jueves, 9 de agosto de 2012

Puebla de Sanabria


Hoy he visto a los gigantes y cabezudos de Puebla de Sanabria y a su torito de fuego, sin fuego. He disfrutado mucho contemplado sus viejas calles empedradas, su castillo engalanado, mas sin embargo, cuando me he tropezado con su iglesia de Nuestra Señora del Azogue he comprendido por qué, en este viaje hacia Portugal, mis huesos han venido a parar a esta ciudad zamorana. 
Mi abuela siempre me decía: ¡Pepico, estate quieto que parece que tienes azogue! Yo siempre he sido de azogue, de mucho azogue. Lo que se dice un tipo inquieto, vamos que me muevo más que la prima de riesgo o que la compresa de una coja. 
Quizás por eso, cuando he contemplado la imagen de la virgen, mi corazón se me ha puesto del revés como un calcetín.
Postrado de rodillas ante la imagen, le he pedido perdón por mis pecadillos y le he dicho que estaba encantado de conocerla y esas cosas que se dicen en un primer encuentro cargado de diplomacia y buenas intenciones. Ella me ha recomendado que sea menos soberbio, que me lo tome todo con más moderación y que deje al mundo correr. 
La verdad, en esa revelación mariana, no he llegado a comprender demasiado bien el mensaje por lo que he salido del templo del siglo XII con una terrible confusión mental. En una cafetería, que se llamaba El Gordito, -cosa que he visto como otro claro signo premonitorio- me he puesto a reconsiderar el mensaje divino mientras me zampaba un dulce típico y un cortado con hielo, más que nada, por si todas estas extrañas sensaciones eran producto de una bajada de glucosa, pero no.
He pensado que el mensaje podría hacer referencia a que lo deje todo e  ingrese en una comuna hippy, pero tras mirarme al espejo de la habitación en la Posada de la Cartería, me he dado cuenta de que no me vería muy bien de hippy. Me quedan cuatro pelos y estoy demasiado gordo. No doy el perfil. Por lo que sí molaría sería por lo del sexo libre, pero yo ni fumo porros ni na de na.
No pensaba que en mi primera experiencia mística me surgirían tantas dudas. Ahora que, por fin, estoy de vacaciones, me deshago en un ser o no ser, en un hacerme o no hacerme incontrolable. Desde que La Virgen del Azogue se ha dirigido a mí, el azogue me ha vuelto con fuerza para joderme las vacaciones. ¡Menuda putada, macho! Eso me pasa por ser tan ateo. 
Como decía mi abuela Mercedes, que en paz descanse: Pórtate bien, Pepico, que el Señor te va a castigar.
Espero que tanto azogue no degenere en Alzheimer, yo, con mi colon irritable, ya tengo bastante.  

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