domingo, 4 de noviembre de 2012

Ojo que cae


Huyendo de las palabras me he vuelto a refugiar en las imágenes. En esta mañana lluviosa mi lado plástico se ha impuesto al literario. Otro arrebato me ha empujado nuevamente, a las tijeras y al pegamento, como si las olas arrastraran de mí, cual naufrago, hacia una desconocida orilla.
Días atrás, un taxista de México D.F. me dijo que los jóvenes siguen inhalando pegamento: "van con su mona". Quizás se ven un poco menos que antes, pero vaya que sí se ven. A mí "la mona" que es mi ansiedad, me da por recortar y pegar, aunque después, de forma incontrolable, recurro a las palabras como un recurso plástico en una fusión artística, angustiosa y muy particular, que produce como resultado un microrelato visual.
En realidad, muchos de mis collages son auténticos jeroglíficos, mensajes en clave que, en ocasiones, ni yo mismo alcanzo a comprender. Surgen, espontáneos, sin premeditación, como en los montes surgen las setas en otoño, o como regresan las golondrinas cada año en los balcones sus nidos a colgar, como apuntaría Bécquer, si el enfermizo poeta levantara la cabeza.
Hace tiempo que no recurría al collage como medicina para atenuar mi ansiedad, pero hete aquí que, una vez acabado y leído el mensaje que, inconscientemente, mis manos han depositado sobre esa cartulina negra, mi ansiedad se ha multiplicado exponencialmente.
Ojo que cae. ¿Qué es lo que cae?: ¿El ojo?, ¿Unos caballos expulsan a otro caballo?, ¿La caída del caballo?, ¿Se cae España?, ¿Se cae el sistema financiero? o, quizás,más fácil aún: ¿Me estaré cayendo yo...? 
Mi último psicoanalista se suicido clavándose unas tijeras después de haberse comido los collages que le llevé a su consulta. En la autopsia los encontraron todos en su estómago. No es para menos. Durante el sepelio, mientras todos lloraban, yo me sentí orgulloso. Miré a los familiares con la supremacía con la que un verdugo mira a la concurrencia de una ejecución. Me vine arriba y pensé en visitar, el próximo lunes, a otro psicoanalista llevando conmigo, bajo el brazo, un buen montón de estos malditos collages. Mientras me veía como un gran asesino en serie, pasando a los anales de la historia policial, escuché, entre sollozos y suspiros, a una anciana que decía:
-Se lo dije una y mil veces y no me hizo caso. Manolo, Manolin, no compres tantos apartamentos, por favor. Pero nada: como el que oye llover. ¡Ay, mi Manolin! ¿Qué necesidad tenías tú, con el buen dinero que ganabas con tus loquitos?
Eso es lo que menos me gustó. Ni tan siquiera fui el culpable del suicidio de mi psicólogo con la ilusión que me había hecho.
¡Uff! Lo mio va a peor. Por si las moscas, no miren mucho el collage. Al parecer, no es recomendable para la salud.


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