miércoles, 28 de marzo de 2012

Días de hospital VI


A mi madre se le ha atragantado el hospital como a mi la última novela de Alvaro Pombo. Lo más terrible, sin duda, es lo de mi madre. Esta mañana aún se hacia la fuerte cuando le he preguntado:
-¿Cómo te encuentras esta mañana, mamá?
-Un poco mejor -me ha dicho con su lengua de esparto.
Yo me lo he querido creer, como un sediento que va por el desierto y se arrastra persiguiendo a un espejismo. Pero el espejismo se ha ido desvaneciendo por momentos, hasta darme cuenta de que los médicos no tenían ni idea de lo que le pasaba a mi madre.
En su informe diario la doctora me ha vuelto a decir:
-Su madre está, más o menos, como ayer. Su vientre esta ligeramente menos inflamado, pero los problemas respiratorios continúan -dice la facultativa.
-¿Cómo que continúan? Doctora, mi madre se está asfixiando desde hace dos días y está mucho peor que ayer -le digo elevando sensiblemente el tono de mi voz y fabricando un gesto facial tan caustico como contundente.
-Sí, sí, mejor voy a llamar a un médico internista para que nos de su valoración. La operación sigue bien, pero esto ya no tiene nada que ver con la operación. Esas complicaciones del postoperatorio las debe tratar el internista -dice un tanto comprometida por la situación.
Mi madre se esta apagando por momentos y el internista no hace acto de presencia. Al final me da la sensación de que los cirujanos no querían entregar a mi madre a los internistas. No sé si esto les suponga un demérito a los cirujanos, pero a mi madre esa indecisión casi le cuesta la vida. 
La que sí hace acto de presencia es la nueva compañera de habitación. Esta nueva paciente, que nos ha tocado, es de Murcia capital y del Opus Dei. Nada más llegar la señora, acompañada de su hija, se han puesto a rezar el rosario la mar de bien. Contradictoriamente, después de rezar, la señora se ha puesto a llorar de miedo por su operación, así que se me ha venido a la cabeza qué, quizás, a pesar de su filiación ultracatólica, la señora, en su fuero interno, no le tiene mucha fe ni a los santos ni a los médicos.
El miedo es como un buffet libre y cada uno coge el que quiere. Hay gente que le tiene más miedo a un bisturí que a la tercera guerra mundial.
Por fin viene el internista, y tras hacerle una placa en el mismo cuarto, le diagnostican a mi madre que tiene los pulmones encharcados. Y vienen las prisas. Cambio de medicación. Le ponen una sonda para orinar. Le administran diuréticos. Mi madre sigue empeorando, si es que eso fuera posible. Continua intentando articular palabras, casi siempre ininteligibles, pero que a veces se alcanzan a entender y casi todas hacen referencia a la cocina o los alimentos: el fuego está encendido o, hay carne en el congelador - hemos creído entender.
Luego todo se ha desarrollado en cascada. La subida de la tensión y la subida del azúcar, por fin han desatado todas las alarmas y han decidido ingresarla en cuidado intensivos.
¿Por qué razón no habrán hecho esto dos días antes? ¿Por qué teniendo todos los medios necesarios, dos plantas más arriba, dejaban asfixiarse a mi madre? ¿Es necesario, en la medicina actual, llevar a los enfermos hasta estos terribles extremos?
A las ocho de la noche la hemos visto en la UCI (Unidad de Cuidados Intensivos) Estaba, entre otras, con una máquina que le ayudaba a respirar y a penas si nos ha reconocido.
Esta noche la tendrá que pasar ahí solita. Esperemos que en la UCI trabajen con más coherencia. Pretendo invitar a mi madre este año, nuevamente, en Nochevieja.

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