, afea mucho -bajo mi modesto entender- a un mandatario de su categoría. Imagínense por un momento, cuando en Bruselas, se siente con Angela Merkel y Nicolas Sarkozy y comience a sacarles la lengua mientras le recita, de su chuleta, la lista de los reyes godos. Quizás, el traductor, que casi siempre es un mexicano, pensará: este es primo hermano de Venancio "el de los chistes", seguro.
Es de chiste -me ha sorprendido mucho por su origen gallego- que haya  puesto Mariano Rajahoy a un zorro a cuidar el gallinero. Eso en Galicia no lo hubiera hecho nadie, por lo que pienso que ha debido de ser un gesto humorístico, por su parte, para animarnos las pascuas y hacerle la competencia a José Mota. Que un directivo de Lehman Brothers vaya a dirigirnos la economía es un chiste de Venancio de los mejores que haya escuchado en mi larga andadura por México en los últimos trece años.
Me he preguntado varias veces, desde que sufrí el ataque de risa, hasta este momento que les escribo: ¿Quién habrá aconsejado a nuestro carismático Líder semejante desfachatez? 
Esta noche, en casa de mi cuñado viendo la importancia que para los gallegos tienen los centollos, no he podido dejar de imaginarme a Mariano Rajahoy, el día de la gran decisión, consultando con el centollo, como Shakespeare hacia con su calavera:

-¿Qué hago, centollo? ¿Nombro a De Guindos o no lo nombro?
 La calavera-centollo, haciéndole un guiño, le respondió.
-¡Nómbralo, Mariano, con dos cojones! 

Y así, de ese modo tan poético, a la par que suficientemente meditado, fue como el centollo, primo hermano del que mi cuñado Josiño nos preparó ayer, traicionó a Mariano Rajahoy y lo dejó en evidencia delante de todas sus fervientes huestes.
Tras una semana de mandato, ya anda mucha gente pensando si nuestro nuevo adalid no se habrá caído de un guindo.
Sin duda, todo esta por ver.
   

sábado, 24 de diciembre de 2011

Recorriendo instantes




Cuando hace casi dos años inicié, casi sin saber para qué, este blog, le puse de nombre, también sin pensarlo demasiado: Mi vida en fotos.
Si lo pensáramos un poquito, nuestra vida es una sucesión de momentos, que en ocasiones congelamos mediante una cámara de fotos o, en la mayoría de los casos, tan sólo guardamos en nuestra mente y allí se conservan frescos o los borramos de nuestro disco duro, sin más, para siempre.
Perfectamente este blog podría haberse denominado: Mi vida en collages, o Recorriendo instantes, que resultaría, inclusive, más poético, pero el bautizo se hizo sin pensarlo demasiado y así se llama este rollizo niño.
Un collage es un híbrido entre una foto y un dibujo; un mestizaje artístico cuestionado por los puristas y valorado por los vanguardistas. Todo lo nuevo se cuestiona. Los planteamientos innovadores y arriesgados hacia la evolución cuentan siempre con las guardias pretorianas que intentan bloquearlos y aplastarlos, con métodos que van desde la crítica ácida y corrosiva, hasta la más burda burla bufonesca.
La evolución es como un vehículo que no tiene freno de mano, tan solo cambio de marchas. A ritmo lento, cuando intenta pasar desapercibida, o a galope tendido provocando mareas humanas, primaveras árabes o movimientos mundiales de indignados.
Lo bonito es eso, la evolución,los pensamientos nuevos. La frescura de las ideas es tan necesaria como la frescura de los alimentos. Cuando nos tenemos que tragar una idea pasada de fecha, con toda seguridad, la digestión se nos tornará pesada y terminará por irritarnos el colon.
Pero volviendo a mi irreductible afición por el corta y pega, sin photoshop, quiero centrar el tiro de esta entrada en el valor de ir acumulando, en nuestro haber, millones de instantes vividos. Ese recorrido de instantes  que es nuestra vida, en ocasiones, la consumimos habiéndola titulado, sin pensarlo demasiado, como ocurrió con este blog, y luego arrastramos nuestro estigma para siempre. Dicho de otro modo, los errores se pagan.
Cada instante que vivimos es una humilde y sencilla maravilla, un auténtico regalo, sin cajita roja y sin lazo, que no disfrutamos por la única razón de que no lo reconocemos como tal. La vida en si misma es un auténtico regalo, una colección de instantes y experiencias que quedan plasmadas en fotos, las menos en collages y, todas las demás, conforman el verdadero tesoro inmaterial que vamos acumulando a lo largo de nuestra existencia.
En el fondo, ese inconsciente itinerario viene condicionado por el valor y el humanismo de quienes nos acompañan en nuestro camino. Dice un refrán popular: Dime con quién andas y te diré quién eres.
Gracias por haber compartido conmigo este instante. Lo recibo como un enorme y valioso regalo.

jueves, 22 de diciembre de 2011

Conexión emocional




Días atrás me reuní con mi equipo para engrasar nuestras neuronas y prepararlas para el chaparrón que se avecina el próximo año en nuestro país e inclusive en la Comunidad Europea.
Cualquier entrenamiento es poco para intentar desafiar a las inclemencias y a las turbulencias de esos mercados desbocados, que nos afectan tanto al bolsillo como a la mente, convirtiendo nuestro trabajo en una rutina incapaz de ilusionar a nadie.
Un equipo comercial que no es capaz de ilusionar es un equipo predestinado al fracaso, por tal motivo, una de las dinámicas de trabajo más interesantes que nos planteamos, en esa reunión, iba encaminada a conectar nuestro trabajo con nuestras emociones.
Un vendedor sin ilusiones es como un jardín sin flores. Un comercial que no transmite ideas, iniciativas y estrategias en como un tronco en alta mar.
Vender barato no es sinónimo de vender más. El precio no lo es todo. El cliente necesita encontrar un valor añadido a su decisión de compra más allá de obtener un 10% más o menos por un producto de similares prestaciones. Lo que realmente marca la diferencia es la actitud y las emociones que trasmitimos a través de nuestros planteamientos y sobre todo a través de nuestros comportamientos.
Tanto dicen de nosotros nuestras palabras como nuestros gestos. 
En la batalla psicológica que se ha convertido nuestro trabajo, sólo los que estén preparados para convertirse en el segundo motor de los clientes, conseguirán hacerlos despegar hacía un nuevo futuro.
El cuerpo a cuerpo será vital. Quién lo rehuya seguirá hundiéndose en la miseria y quién lo afronte con valentía se comerá el mundo.
Habrá, sin duda, que trabajar el doble, para ganar mucho menos. Deberemos estar más unidos y comprometidos que nunca y exigirnos cada día mayor esfuerzo, tanto físico como intelectual.
Nadie se mueve sin un proyecto. Nadie inicia un viaje sin un destino. Nuestros clientes están agazapados a la espera que alguien los movilice, desde la ilusión, para conseguir salir de un ostracismo que los tiene bloqueados tres años y medio.
Si no somos capaces de replantearnos nuestra oferta de ilusiones de nada nos servirá ni la calidad del producto, ni su fantástico precio, ni tan siquiera los suculentos regalos que podamos ofrecer.
Cuando nos sentimos enfermos, no basta para curarnos que nos apliquen  paños calientes, ni que nos suministren calmantes, ni que nos compadezcan con palabras de aliento, lo que realmente queremos es curarnos.
Las enfermedades de nuestros clientes son muchas y variadas. Habrá que realizar un buen diagnóstico en cada caso, y establecer una batería de medidas encaminadas a poder alcanzar una mejora sustancial de su situación.
Después, insistiremos en el cumplimiento adecuado de la medicación, y apoyaremos la rehabilitación de nuestro paciente-cliente siempre y cuando este nos demuestre su predisposición a querer curarse.
Los buenos médicos siempre tienen lista de espera en su consulta, a los malos médicos no los quiere nadie.
Entre todos los asistentes a esta última reunión llegamos a la conclusión de que tenemos mucho que ganar si trabajamos desde las ilusiones. La gente nos necesita más que nunca. Quizás, el simple hecho de sentirnos necesarios debería de convertirse en el combustible que necesitamos para seguir avanzando en esta lucha, en la que todo mi equipo se está dejando la piel.
Para afrontar la batalla final estamos reclutando valientes.

miércoles, 21 de diciembre de 2011

A punto


¿A punto de qué? Podrían preguntarse ustedes. A punto de todo y de nada. Tan a punto de vivir como de dejar de hacerlo. A punto de ser rico y de ser pobre. A punto de marcharme o de regresar. Siempre estamos a punto de hacer algo y al final de mucho trajinar somos los mismos pero más viejos.
Este collage pretende representar esa incertidumbre vital en la que nos desenvolvemos a diario y me trae a la memoria, no sé por qué, algo que les voy a relatar:
Estaba a punto de salir de Costa Rica cuando me dejé en el lobby del hotel, aunque me gusta más dicho en "cubano", repito: me olvidé en la "carpeta del hotel" un exquisito libro titulado:"El mapa y el territorio" del escritor francés Michel Houellebecq, el cual, curiosamente, estaba a punto de terminar de leer y ya, pues ni modo. Allí se quedo.
Ese libro estaba a punto de atraparme entre fotos y mapas de la guía Michelín. Yo visualizaba la obra de ese convulso y tumultuoso artista, que hacía de protagonista de esa interesante novela, y  no podía dejar de sentir una cierta complicidad con él, debido a mi obsesión compulsiva a utilizar fotos y palabras para arrojarlo todo a la thermomix de mi cabeza y regurgitar, tras mucho sufrimiento, una papilla de ideas de padre y muy señor mío, que ni Dios entiende.
La creación esta a punto de convertirme en un ser distinto. Me esta reformulando a su antojo, de tal manera que, cuanto más me atrevo a crear, inconscientemente, lo que estoy es provocando mi propia metamorfosis. Esta sopa de letras que intento explicar, es como un bucle infinito del que no se si podré salir algún día. Mi vida es así de complicada. Vivo preso en libertad, atrapado entre mapas y billetes de ida y vuelta, en un vasto territorio dominado por mi creatividad, donde siempre estoy a punto de llegar a algún destino, pero al final, nunca llego a ninguna parte.
Me sucede también -no se si a ustedes les pase- que, cuando estoy a punto de acostumbrarme a estar en algún sitio es cuando estoy a punto de marcharme. 
La vida en el fondo debe ser eso. Sólo eso.

martes, 20 de diciembre de 2011

El Pirulí y Joan Manuel Serrat


Esta mañana en Madrid he recorrido la calle Marroquina con la finalidad de hacer tiempo, entre visita y visita, y me he topado, a lo lejos, con el Pirulí. Mirándolo, fijamente, me he dado cuenta de lo pequeño e insignificante que soy.
Hacía en la capital, a esa hora de la mañana, un frío considerable que me helaba las manos y la punta de la nariz; a pesar de que el sol aportaba una luz majestuosa, este no calentaba lo suficiente. Paseando me he encontrado con una amalgama de historias y de realidades. Un collage de humanidad a   modo de catálogo de procedencias, culturas, y religiones de lo más variopinto.
Me he fijado en una pequeña peluquería latina de nombre "Azabache". En un locutorio de donde salían mujeres musulmanas con la cabeza cubierta. En una mujer india o paquistaní, ataviada con un vestido de llamativos colores. En unos niños chinos que jugaban en la puerta de su tienda familiar, mientras una pareja de rumanos discutía, a grito pelado, en un portal. 
Mi deambular me convertía en un improvisado espectador de decenas de realidades cruzadas. Como si viviera una película en la que se fueran entrelazando historias, en principio inconexas, pero que al final, por los avatares del guión, terminaran conectando mágicamente. 
En ocasiones nos vemos grandes y diferentes, y este sencillo y solitario paseo por la calle Marroquina, me ha hecho reflexionar sobre la diferencia que existe entre lo que somos y lo que creemos que somos.
En esa foto congelada de esta mañana, a parte de una anciana que recogía la caca de su perro del suelo con una bolsa de plástico, me veo a mí mismo muy pequeño al lado del Pirulí. Mirándome al lado de todas aquellas gentes desconocidas, me veo uno más, con las mismas u otras frustraciones, con los mismo u otros problemas, pero con la misma necesidad de ser feliz.
Y he ahí la cuestión:¿Qué es ser feliz? Me preguntaba a mi regreso en el lujoso coche de mi empresa durante casi cuatrocientos kilómetros de tranquila y cómoda autopista.
Lo he pensado por activa y por pasiva, al derecho y al revés, y cuanto más me esforzaba menos respuestas convincentes encontraba.
Al final, me he liberado de la obligación de tener que teorizar sobre la felicidad, y me he puesto a pensar en cosas que me la producen. Mientras hacía ese listado mental, por fortuna, he puesto la radio en el preciso instante que le entregaban, en Radio Nacional, un premio por su toda su trayectoria artística a Joan Manuel Serrat, el cantautor ha terminado diciendo unas palabras increíbles, llenas de compromiso y sinceridad: "Este premio se lo quiero dedicar a lo público, se lo dedico a la enseñanza pública, a la sanidad pública y a los medios de comunicación públicos, con la confianza de que sean plurales, como lo es la sociedad, de que nos representen a todos, sin exclusiones, sin partidismos y sin ninguna cortapisa que deje a nadie fuera de la realidad de la sociedad".
Tras escuchar estas inmensas palabras, rápidamente, mi mente ha vuelto a replantearse, descontrolada, la misma pregunta: ¿Qué es la felicidad? Sin dudarlo, a la segunda, ya supe que responder: La felicidad es escuchar y poder aprender de hombres sabios como lo es el Señor Don Joan Manuel Serrat.
Como soy un llorica: lloré.

sábado, 17 de diciembre de 2011

Abrumado por mis lectores y mis compañeros



Abrumado por mis lectores y por mis compañeros, me he venido arriba y amenazo con escribir y trabajar, al menos, cuarenta años más. Pensándolo bien, no encuentro nada tan gratificante como el reconocimiento a mis palabras y a mis pensamientos, a mis locuras y a mis frustraciones, y es que, como la mayoría de las personas, necesito del aliento de los demás para sentir que vale la pena lo que hago.
El reconocimiento al esfuerzo, una palmada en la espalda o una palabra de apoyo suponen, siempre, un reforzamiento y el impulso necesario para seguir avanzando en la gigantesca lucha del día a día.
Que mis escritos, pese a sus deficiencias, sirvan de estímulo o de distracción, a propios y a extraños,  es un pequeño orgullo que me hace sentir útil y me obliga a reflexionar y ejercitar mi creatividad continuamente.
Ese gimnasio mental, abierto veinticuatro horas, en el que estoy convirtiendo a mi mente, es, sin lugar a dudas, un refugio en el que, inconscientemente, me resguardo de las cosas que no acepto de la sociedad. Soy, lo reconozco, un ser extraño y en peligro de extinción. Huyo de los tópicos y me recreo en lo cotidiano y en lo sencillo en todo momento. Adoro a las personas honestas y humildes, y rechazo, sin ambages, a las personas previsibles y estandarizadas.  
La autenticidad es y será mi objetivo.
Gracias a mis lectores, de aquí y de allá, conocidos y desconocidos, especialmente a todos aquellos, que, de vez en cuando, se dignan a escribirme sus valiosas y emotivas reflexiones.
Esta navidad, Papá Noel me ha traído de la mano la venta de mi libro en amazon:http://www.amazon.es/Momentos-ida-y-vuelta-ebook/dp/B006GGG09M/ref=sr_1_1?s=books&ie=UTF8&qid=1324161124&sr=1-1  se vende exclusivamente en formato digital, y ojalá que pueda ser leído por mucha gente, aunque, en realidad, no tengo demasiada esperanza de que se convierta en un best seller.
Mi blog -que nada me cuesta- me esta haciendo rico. Cuando lo inicié no imaginaba lo mucho que me iba a aportar.


domingo, 11 de diciembre de 2011

Reuniones de fin de año


Desde que a finales de 2008 la crisis nos pegara de lleno, resulta más difícil encontrar argumentos para orientar y motivar a los equipos para que estos alcancen sus metas el año próximo. Del mismo modo, resulta complicado plantearse los mecanismos para calcular las previsiones del año próximo y esto, sin ninguna duda, supone un quebradero de cabeza que, en ocasiones, no es adecuadamente entendido por los demás.
Esta claro que los objetivos mínimos a conseguir vienen marcados por las necesidades de la propia compañía para salir adelante. No son estos, por tanto, una cifra caprichosa e improvisada, si no que viene marcada por los gastos generales de la compañía con la intención de obtener unos resultados mínimos para mantener su estructura con las mismas capacidades productivas, de innovación y desarrollo y de imagen de marca que nos mantengan a flote en este mar de tempestades que nos ha tocado navegar.
El problema interno, aunque menos ruidoso que la crisis misma, provocado por la falta de implicación de los colaboradores ante la situación actual, es un auténtico lastre que nos empuja hacia abajo, y que en ocasiones no abordamos con la suficiente rapidez y contundencia.
Muchos de nosotros, nos empeñamos en seguir trabajando con los mismos planteamientos que antes de la crisis y estos no funcionan en absoluto. Todo esta cambiando a nuestro alrededor y nosotros seguimos empeñados en no cambiar. Esperamos un golpe de suerte, un milagro o un efecto mágico que nos arregle el mes, o el balance anual, pero en el 100% de los casos, estos ya no se producen y terminamos el año con un déficit importante sobre nuestras previsiones. 
El año próximo no se vaticina mejor que este que nos encontramos finiquitando. Requerirá de nosotros más esfuerzo, si cabe, que los anteriores, ya que los clientes se encuentran agotados, desmotivados y faltos de ideas para afrontar esta crisis que se prolonga más de lo previsto y de un modo que, la mayoría de ellos, nunca había experimentado durante toda su trayectoria profesional.
Las personas cuando nos vemos inmersas en un gran banco de niebla o sumidas en la más absoluta oscuridad necesitamos una luz con la que guiarnos. Buscamos, desesperadamente, un referente para salir de esa angustiosa situación. Nuestras propuestas deben ser esos faros en la noche. Debemos convertirnos en promotores y en motivadores de nuestros clientes, aunque, desgraciadamente, eso sólo lo conseguiremos cuando seamos capaces de generar propuestas y dinámicas que avalen nuestra capacidad y nuestra credibilidad. Quizás es ahí donde fallemos. Nuestro déficit personal  nos impide convertirnos en actores principales del resurgir de nuestros clientes, y esto viene dado por nuestra inseguridad y nuestra falta de preparación, provocando, con ello, que nuestras propuestas no prosperen al no inspirar la suficiente confianza en los clientes objetivo.
La crisis de muchos de nosotros, no se deriva tan sólo de la crisis económica actual, si no es también una crisis de capacidades y de valores. La bonanza económica maquillaba nuestras imperfecciones profesionales y la dichosa crisis, a actuado como una crema limpiadora dejando, a flor de piel, todas nuestras imperfecciones.
Otro año más, buscaremos justificaciones que actúen como maquillaje temporal o efecto flash, para pasar de puntillas por esas cansinas reuniones de fin de año, y de esa manera, avanzar hacia delante, sin pena ni gloria, pero buscando salir ileso y subvencionado, nuevamente, por el esfuerzo de los demás.
Para este nuevo curso, que se nos viene encima, deberemos de seguir haciendo enormes sacrificios y titánicos esfuerzos para alcanzar nuestras metas. A estas alturas de la película ya todo el mundo conoce el guión y el argumento, lo que faltan, realmente, son actores con la talla suficiente como para conseguir un final feliz para todo este interminable drama.
Cuando, nuevamente, el teatro del 2012 levante el telón y aparezca el mago en el escenario, con toda probabilidad el conejo no salga de la chistera.

sábado, 10 de diciembre de 2011

250 entradas, 250 sueños


Llegar hasta aquí me ha costado lo suyo. Pese a ser una persona paciente y constante he sufrido, lo que no esta escrito, para superar baches emocionales que me incitaban a tirar la toalla. He tenido, en ocasiones, que sacar fuerzas de flaqueza para seguir editando entrada tras entrada, idea tras idea, parto tras parto, estos mensajes en una botella con destino incierto. El éxito me ha venido de la mano de lo menos valioso, a mi modesto entender, y ha dejado pasar casi inadvertido lo que para mi tenía, y tiene, más fundamento.
El caca, culo, pedo, pis, el porno barato,la muerte y la gastronomía ganan por goleada a mis planteamientos filosóficos, éticos, políticos o artísticos. Los lectores, a través de los buscadores, allende los mares, llegan a las orillas de mi blog en muchos casos sin querer y sin saber para qué, y me regalan sus visitas, sus comentarios y hasta, de vez en cuando, algún inesperado alistamiento que me llena de motivación y felicidad.
Estoy intentando aprender a escribir, a sabiendas de que es un oficio muy complicado. A veces las palabras fluyen y aparecen de manera casi sobrenatural, y otros muchos días el lenguaje se espesa y empalaga de tal modo que no voy ni para adelante ni para detrás.
El estado de ánimo provocado por la situación personal, el estrés, los momentos sociales y políticos, la crisis económica o el resultado de un acontecimiento deportivo o cultural son condicionantes o escusas para crear una nueva entrada. Todo me parece noticiable. De todo me gustaría hablar y con todo el mundo me gustaría compartir, si no existiera la barrera del idioma.
Tras estas doscientas cincuenta entradas quiero informar a mis queridos y escasos lectores que voy a seguir esforzándome por mejorar. Publicaré reportajes de allí donde me lleve mi trabajo y mi ocio. Aumentaré la presencia de recetas de cocina. Abordaré más temas de sexo erótico-festivo. A petición de los aficionados a mis collages, de vez en cuando y sin abusar, iré colgando los más interesantes. Y por último, en este replanteamiento público de mi línea editorial, publicaré pequeños relatos inéditos que puedan añadir valor a las visitas y las lecturas de este blog.
He facilitado la inclusión de comentarios para, de ese modo, poder mejorar la participación de los lectores y crear una mayor intercomunicación entre todos.
Gracias por vuestro apoyo y por vuestras visitas, sin duda alguna, la razón de todo este esfuerzo en solitario.

lunes, 5 de diciembre de 2011

La última leyenda de Córdoba




Mucha gente pensará que todo cuanto voy a relatar, a continuación, es fruto de mi desenfrenada imaginación, pero me gustaría que me brindarán un margen de confianza y, por una vez, creyeran en mí.
Todo sucedió el pasado sábado en la noche. Habíamos llegado, mi esposa y yo, al cuarto del hotel, en plena judería de la Medina de Córdoba, cuando echamos en falta mi teléfono móvil. Ya era bastante tarde. La neblina cubría la milenaria ciudad y una luz tenue, proveniente de sus típicos faroles, impregnaba de misterio las estrechas y empedradas callejuelas de la vieja ciudad árabe.
Abrigándome todo lo que pude, salí en dirección a las afueras del recinto amurallado en busca de mi coche con la intención de recuperar mi teléfono, del que, desgraciadamente, no puedo separarme nunca.
El húmedo suelo estaba formado por un sinfín de guijarros, más adecuado, quizás, para el trotar de los caballos que para el caminar de las personas. Me fijé en sus estrechos callejones, en lo sinuoso de su trazado, en sus paredes encaladas y en los portones centenarios y majestuosos que dan acceso a palacetes de familias nobles, cuya historia, en la mayoría de los casos, se remonta a la oscura y triste época de la reconquista y, tras ello, a la expulsión de los musulmanes y los judíos que cambió la historia de la ciudad para siempre.
He de reconocer, en cierto modo, que mi mente se hallaba sugestionada por el hechizo de la ciudad, embelesado en su nocturna y solitaria belleza, cuando, de entre las sombras, surgió a lo lejos, la figura de una extraña mujer que pronto comenzó a pronunciar mi nombre como si me conociese de toda la vida. Aunque no soy muy dado a tales excesos de confianza, me paré a escuchar lo que decía:
-José, José, ven por favor, necesito tu ayuda - dijo tuteándome aquella mujer que, ataviada con un vaporoso vestido, había salido del Callejón de la Luna.
Sin dudarlo, dando rienda suelta al caballero -de la oronda figura- que llevo dentro, me dirigí hacia el callejón por donde se había adentrado la misteriosa dama, cuyo vestido me resultó mucho más antiguo, si cabe, que los que se compran a precio de saldo en los modernos outlet. 
-José, José, por aquí, ven raudo, por favor - volvió a chillar la señora, mientras su silueta se difuminaba entre las sombras de una callejuela contigua.
Sin saber por qué, decidí seguirla. Por momentos me sentía más confundido y angustiado entre aquel laberíntico entramado de origen Omeya. Era poco más de la una de madrugada y me extrañó no encontrarme con nadie por aquel barrio donde los judíos vivieron sus últimos días en Córdoba antes de su forzado éxodo hacia el norte de África.
-Estoy aquiiií, síguemeeeé, ya casi llegaaaamos -dijo la misteriosa mujer adentrándose por un callejón aún más estrecho que todos los demás.
Entré, con más miedo que ganas de cenar, por aquel angosto callejón que a mitad de su trazado se estrechaba dramáticamente. Pensé, de manera espontánea, que un obeso norteamericano adicto a mcdonald´s se habría quedado allí atrapado de haber intentado perseguir a tal escurridiza fémina. Yo conseguí pasar por la estrechez, a duras penas, y continué con la persecución de aquel espectro vestido de tul. Me encontré, sin saber si tenía o no relación con aquel enigma, una zapatilla Converse de pequeño tamaño, lo que me hizo suponer que podría ser de una chica joven, pero al no encontrarle relación al objeto con mi perseguida la dejé en su sitio por si su despistada propietaria regresaba a buscarla.
Mi sorpresa fue mayúscula cuando, unos pocos metros más adelante, el callejón se ampliaba para acoger, caprichosamente, a un limonero que se mostraba rebosante de molludos y olorosos limones. Tras él, un soberbio muro con un vieja puerta cerrada con un oxidado candado daba por finalizado aquel laberinto, sin dama ni fauno. Enganchado a una rama del resguardado limonero, como si fuese una señal del más allá, encontré un pañuelo arabesco que al acercarme a mi prominente nariz me brindó un dulce olor a jazmín.
De esa guisa, con el enigmático pañuelo arrimado a mi napia, regresé compungido sobre mis pasos. De pronto, escuché un grito que casi me provocó un ictus:
-¡Oye colega! Hip ¿Has visto por ahí una zapatilla? Hip -me preguntó una chica  que parecía haber ingerido, al menos, una arroba de calimocho.
-Sí, joven, aquí está -le dije mientras me agachaba a cogerla del suelo.
-Pónmela, hip, colega, que si me agacho me caigo, tronco, hip -dijo la jovencita.
Tonto de mí, me puse a complacer a la adolescente, como antes me dio por perseguir a aquella misteriosa señora del vestido vaporoso de color blanco isabelino, con la desdicha de que la intoxicación etílica que llevaba la puber le provocó -mientras yo ajustaba la Converse a su apestoso y ennegrecido calcetín- un tumultuoso vómito que me impregno, completamente, con una mezcla fétida de calimocho, salmorejo y restos magros de dudosa procedencia.
Curiosamente al salir de aquel callejón, muerto de asco, leí sorprendido un letrero que ponía: Callejón del pañuelo.
Así fue como regresé al hotel, con la fortuna de que mi esposa, que tiene tan fácil el dormir como el comer, estaba ya durmiendo a pata suelta.
Aprovechando la coyuntura que me brindaba su sosiego, me desnudé a la velocidad del rayo, metí la vomitada ropa en la bolsa de la tintorería que siempre hay en los armarios de los hoteles, que todo el mundo usa para meter la ropa sucia, y, vistiéndome de nuevo a la misma velocidad, salí de  la habitación con la apestosa bolsa en la mano en dirección a un contenedor de basuras.
Cuando me hallaba levantando la tapa de aquel metálico basurero, escuché, de nuevo, la misteriosa voz femenina que me reclamaba:
-José, José, ven, ayúdame por favor -dijo insistente la mujer.
Ahí fue cuando -discúlpenme mis queridos lectores- tuve que decirle a   aquella puñetera señora, perdiendo un poco la compostura:
-¡Qué te ayude tu puta madre, mi niña! -le respondí con cierto toque andaluz.
Así fue como sucedió todo. A buen seguro que muchos lectores dirán que nada de todo esto sucedió. De cualquier manera les aconsejaría que, si vienen a pasar unos días de vacaciones a alguno de los numerosos hoteles o pensiones que hay dentro de la antigua Medina de Córdoba, lleven mucho cuidado con la Señora de las Sombras, odia tanto a los turistas  como odió, en su día, a la Santa Inquisición.