jueves, 6 de diciembre de 2012

Frío


Con los cuatro pelos que me quedan en guerrilla, los ojos llenos de legañas y el sabor del café aún en la boca, siento frío. Para atenuarlo he prendido la calefacción, pero el frío sigue pegado a mí como una lapa. Leer la prensa digital me ha aportado más frío si cabe. Un frío invisible, penetrante y silencioso que actúa con premeditación y alevosía. Tras hacer un estudio pormenorizado de la situación, he decidido abrigarme los pies. Miró la calefacción y, en lugar de subir la temperatura, veo en la pantalla un triangulito de color rojo: ¡Alerta!. Esta rota. Caput. 
Me tumbo en la chaise longue y me echo por encima una manta polar. Por la ventana veo que los árboles se balancean en una danza incontrolada y arrítmica. Comienza a nevar. En principio sus copos caen sutiles, como pompas de jabón o como plumas que mece el viento, pero, poco tiempo después, la nevada se hace fuerte y la nieve cae desafiante como un vigilante jurado analfabeto atiborrado de anabolizantes en la puerta de una discoteca del extrarradio.
Envuelto en la manta, decido comprobar de nuevo si la calefacción se hubiera recompuesto por arte de magia, pero, en el intento infructuoso por buscar alguna solución, descubro que se ha cortado el fluido eléctrico, lo que me provoca una extraña sensación de angustia.
En un impulso infantil decido encender una vela. Su luz no calienta pero, por alguna mística reacción, reconforta y da esperanza. Mientras, como hipnotizado, sigo mirando como cae la nieve. Recuerdo que en un cajón de la cocina tengo una pequeña radio con pilas. Escuchándola, al menos, podré sentir la voz de algún locutor dando consejos contra el reuma o la artritis, o el infatigable anuncio -al que reconozco cierto grado de adicción- ofreciendo un maravilloso antical doméstico que ahora está de oferta y que con la compra de uno te regalan otro y un paraguas. Efectivamente, al minuto de conectar el transistor suena implacable el anuncio del aparato antical y, como cada vez que lo he escuchado durante los últimos quince o veinte años, siento unos deseos incontrolables de comprar el aparato, aunque sigo sin entender por que razón aún no he atinado a comprarlo con lo mucho que lo deseo y con lo poco que cuesta; más ahora que, en plena época de lluvias, te regalan generosamente un paraguas.
Comienza el noticiero. El locutor explica que una ola de frío glaciar nos ha invadido por sorpresa. También comenta que el suministro de electricidad se ha caído y que los técnicos todavía no se atreven a pronosticar cuando podrán subsanar la avería. Dice que el desempleo sigue aumentando de manera incontrolada y que, Mariano Rajahoy, nuestro adalid de la lengua díscola, ha sido ingresado en un hospital privado víctima de una angina de pecho.
La radio se ha quedado sin pilas al mismo tiempo que la vela se ha apagado. Me levanto a por cerillas y sólo queda una. Al intentar encenderla su cabeza de fósforo salta sobre mi bata de guatiné y me provoca un agujero. Ya no quedan cerillas. A tomar por culo la vela y la radio. Sigue bajando amenazante la temperatura. Decido ir a por otra manta y me pongo otro par de calcetines.
La nevada sigue cayendo. La electricidad continúa sin venir. La batería del portátil se acaba. Tengo que dejar de escribir. Fin.

4 comentarios:

  1. Estupenda mezcla de realismo con pinceladas líricas y toques de humos muy de agradecer.

    Un abrazo.

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  2. de humor, quiero decir, aunque nunca están de más los humos, sobre todo con velas de por medio :)

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    1. Gracias por tus comentarios y tus visitas por este humilde blog.

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  3. Definitivamente la capacidad de hacer una maravillosa mezcla de colores y situaciones es enorme, haciendo de cada relato una historia maravillosa.

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