sábado, 8 de septiembre de 2012

Deuda saldada



Aquel día se la jugó. Ahora o nunca, debió pensar. Fue hacia ella y le dijo: María, me gustaría que vieras algo que he pensado que te podría encantar como regalo de bodas. Creo que te va a venir muy bien. Mientras le hablaba, sus miradas se mantuvieron fijas varios segundos, durante los cuales, parecieron enviarse un mensaje en clave que estuviera prediseñado y latente desde mucho tiempo atrás.
María y Fran eran compañeros de trabajo desde hacía casi una década. Pese a no haber existido nunca nada entre ellos, era evidente que disfrutaban de una gran complicidad; una extraña química reconocida por los dos que les mantenía siempre expuestos ante la posibilidad de entrar, en cualquier momento, en una efervescencia incontrolable.
No le dio más detalles de la cita y eso la desconcertó. Nunca habían quedado fuera del trabajo, y, justo ahora, a escasas fechas del día de su boda, él se lo proponía.
María estuvo atacada de los nervios y ansiosa durante las dos horas que le quedaban de monótono y rutinario trabajo en la oficina.
Durante ese tiempo no paraba de darle vueltas a la cabeza sobre si haría bien, haciéndose la inocente, yéndose con él a ver ese hipotético regalo de bodas, o, por el contrario, debería hacer lo políticamente correcto, que era darle esquinazo, dejarlo con tres palmos de narices y, al día siguiente, ponerle una excusa de perogrullo.
Pero esa tarde María decidió prescindir de la corrección y de todo aquello que se supone que hay que hacer. Le tranquilizaba conocer lo suficientemente a Fran, como para saber que nada de lo que sucediera esa tarde entre ellos dos,  trascendería nunca a nadie. Fran tenía fama de discreto, más que nada por estar casado y ser el primer interesado en guardar las apariencias.
Salió muy nerviosa de la oficina sabiendo que el regalo, con toda probabilidad, era una asignatura pendiente desde hace mucho tiempo entre ella y Fran. No daba crédito a que ese sueño privado e íntimo que mantenía latente con Fran desde hacía años, estuviera tan cerca de materializarse. Sentía su corazón  latir muy acelerado. Su boca se secaba por momentos, llegando a temer que sus labios se resquebrajaran como las orillas de un pantano en pleno agosto. En su bolso rebusco un caramelo, que días atrás cogiera en la consulta de su ginecólogo, y se lo llevó a la boca.
Los pasos en dirección a su coche se hicieron eternos. Sentía una inusual pesadez en sus piernas, debida a la tensión que le provocaba el desconcierto de no saber nada de Fran. Miró el móvil pero no encontró en él ningún mensaje ni ninguna llamada perdida.
Al llegar a su vehículo entró rápidamente, dejando su bolso en el asiento de al lado, sin dejar de mirar al teléfono, como necesitando con urgencia instrucciones, noticias... La situación le estaba desbordando. Temía que le llamara su novio. No se sentía capaz de entonar lo suficientemente bien la voz como para que él no se diera cuenta del engaño.
En ese instante, Fran llegó con su coche y lo colocó a su altura. Con la mano le hizo un gesto para que bajase su ventanilla, y este le dijo simplemente... ¿Me sigues?
Ella no dijo nada, tan sólo lo miró esbozando una sonrisa nerviosa.

Mientras los dos circulaban en fila india por la carretera, sus corazones bombeaban sangre al máximo de su capacidad. De hecho, María notaba como se engarrotaban sus brazos y rezaba, por su seguridad, para que el trayecto no fuese demasiado largo. Esa indescriptible sensación se estaba transmitiendo a sus piernas. La conducción se le dificultaba por momentos. Un sudor frío se apoderó de su cuerpo y su mente se comportó como un ordenador colgado, incapaz de responder a las exigencias de su usuario.

El destino de tan deseado como indebido itinerario fue un discreto motel de las afueras. Él parecía conocerlo. Ella, sin embargo, nunca había estado allí.
Les asignaron la habitación número cinco.
No hubo romanticismo. Ella lo quiso abrazar para besarlo, apasionadamente, pero él se lo impidió.
-Desnúdate, le exigió Fran sin más preámbulo.
Un tanto confusa, ella le obedeció casi de manera inconsciente. Él hizo lo propio.
- Túmbate al borde de la cama y abre bien tus piernas –le ordenó de forma tajante.
María obedeció como fuera de sí, sin oponer resistencia ni objeción alguna, víctima de una excitación que inundaba su cerebro de un nivel inaudito e incontrolado de hormonas que confundían su voluntad y anulaban su capacidad de reacción.
Fran comenzó a lamerle su sexo de una manera ansiosa y salvaje. El sexo de María ya era un mar de fluidos antes, incluso, de haber salido de la oficina. El contacto de la lengua y la boca de Fran provocaron en ella una corriente eléctrica, tan sólo comparable a un suave orgasmo permanente que se extendiera por cada centímetro de su delicada piel.
Cuando Fran se sintió saciado se incorporó y le pidió a María que se acariciara. La compañera, como una autómata, colocó bajo su cuerpo la almohada de aquella cama de alquiler, bajó su mano y comenzó a acariciarse enfervorizada ante la mirada lujuriosa e insaciable de Fran. Él hacía lo mismo, forzando la postura para que su escroto rozara con el sexo mojado de María.
Ella, extasiada, aceleró el ritmo del movimiento de su mano y comenzó a gritar enloquecida sin ningún tipo de prejuicio, alcanzando el mayor orgasmo de su vida.
Él eyaculó sobre el cuerpo de María un semen tan caliente que casi la abrasó.
Después de unos instantes, con un tenso silencio entre los dos, ella le preguntó:
-¿Te apetece penetrarme?
-No María, si lo hiciera no me sentiría cómodo el día de tu boda. Mejor lo dejamos así –le respondió Fran.
-Pero, ¿Vendrás a la boda, verdad? –le preguntó la chica.
-Iré, no te preocupes. Seguro que serás la novia más guapa del mundo –le contestó Fran.
Una vez vestidos, bajo el umbral de la puerta de aquel sórdido cuarto,  abrazándola con fuerza, la besó apasionadamente en la boca.  María disfrutó de un beso que, de manera inconsciente, llevaba esperando desde hacía mucho tiempo.
Después, sigilosamente, los dos abandonaron el motel y aquella extraña e inconfesable deuda quedó saldada.

2 comentarios:

  1. Las deudas sean por la razón que sean han de ser pagadas para partir al otro mundo de la mejor forma posible

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  2. Siempre se queda algo sin pagar, no siempre se saldan las deudas, aunque se demuestre lo contrario.

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