sábado, 27 de octubre de 2012

El péndulo


Bonito y sonoro nombre: El péndulo. El torbellino que es mi vida hoy me arrastró hasta aquí. Me duele comprobar como la hostelería, en cada viaje que hago a México D.F., le gana más terreno a la librería. La cultura vende menos que los huevos estrellados con café americano.
Pero yo, como soy más raro que un perro verde, me he comprado un libro de un portugués titulado: La máquina de hacer españoles. Suena bien.
Salgo de este templo de los libros y, a dos pasitos, en la misma calle Londres, pido un cortado en un Starbucks y se me quedan mirando como si hubiese nombrado al diablo.
Al final, mientras decido si comenzar el libro o escribir algo en la BlackBerry, saboreo el café y reflexiono, sobre este mundo y el otro, sin llegar a ninguna conclusión que sea capaz de cambiar el rumbo de la historia. Ni tan siquiera de la mía. Como el señor que pasa una fregona ennegrecida por el piso, o el aparcacoches que ruega por un pesito a una señora de fotonovela que acaba de aparcar en la acera de enfrente, o la joven chilanga que me ha servido el café.
Todos iguales y, sin embargo, todos nos sentimos distintos. Todos tan diferentes y, al mismo tiempo, tan parecidos.
Al otro lado del charco me espera mi mundo, mi familia, mi casa y mi máquina de café. Mi vieja Saeco sí me entiende, y me agradece cada día que no la abandone por una moderna pastillera de Nespresso. No lo haré, vieja amiga, no tengas miedo, soy un hombre con principios.
Valter Hugo Máe me ha acompañado esta mañana a tomar un cafecito y ni tan siquiera se habrá enterado, tal vez seguirá haciendo españoles con su máquina.
Son las cosas que tiene la literatura. Magia. 

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