lunes, 31 de diciembre de 2012

Collage de fin de año


Hace unos días mi primo Pedro me preguntó si aún seguía haciendo collages. Le dije que sí, pero que mucho menos que antes. Le confesé que ahora gran parte de mi creatividad se la bebe este maldito blog, que me tiene enganchado y me resta tiempo para otros menesteres más productivos. 
Cada una de mis entradas, al igual que cada collage que hacía o que hago, son algo así como un jeroglífico contemporáneo que cuanto más los miras o cuanto más los lees menos acabas entendiendo. 
Las personas vivimos con ese tremendo problema: ¡queremos entenderlo todo! cuando en realidad, la vida esta creada para que no entendamos absolutamente nada. 
Querer entender la vida es como pretender coger agua con las manos. Siempre se nos termina escapando por algún lado. 
Mis collages o mis entradas al blog son lo mismo, salvo que utilizo distintos lenguajes para llegar al receptor, ya sea lector o espectador. Hubo un tiempo donde la plástica me fluía más que la retórica, de hecho, de vez en cuando, algún que otro amigo o seguidor de este humilde blog me los reclama.
Quizás por eso, he querido terminar este año 2012 con un sencillo y humilde collage y compartirlo con todos los que periódicamente os asomáis por aquí en busca de cualquier ocurrencia de este loco que os escribe.
Muchas gracias a todos por vuestras visitas y Feliz 2013. 

sábado, 29 de diciembre de 2012

El funambulista


Cuando decidí convertirme en un equilibrista circense mi vida cambió por completo. Ahora, al contrario de lo que pudiera parecer, lo vivo todo con menos tensión, a pesar de que mi existencia transita sobre un cable de acero, y me juego el físico en cada función mirando al tendido, como un torero, mientras la gente se atiborra a palomitas y refrescos.
También me planteé la posibilidad de meterme a torero pero me duele mucho el dolor ajeno, aunque sea el de un morlaco con cuernos de quinientos kilos, y elegí lo del equilibrio, ya que el dolor, de producirse, sería mío y no se lo provocaría a nadie.
Primero ofrecía mi número con red, pero pronto me di cuenta de que la ausencia de riesgo desmerecía de forma notable mi espectáculo, así que, cuando adquirí mayor destreza y seguridad, eliminé la red. Ahora, en el Circo Kamikaze del Japón me juego el físico en cada función y miró a la vida sin miedo, como si deambular por un cable a más de veinte metros de altura sin red, fuera lo mismo que pasear por las Calas de Bolnuevo mirando a las tías  que hacen topless. 
De hecho, mirar a las mujeres me resultó más peligroso que lo del cable, ya que, el verano pasado, por mirar a las tetas de la novia de un orangután curtido en un gimnasio de mala muerte, me llevé tal somanta de palos que casi pierdo mi puesto de funambulista, con lo mucho que me había costado conseguirlo, después de llevar tres años sin un puto empleo.
Bueno, sí, lo reconozco, estuve un tiempo recogiendo cartones por las calles, hasta que un grupo de energúmenos, que se bajaron a la carrera de una furgoneta, me acusaron de intrusismo profesional y me invitaron amigablemente a cambiar de oficio, o de ciudad, y como no tenía ni para el autobús decidí probar suerte con la vacante del Circo Kamikaze del Japón, cosa que conseguí por pura intuición.
Del susto que me dio la visita improvisada del sindicato de recogida de cartonajes y otras inmundicias se me descompuso el estómago. Tuve que entrar a la carrera al retrete de un bar cercano. Pese a que llegué a tiempo, lo puse todo perdido. Al salir, el camarero me miró con cara de pocos amigos y me dijo:
-Oiga, para usar el aseo hay que tomar algo.
Rebusqué en mis bolsillos y me encontré una moneda de dos euros.
-Póngame un café con leche, por favor -le dije.
Al ojear el periódico, me llamó la atención un titular de las páginas de sucesos: "Muere equilibrista al precipitarse al suelo desde más de 20 metros".
En la lectura me cercioré de que el circo estaría retenido varios días en la ciudad hasta que la policía determinara las causas del accidente.
Sé que muchos de ustedes lo verán mal, pero yo, al día siguiente me presenté en el circo a solicitar la plaza de equilibrista.
- Buenos días caballero: ¿Es usted el director del Circo Kamikaze de Japón? -pregunté a un tipo que había sentado en una especie de despacho que había en una de las caravanas.
- Así es. ¿En que le puedo atender? -me preguntó tan educado.
- ¿Usted no es japones, verdad? -exclamé con inquietud.
- ¿Y por qué habría de serlo? -me preguntó ligeramente desconcertado.
- En el cartel pone Circo Kamikaze del Japón -le repliqué inocentemente.
- No, no, eso no es así. Yo me llamo Carlos Japón Torrequemada y este es mi circo -entiende ahora lo del Japón, me cuestionó.
- Perfectamente -respondí circunspecto intentando reponerme de mi colosal metedura de pata.
- ¿Qué le trae por aquí? -preguntó Don Carlos.
- Vengo por lo de la plaza de equilibrista, si puede ser -le contesté.
- Usted debe de estar equivocado, aquí no hemos ofertado ninguna plaza de equilibrista. De hecho, después de lo ocurrido, incluso nos planteamos eliminar ese número de nuestro repertorio -me explicó el empresario.
- ¡No, hombre! No haga usted eso. Yo puedo sustituir al difunto cobrando la mitad de lo que él cobraba -le propuse espontáneamente, sin pensar mucho en las consecuencias de lo que le estaba planteando.
-¿Pero usted es equilibrista? -preguntó con interés.
-Equilibrista, lo que se dice equilibrista, no. Pero después de más de tres años sin empleo he hecho cientos de equilibrios y contorsiones dignas de la pista principal de cualquier circo que se precie. Caballero, si hiciera falta, yo, por ese empleo, me subo en calzoncillos hasta en un cable de alta tensión -le solté al del circo sin nada que perder.
- ¿Sabe una cosa? Usted tiene tablas -me dijo mirándome fijamente.
- No señor. Yo tengo púas. Muchas púas. Debo dinero para trabajar mientras viva -le respondí con sentido del humor, con una frase hecha robada a un buen amigo.
-Pues creo que con esas tablas y esas púas podemos hacer de ti un buen funambulista. ¿Estás dispuesto a vivir en un circo y estar viajando diez meses al año? -me preguntó Don Carlos.
-Aunque fueran trece meses al año -le respondí.
Así es como me convertí en equilibrista. A los pocos meses me lié con la viuda del domador de leones. Su infortunado marido murió devorado por sus fieras un día que se resbaló en la jaula mientras realizaba la limpieza. No le dio tiempo a levantarse. 
Cuando estoy sobre el cable me gusta mirar a la gente. Yo sé qué lo que ellos  anhelan es que me pegue un porrazo y me rompa la crisma, pero no pienso darles en el gusto. Me encuentro muy contento soportando el difícil equilibrio  que me supone subirme dos veces al día al cable de acero y domar a la hermosa viuda del domador.
Entre usted y yo: siempre me han gustado mucho los equilibrios.
De hecho, aprovechando que han echado al nuevo domador, porque los leones no le hacían ni puto caso, me he comprometido con Don Carlos a ocuparme también del tema.
Al final todo es cuestión de equilibrio. A mí eso siempre se me ha dado bien.

martes, 25 de diciembre de 2012

El pendejo que quería escribir


La neta es que me gustaría escribir mejor, pero la realidad me dice que mi escritura es pura chingadera. Por mi cabeza pululan cientos de historias que, por la complejidad en aposentarlas sobre un papel en blanco, siguen revoloteándome por los sesos como una nube de moscos y, a la mera hora, comienzo escribiendo cuatro pendejadas que al tantito me provocan ganas de agarrar un revólver y pegarme un tiro.
Sí, es evidente que tengo algo de paranoico, pero vivo feliz en mi locura que me ayuda a subsistir haciendo de estatua humana en Ciudad de México, en lugar de no parar de escribir, que es lo que a mí me gustaría. Pero no sé.
He pensado en contratar a un escribiente para que me corrija todo lo que no consigo escribir derecho, pero al ratito, cuando pienso en ir a buscarlo a su buró, me da tremenda hueva, mano. Así un día tras otro y yo sin haber escrito mi ópera prima, como Dios manda, buey.
Yo lo que quiero es expresarme, pero por mi oficio de estatua viviente, ¿cómo chingadas lo voy a hacer? ¡Por eso ando frustrado hasta la madre, cabrón!
Me refugio a menudo empedando. Tomo mucho ¿qué crees? Casi todo lo que gano me lo ando gastando en puro vicio. Me gusta el tequila bueno pero, como no tengo lana, me bebo el más barato que encuentro en el Oxxo. El hígado ya lo tengo tan inflado como un melón.
Cuando por la mañana me levanto en la pensión de doña Julia y comienzo a pintarme de plata, odio la pintura, la brocha...y lo mandaría todo a la chingada. Luego me voy a la puerta del restorán de un hotel, donde los ricos, que viven en las privadas y andan con chófer, acuden a desayunar.
Al chófer no lo invitan y este espera tirando piropos a todas las chavas que por allí pasan. Subido a mi pedestal, sin hablarles, les deseo que las sincronizadas o las enchiladas les sienten tan mal, que les hagan pasar tremendo ratito en el tocador. Pero, por lo que parece, mis maldiciones no les causan efecto y se regresan cada mañana tan ricamente.
Lo peor de todo es que este oficio de estatua me aporta mucho tiempo para pensar, buey. Pienso en novelas, que luego no sé ni cómo empezar, ni cómo escribir. He de reconocer que en la prepa siempre andaba expulsado. Cuando estaba dentro, mi única devoción eran las chavas. ¡Cuánto me gustaban! Pero eso era antes de darme cuenta que, debido al poco empeño que le pusieron mis padres, conforme iba creciendo mi fealdad iba en aumento, por lo que la única novia que me recuerdo fue en segundo de primaria.
Noelia era una güerita muy linda. Decía que yo era su novio, hasta que un día apareció por clase con unas lentes. Su madre la había llevado al oculista porque, al parecer, la niña se iba estrellando con todo y la cosa iba a peor. Ese mismo día, en el descanso, me abandonó como a un perro. ¡Cómo me dolió, buey! Se fue a jugar con Marcos, que era hijo de un policía federal de caminos. Marcos siempre decía que su padre tenía un revólver con el que, a la postre, terminó quitándose la vida, un día que se enteró de que venían por él. Alguien había hablado demasiado. Yo me alegré mucho, pero luego me fui a confesar con el padre Damián de puro remordimiento. Me perdonó. El padre Damián siempre quería que me apuntara de monaguillo. Decía que iba a ser muy bueno conmigo, que me iba a regalar no sé qué cosas, pero yo no me fiaba ni de mi padre.
Cómo iba yo a fiarme de mi padre, si siempre andaba pedo y madreándonos a todos. Eso fue hasta aquel día. Lo vi subir por las escaleras. Venía pedo como siempre. Pedo y meado venía el buey. Yo estaba jugando a un lado de la puerta y me retiré, dejando -por descuido- unos cochecitos de fierro, que mi padrecito pisó, lo que hizo que cayera escaleras abajo, partiéndose la cabeza como una nuez. El golpe sonó a hueco. En el suelo movió un poco sus piernas, pero al tantito dejó de hacerlo. Lo vi expirar.
En el entierro mi mamá lloraba más que cuando mi padre la golpeaba con el cinto. Sin embargo, yo no lloré. A la mera hora yo me sentía padrísimo, aunque esta vez no fui a contárselo al padre Damián, porque me quería meter a fuerzas de monaguillo y yo no quería.
Cuando estoy en mi trabajo de estatua plateada, lo único que hago es pensar en lo lindo que sería escribir todas las cosas que pasé y que nunca le conté a nadie, por pura pena. Nadie las conoce. Me gustaría contarlas, pero no sé, buey.
Quizás no sea bueno contar la causa que apartó al padre Damián de dar misa, o el motivo que provocó la anulación de la boda entre Marcos y Noelia la güerita, después de ser novios tantos años, cuando faltaban para el evento no más de tres semanas, o aclarar qué hago yo disfrazado de pirata metalizado y mi único oficio sea hacer de estatua en el Zócalo capitalino y rascarme los huevos con el garfio cuando nadie me mira. A veces, no sabes qué es mejor, buey: si callar las cosas o contarlas.
Así me va la vida. Pero lo que yo siempre he querido, lo que aún cada noche sueño, es ser un gran escritor. No sé si lo lograré. De momento, me conformo con ponerme pedo y que no me caguen mucho las palomas.

Relato perteneciente a mi libro: Momentos de ida y vuelta.
http://www.amazon.es/Momentos-ida-y-vuelta-ebook/dp/B006GGG09M

domingo, 23 de diciembre de 2012

Creatividad: Se venden tortugas a un euro


La creatividad es un valor. Nos permite cambiar y mejorar. Nos facilita distinguirnos de los demás. Nos abre puertas cada vez que la necesitamos. Ella nos espera ahí, agazapada e invisible, esperando que, cada uno de nosotros, le otorguemos el protagonismo que se merece. La creatividad es ese aliado silencioso que, por modesto y económico, la mayoría de las veces, permanece dormido en el cajón de nuestra rutina. 
Estas tortugas que compré esta mañana -a un euro la pieza- son un sencillo ejemplo de que aún se puede vender pan, a golpe de creatividad, en el siglo XXI. Esto me llevó a preguntarme: ¿Cuántos siglos llevarán los panaderos vendiendo pan? Pues a pesar de esos miles de años, la creatividad, en las manos de un buen panadero, todavía es capaz de marcar grandes diferencias. 
En el mercado tradicional al que suelo ir a comprar todos los sábados hay cuatro panaderías. Os puedo asegurar que ayer la que más llamó la atención del abundante público que abarrotaba la plaza fue la de las tortuguitas. Y las tortugas servían de reclamo perfecto para vender dulces de navidad, repostería, rosquillas, etc.
Cuando compré mis dos ejemplares felicité a la dependienta y le pregunté  que cómo iba la venta de ese tipo de panes. Me respondió que genial, que había hablado con su jefe y que, esa misma mañana, ya estaban desarrollando más diseños con otros animalitos.
Me gustó su sonrisa. Me agradó sentir la ilusión y la positividad que ese pequeño ejercicio creativo, por sí solo, había sido capaz de generar en aquella pequeña empresa de panadería y, lo mejor de todo, esa positividad me la llevé en mi bolsa.
En el coche, de regreso a casa, iba pensando en todo esto. Al llegar se las enseñé a mi esposa y esta esbozó una enorme sonrisa. ¡Qué cosa tan bonita! ¿Dónde las has comprado? -me preguntó.
Siempre lo he dicho: Lo que se hace con ilusión se recibe con ilusión.
Disfrutemos sin complejos de nuestra creatividad. Es gratis y maravilloso.
Atrévete a crear.

viernes, 21 de diciembre de 2012

Benditos clientes


En muchas ocasiones, los que nos dedicamos a algún tipo de actividad comercial, nos obcecamos en nuestra rutina, nuestros problemas y nuestras necesidades y dejamos de lado el objetivo prioritario de nuestros negocios, que no es otro que satisfacer a los clientes. 
Nuestros clientes -si es que fueran nuestros- nos buscan por todo aquello que les aportamos y que nos diferencia de nuestra competencia. Eso, a estas alturas, no es ningún descubrimiento pero sí lleva intrínseco el mensaje de que si no somos capaces de aportar valor a nuestra relación con ellos, está irá perdiendo todo su sentido y los clientes, poco a poco, se irán a buscar otras opciones que les sean más ventajosas y atractivas.
El trato al cliente es casi una religión. Desde que entra por la puerta de nuestro negocio, hasta que se marcha y, ahora, gracias a las nuevas tecnologías, incluso cuando está cómodamente sentado en casa, tiene que estar recibiendo, por nuestra parte, mensajes que sirvan para consolidar y aportar valor y credibilidad a esa vinculación emocional que les une a nosotros.
Los pequeños detalles marcan las grandes diferencias. Si obviamos esos detalles estamos disminuyendo valor y estamos convirtiendo esa visita del cliente en algo rutinario. 
Detalles tan obvios como la temperatura de nuestro negocio, la limpieza, la iluminación, el orden, el nivel adecuado de la música, nuestra uniformidad, nuestro rigor profesional y, lo que es más importante y totalmente gratuito: nuestra sonrisa, en multitud de ocasiones escasean o simplemente no forman parte de la cultura de muchos millones de negocios. Sin duda, esos negocios mediocres que abundan por todos lados, representan para nosotros una gran oportunidad de crecimiento.
Los mejores negocios de cada ciudad lo son por organizar su trabajo diario por y para sus clientes. Consiguen hacer de cada una de sus visitas una experiencia inolvidable; una experiencia en la que se sienten importantes y protagonistas, una experiencia en la que, en definitiva, alcancen a entender y valorar el sentido, la motivación y la calidad que se les ofrece.
Siempre que trabajemos con pasión conseguiremos apasionar a nuestros clientes.
Las personas somos emociones. A todos nos encanta la pasión.
¡Benditos clientes!

sábado, 15 de diciembre de 2012

Suerte


Soy un tipo con suerte. Todo el mundo me lo dice desde hace mucho tiempo. De hecho, en ocasiones, he sorprendido a gente restregándome décimos de lotería por la espalda con la ilusión de que les tocara el gordo. Pero el único gordo que les tocaba era yo. Otras veces, alguna mamá me ha traído a su bebé para que le librara del mal de ojo. Es lo que tiene ser un suertudo.
Quizás, por esa misma suerte que me persigue como una segunda sombra desde que tengo uso de razón, tengo la "suerte" de dirigir un equipo comercial que, pese a la crisis, sigue creciendo y disfrutando de su trabajo, y lo que es mejor aún, intentando ayudar en todo momento tanto a sus compañeros como a sus clientes.
Tengo la suerte de que mi equipo haya aprendido a trabajar disfrutando, creando, proponiendo y sobre todo, asumiendo el hecho de trabajar, no como una obligación, sino como una oportunidad de desarrollo, tanto personal como profesionalmente.
Nuria Manuel y Yolanda Huertas -las dos bellezas que me abrazan en la foto- son dos de mis grandes suertes. Son un ejemplo a seguir. Ambas han cubierto hace días los objetivos que consensuamos, a comienzos de año, demostrándonos a los demás que sí se puede.
Nuria y Yolanda encarnan a la perfección a esas personas incansables, que se entregan a su trabajo en cuerpo y alma. Siempre están ahí cuando se les necesita. Sus colaboradores se sienten afortunados de tenerlas a su lado y sus clientes las valoran como si fueran parte de su propia empresa.
En un entorno de crisis, económica y de valores, como el que, desafortunadamente, nos está tocando vivir, ellas son la prueba evidente de que sí se puede. Sí se pueden alcanzar las metas y sí se pueden alcanzar los sueños.
Es cierto, por qué negarlo, yo sólo soy un tipo con suerte. Eso sí, con mucha suerte.
Gracias Nuria.
Gracias Yolanda.

martes, 11 de diciembre de 2012

El asesino confeso de Papá Noel


- Oiga: ¿Es la policía? -preguntó un tipo con voz temblecosa al otro lado del teléfono.
-Así es. ¿En qué le podemos ayudar? -contestó una voz femenina desde la comisaría.
-Yo, desde bien pequeño, odio la Navidad, sabe usted. Siempre he odiado a la Navidad, al Corte Inglés y a los anuncios de juguetes. ¿Me entiende o no? -dijo el hombre elevando sensiblemente su tono de voz.
-Caballero, tranquilícese por favor, no a todo el mundo le tiene porque gustar la Navidad. Si lo que usted necesita es hablar con alguien le puedo pasar el número del teléfono de la esperanza, allí le escucharán y le ayudarán mejor que nosotros -le aconsejó la señorita.
-Hace un rato, serían la tres de la madrugada, escuché ruidos en el tejado. Me levanté, agarré la escopeta de caza que siempre tengo guardada debajo de mi cama -por si las moscas- y salí afuera a ver qué pasaba -explicó el hombre visiblemente excitado.
-¿Y qué sucedió? -preguntó la mujer de la centralita con sumo interés.
-Era el gordo. Ese cabrón vestido de rojo y con la barba blanca. Llevaba un saco a la espalda. Estaba trepando por mí balcón. Al verme dijo: ¡Jojojo! Y no pude evitarlo. ¡No pude!. Le pequé dos tiros y lo vi caer al suelo sobre la nieve.
-Pero dígame ¿Dónde ha sucedido eso?...¡Oiga!¡Oiga!...
Y el tipo que odiaba a la Navidad colgó el teléfono.

domingo, 9 de diciembre de 2012

Strawn & Moon en Bullas


A mi correo electrónico llegó una invitación del Ayuntamiento de Bullas para asistir a un concierto acústico de un dúo canadiense en el Museo del Vino de esa bonita localidad del noroeste murciano. Invité a unos amigos y nos fuimos para Bullas desafiando al clima con ganas de ver no sé qué y, eso sí, degustar unos vinos de la tierra que no tienen nada que envidiarle ni a Riojas ni a Riberas.
Vaya por delante que yo de música ni flores, y de vino tampoco, lo mio a pesar de tener 45 años, aún no sé muy bien lo que es. Sólo busco en la música, especialmente en los conciertos en directo, que me emocionen. Que los vibratos, los ritmos y las entonaciones me movilicen las tripas y, mis vísceras, revolucionadas, hagan fluir endorfinas que me dejen embobado como cuando un lactante mira la teta de su madre.
Y así me quedé yo: embobado, pero sin teta. Mis vísceras se conectaron mágicamente con la música que fluía a raudales de unas gargantas tan distintas como prodigiosas. Una toda fuerza y la otra toda dulzura.
Las canciones fueron cayendo, una tras otra, con versiones muy logradas y creaciones propias, a la par que nuestros pies se iban congelando y, con ello, aumentaba también nuestro deseo por degustar esos vinos a los que nos daba derecho nuestra entrada.
Cuando terminó el intimista espectáculo que nos brindó Strawn & Moon, los  sufridos asistentes nos agolpamos alrededor de unas botellas que nunca llegaban a abrirse lo que terminó por desesperarnos e hizo que pusiéramos pies en polvorosa rumbo al clásico restaurante Avenida donde, rascándonos el bolsillo, por fin pudimos disfrutar de una botella de Lavia Plus 2006.
Gracias Strawn & Moon y a los organizadores, para la próxima, un poco más de destreza por favor. ¡Nos deben unos vinos!

https://www.youtube.com/watch?v=EVRnXRK9Dwg

viernes, 7 de diciembre de 2012

¡El mundo no se acaba el día 21!


Confirmado. El mundo no se acabará el día 21 de diciembre como habían predecido ciertos brujos mayas, cuyo paradero, en estos momentos, se desconoce. De hecho, esta misma mañana, un grupo de ellos hacía un llamamiento a la calma asegurando que, donde antes decían que sí, ahora decían que no. Estos señores me han recordado a nuestro presidente Mariano Rajahoy que, donde decía lo blanco, ahora hace lo negro y pasar no pasa nada. Para tranquilizar a la población mundial sobre si se acaba el mundo o no, la NASA ha emitido un comunicado donde asegura, con meridiana claridad, que el mundo -y con él el bombo de la lotería de navidad- seguirá girando el día 22, y la gente continuará matándose, arruinándose y reproduciéndose con toda normalidad. 
En Bugarach (Francia), como no podría ser de otro modo, la noticia ha sentado como un jarro de agua fría. Los miles de nuevos vecinos que se habían empadronado en la pequeña población para salvarse de la hecatombe que se avecinaba, y que estaban aportando pingües beneficios a la municipalidad y los comerciantes del lugar, han comenzado a hacer las maletas y se disponen a abandonar el pueblo en los próximos días.
Según una información, aún por contrastar, el promotor inmobiliario Jean Poul Belmont se habría suicididado al mediodía, ya que desde que las primeras noticias sobre la suspensión del fin del mundo comenzaron a circular por todas las agencias de información, las cancelaciones de las reservas de chalet adosados se habían comenzado a cancelar en cadena y los directores de varias sucursales bancarias andaban buscando al infortunado promotor.
Ahora, al parecer, los mayas vaticinan una nueva era solar en la que la paz y el entendimiento entre las diferentes razas, religiones y pueblos será lo cotidiano. Lo que no dice la fuente es si esa aseveración la expusieron antes o después de fumarse una pipa de marihuana o beberse unos tragos de ayahuasca.
De cualquier manera estamos todos de enhorabuena. ¡Seguiremos sufriendo una nueva era!

jueves, 6 de diciembre de 2012

Frío


Con los cuatro pelos que me quedan en guerrilla, los ojos llenos de legañas y el sabor del café aún en la boca, siento frío. Para atenuarlo he prendido la calefacción, pero el frío sigue pegado a mí como una lapa. Leer la prensa digital me ha aportado más frío si cabe. Un frío invisible, penetrante y silencioso que actúa con premeditación y alevosía. Tras hacer un estudio pormenorizado de la situación, he decidido abrigarme los pies. Miró la calefacción y, en lugar de subir la temperatura, veo en la pantalla un triangulito de color rojo: ¡Alerta!. Esta rota. Caput. 
Me tumbo en la chaise longue y me echo por encima una manta polar. Por la ventana veo que los árboles se balancean en una danza incontrolada y arrítmica. Comienza a nevar. En principio sus copos caen sutiles, como pompas de jabón o como plumas que mece el viento, pero, poco tiempo después, la nevada se hace fuerte y la nieve cae desafiante como un vigilante jurado analfabeto atiborrado de anabolizantes en la puerta de una discoteca del extrarradio.
Envuelto en la manta, decido comprobar de nuevo si la calefacción se hubiera recompuesto por arte de magia, pero, en el intento infructuoso por buscar alguna solución, descubro que se ha cortado el fluido eléctrico, lo que me provoca una extraña sensación de angustia.
En un impulso infantil decido encender una vela. Su luz no calienta pero, por alguna mística reacción, reconforta y da esperanza. Mientras, como hipnotizado, sigo mirando como cae la nieve. Recuerdo que en un cajón de la cocina tengo una pequeña radio con pilas. Escuchándola, al menos, podré sentir la voz de algún locutor dando consejos contra el reuma o la artritis, o el infatigable anuncio -al que reconozco cierto grado de adicción- ofreciendo un maravilloso antical doméstico que ahora está de oferta y que con la compra de uno te regalan otro y un paraguas. Efectivamente, al minuto de conectar el transistor suena implacable el anuncio del aparato antical y, como cada vez que lo he escuchado durante los últimos quince o veinte años, siento unos deseos incontrolables de comprar el aparato, aunque sigo sin entender por que razón aún no he atinado a comprarlo con lo mucho que lo deseo y con lo poco que cuesta; más ahora que, en plena época de lluvias, te regalan generosamente un paraguas.
Comienza el noticiero. El locutor explica que una ola de frío glaciar nos ha invadido por sorpresa. También comenta que el suministro de electricidad se ha caído y que los técnicos todavía no se atreven a pronosticar cuando podrán subsanar la avería. Dice que el desempleo sigue aumentando de manera incontrolada y que, Mariano Rajahoy, nuestro adalid de la lengua díscola, ha sido ingresado en un hospital privado víctima de una angina de pecho.
La radio se ha quedado sin pilas al mismo tiempo que la vela se ha apagado. Me levanto a por cerillas y sólo queda una. Al intentar encenderla su cabeza de fósforo salta sobre mi bata de guatiné y me provoca un agujero. Ya no quedan cerillas. A tomar por culo la vela y la radio. Sigue bajando amenazante la temperatura. Decido ir a por otra manta y me pongo otro par de calcetines.
La nevada sigue cayendo. La electricidad continúa sin venir. La batería del portátil se acaba. Tengo que dejar de escribir. Fin.

domingo, 2 de diciembre de 2012

El artista y la modelo


El título de esta entrada, pese a ser idéntico al de una reciente película del director español Fernando Trueba, no tiene nada que ver; y no porque no me gustase la película, que sí me gustó, sino porque mi relato va por otros derroteros. 
Entre el artista y la modelo siempre existe cierta química, una especie de tensión sexual que despierta, o provoca, dependencia entre uno y otro. A veces, esa tensión viene dada por la necesidad de comunicar o transmitir una idea, un estilo, o una nueva forma de hacer, que nace de la mente del artista y se transmite, a través de sus manos, hasta la modelo y de ahí al mundo. Cada modelo -o cada cliente- es el punto de partida donde comienza o acaba toda creación.
La modelo (cliente) debe aceptar y transmitir, sin esfuerzo, todo lo que define a nuestra propuesta; aquello que nos hará grandes o, por el contrario, nos arrastrará a las más absurda y lamentable mediocridad. No existen modelos o clientes sobre los cuales nos podamos permitir no dar lo mejor de nosotros mismos, porque, cuando nos tomemos esa libertad, habrá comenzado   nuestra decadencia.
En todos los trabajos deberemos dejar patente nuestro estilo, nuestro nivel de autoexigencia y, sobre todo, nuestro saber hacer. Si actuamos así el éxito nos acompañará durante nuestra trayectoria hasta el final de nuestra carrera.
Todo el esfuerzo y todo el trabajo bien hecho imprimirá un sello de calidad que nos irá definiendo cliente a cliente, modelo a modelo, y proyecto tras proyecto.
Las grandes diferencias las encontraremos en los pequeños detalles, que por obvios, la mayoría de la gente se salta a la torera. Para ser de los mejores se  requiere, sin duda, de muchos factores, pero sobre todo se requiere decisión. Una única y gran decisión: luchar cada día por ser el mejor.
De ese modo, cada cliente -o cada modelo- se convertirá en nuestra mejor carta de presentación. 
Nuestro objetivo prioritario ha de ser siempre la calidad.
Lo peor, o lo mejor de todo, es que cuando hayamos conseguido implantar nuestro concepto o nuestro estilo se estará acercando el momento de cambiarlo todo una vez más. Entonces, no nos quedará más remedio que llamar con urgencia a la modelo de turno y todo el proceso volverá a comenzar de nuevo.

En la fotografía el genial estilista polaco Marcel Kaluszkiewicz trabaja con una modelo en Kiev (Ucrania)

sábado, 1 de diciembre de 2012

Arrebato solidario


Aturdido por las hostias que la realidad le había pegado esta puta semana, Lorenzo se levantó aquella mañana sin rumbo ni dirección. Lo único que tenía claro era que debía ir al mercado. Los churros con chocolate no fueron bálsamo suficiente como para que se recuperara de la peligrosa deriva mental por la que transitaba. Se olvidó en casa del dinero para la compra, por lo que tuvo que reducir sus intenciones e intentar comprar carne, pescado y algo de verdura con menos de 20 euros que le quedaban en su cartera. Lo único irrenunciable fueron los churros. La vendedora de la ONCE, a la que de manera incontrolada siempre acaba mirando la prótesis de plástico, que le hace las veces de brazo izquierdo, le miró sorprendida cuando rehuyó su ofrecimiento. ¡Qué llevo las mamellas que tanto te gustan! - le gritó la lotera. Qué malo es conocerse -debió pensar él. 
Se quedó sin mamellas, como yo me quedé sin abuela. La compra fue tan rápida como el orgasmo de un eyaculador precoz, y las bolsas, anoréxicas,  tan sólo acogían en su interior productos de bajo coste: casquería, morralla, tomates para freír -que luego serían para ensalada- y fruta tan madura que tan sólo serviría para puré.
Él compraba de esa forma por la gandulería de no volver a casa a por el dinero, ya que en los mercados tradicionales aún no se puede pagar con tarjeta de crédito y desde joven sufre una alergia incomprensible hacia los cajeros automáticos,  pero eso le sirvió para fijarse en algunas personas que iban, puesto tras puesto, peleando por los precios o, inclusive, proponiendo ellos la oferta: 
-¿Sí me llevo un kilo de tomates y otro de judías verdes, me podrías regalar alguna patatica fea que tengas por ahí? -le proponía una señora al verdulero.
Algunas pedían algo de comida, directamente, en los puestos del mercado:
-¿Me podría dar algo de carne para mis hijos? -Llevamos muchos días sin probar la carne -suplicaba la señora.
-Dale un pollo a esta señora que yo se lo pago -dijo Lorenzo en un arrebato de solidaridad prenavideña.
-¡Qué Dios se lo pague, buen hombre! -respondió la mujer con lágrimas en los ojos. ¡Qué Dios le bendiga! -volvió a agradecerle ese pequeño gran gesto.
Ya sin dinero, Lorenzo sintió como su mente se había despejado. La nebulosa mental que le mantenía secuestrado aquella fría mañana, se disipó dando paso a una extraña sensación de felicidad y se olvido, de repente, de lo dura y jodida que había sido la semana que ahora estaba llegando a su fin.
Mientras caminaba hacia su coche de alta gama, Lorenzo pensó en lo felices que serían aquellos niños, al mediodía, con ese guiso de pollo, y él, también, inesperadamente, se sintió feliz.
La solidaridad es un gran desatascador mental. Qué pena que no la usáramos más a menudo.