lunes, 13 de agosto de 2012

La novela de los cojones


No, amigos y amigas, lectores y lectoras de este mundo y del otro, no les aconsejo que se pongan a escribir una novela. Ni se les ocurra. ¡Danger! Es una movida que te cagas. Lo mío con ella es un sin vivir. Llevo poco más de cien páginas escritas y, tengo que reconocerlo, he sentido varias veces las ganas de tirar la toalla o de tirar la novela y el ordenador, todo, a tomar por culo. Bueno, lo que sería algo así como media novela, que es lo que llevo más o menos. Vamos, lo que yo les diga, esto es una mierda. ¿Qué mal aire me daría a mí para meterme a novelista? Con lo bien que estaba yo escribiendo relatos, de este tema y del otro, pasándolo bien, a mi aire, ahora me meto con Rajoy -el adalid de la lengua díscola- ahora con la prima de riesgo -que estira y encoge como la tripa de Jorge- más tarde con los chavales olímpicos, o mejor dicho, con las chavalas olímpicas que sino llega a ser por ellas nos venimos de Londres con menos medallas que Andorra. ¿Por cierto, se habrá llevado alguna medalla Andorra?
Pero como les decía, no vayan ustedes de escritores, mejor vayan de lectores, y, si puede ser, en verano lean poco, que entre el calor y la lectura sube la calentura y con el hastío se convierte en puterío. Por qué no me vayan a decir que no han leído la trilogía de Cincuenta Sombras de Grey. Vaya tela, si el Generalísimo levantara la cabeza y viera a nuestras mujeres leyendo esas porquerías le daría por reconquistar la Isla de Perejil ¿O era del Cilantro?
Háganme caso, por favor, aunque sea por una vez. Escribir una novela es un royo, tienes que estar todo el rato, erre que erre, con el temita dichoso, hasta la extenuación. Buscar contenidos que convenzan, que transmitan sentimientos, que sorprendan, que provoquen, que hagan reflexionar, que exciten, que asusten, que se lean fácil, lo que les decía, que es un trabajazo tremendo. ¿Y pa qué?
Si lo llego a saber, no continúo esta historia que me está jodiendo el verano. Pero ¡Qué recórcholis!  Esta me la acabo yo, aunque me lleve una ventolera en la terraza del hotel en Mondim de Basto en Portugal. ¡Qué paisajes, madre mía! ¡Qué vistas! ¡Qué bacalao!
A pesar de la novela de los cojones menudo veranito que me estoy pegando.

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