lunes, 2 de abril de 2012

Días de hospital X



Pensábamos, hace veinte días, que llevábamos a mi madre a un hospital y, sin embargo, inconscientemente, la subimos en una especie de montaña rusa. Hoy arriba, mañana abajo, con unos cambios tan bruscos, violentos y arriesgados como en la popular atracción ferial.  
Hoy nos ha tocado, de nuevo, volver a tener esperanza, cuando ayer todo era miedo e incertidumbre. El Doctor Andrés Carrillo ha sido uno de los pocos médicos del Hospital Morales Meseguer en tratarnos como se deben tratar a las personas. No ha hecho ni dicho nada especial, tan sólo tratarnos de tú a tú, sin prisas, sentados en un despacho de manera distendida, sin lenguaje de robot y sin refugiarse en terminologías que ni su padre entiende. Lo mismo su enfermera dándonos ánimos junto a la cama de mamá:
-Vuestra madre esta bien, no debéis asustaros. He visto gente mucho mayor y en mucho peor estado que vuestra madre y se han ido a su casa. Ya veréis como vuestra madre sale de esta. Ella aún es joven -nos dice la enfermera con naturalidad y cercanía. 
Esta noche ha sido una noche en duermevela. El teléfono cerca en modo vibración. Todo preparado para salir corriendo ante cualquier llamada del hospital. Cada mensaje son dos vibraciones, así que, medio adormilado, escuchaba la primera vibración, esperaba la segunda y rezaba para que no sonará la tercera, ya que eso podría provocar la terrible metamorfosis que transforma un mensaje de spam en una llamada de teléfono definitiva.
Abril amaneció precioso. Los creyentes paseaban orgullosos su palmas tradicionales, realizadas por artesanos, o las más sencillas y humildes ramas de olivo en la puerta de las iglesias, por las calles y por las plazas, vestidos de domingo. Por el contrario, yo he preferido, mientras hacia tiempo para ir al hospital, plantar un árbol. Esta vez ha sido un sencillo limonero, ya que la experiencia con el drago canario no fue muy buena, me costó una lana y acabó secándose sin motivo aparente. 
Después de regarlo, me he acostado a su lado tomando el sol, para seguir conquistando el libro irreductible de Álvaro Pombo. Me han dado en varias ocasiones ganas de abandonarlo, pero después, pensándolo mejor, me lo he planteado como un reto. He decidido qué, para mí, ese libro sea una penitencia a mis errores. Tengo en mente varios títulos, que ojala y pueda leer junto a la cama de mi madre cuando la bajen a planta y que, posteriormente, compartiré con ella como de costumbre, aunque a veces, como la última, el libro: El cojo y el loco, del peruano Jaime Bayly le escandalizó.
- A mí no me traigas libros tan asquerosos. Yo no sé cómo te puede gustar  leer eso -me recriminó.
A ella le gusta leer en su balancín, junto a las cortinas que dan a la terraza porque hay más luz.
De nuevo, para nosotros y sobre todo para ella, hay luz al final del túnel. Ayer habíamos perdido la esperanza. La incertidumbre es un jodido virus hospitalario. Lo peor es cuando te la contagian los médicos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario