miércoles, 30 de enero de 2013

¿Qué es ser el mejor?


Hace unos días tuve una conversación muy interesante con una persona. En ella, me afirmaba y me aseguraba que quería ser el mejor en su trabajo. Me decía esto para que yo le aportara ideas o soluciones a su forma de actuar, según él, estaba dispuesto a reconducir su rumbo y con ello recuperar el tiempo perdido. ¡Nunca es tarde si la dicha es buena! -pensé.
No sé a ustedes, pero si de pronto alguien a quien aprecias, te plantea una cuestión así: ¿Qué haces? ¿Qué le dices? Así que sin comérmelo ni bebérmelo me encontré de frente con este órdago recién desayunado, en plena autopista y encima era lunes.
En esas décimas de segundo que nos permite el decoro antes de que nos digan: ¿Estas ahí? ¿Me oyes o se ha cortado? Tuve que analizar si esa persona lo que me estaba preguntando, en realidad, era: ¿Cómo ser mejor? o lo que  necesitaba entender era otra cuestión de mayor calado filosófico: ¿Qué significa ser el mejor?, cosa que me llevó irremediablemente a plantearme, en otra centésima de segundo, toda mi existencia, formatear mi cerebro, regurgitar una respuesta y todo esto intentando dar la sensación de ser un Confuncio postmoderno que no se despeina ni con un huracán.
En ese momento sentí como desde mi vesícula biliar subía hacía mi boca una especie de pompa amarga que me hizo abrir la boca y articular una serie de palabras que no tenía muy claro si eran de mi propia cosecha o de huerto ajeno:
"Si nos obsesionamos con alcanzar el éxito y lo anteponemos a nuestras obligaciones diarias, nunca llegaremos a él" Querido amigo, el éxito no es una meta, es un camino. Nunca seremos suficientemente buenos, suficientemente felices, ni suficientemente sabios. Como dijo Descartes, que creo que fue un gran campeón de mús: "Daría todo lo que sé, por la mitad de lo que ignoro".
Disfruta con tu camino. La vida es sólo camino. En nuestras manos está el tomar el adecuado. Ese es el éxito. ¡Ahí está!.
Eso es lo que atiné a decirle. Pónganse en mi lugar joder, era lunes... 

lunes, 28 de enero de 2013

Rostros


En ocasiones me dejo llevar, como la hoja de un olmo centenario arrastrada por el viento, en busca de rostros. Alguien dijo -con buen criterio- que la cara es el espejo del alma. Yo diría más: la cara, el rostro, el rictus, el careto de una persona, reflejan de forma fidedigna el contenido de esa vida, de esa caja de carne y hueso animada por Dios, o por un no sé qué.
Hay religiones que dicen que el destino de cada persona esta escrito en alguna parte. Yo, humildemente, les quiero desvelar, hoy aquí, que a mí me da la sensación de que: el pasado, el presente y el futuro de cada persona lo llevamos escrito en nuestro propio rostro. 
Los espejos sentencian nuestro devenir diario. Nos avisan, asustados, de nuestras incongruencias, o nos motivan, alegres, por nuestros aciertos. Sólo con mirarnos en profundidad en él, un par de minutos al día, nos daríamos cuenta de si somos felices o infelices, si acertamos o nos equivocamos o si merece la pena que nos peinemos o para qué.
Lo peor no es que nosotros no percibamos nuestra auténtica realidad, no, no es eso, lo peor es que los demás lo ven perfectamente y, por mucho que lo intentemos, no podemos esconder nada. Nos delata nuestro rostro, nuestra mirada, nuestras muecas o nuestra tensión facial, y aunque pretendamos engañar, o se nos pone la nariz roja o nos suda el bigote o se nos hace un nudo en la garganta que nos hace tartajear. 
Hay rostros que dan miedo y otros que inspiran ternura. Hay caras que cuando las vemos por primera vez nos da la sensación de que las llevamos viendo toda la vida.
Quizás por todo esto -aunque tal vez no- salgo de vez en cuando en busca de rostros que me cuenten historias al estilo mudo, como cuando de niño me quedaba absorto viendo ese cine prehistórico en blanco y negro, casi a cámara lenta, en donde los personajes no decían nada pero lo entendíamos absolutamente todo.
Ayer el viento me arrastró hasta el Festival de las Cuadrillas de Barranda, una pedanía del municipio murciano de Caravaca de la Cruz, para asistir a una fiesta declarada de interés turístico nacional precisamente por la calidad de los rostros que allí se congregan cantando historias de antaño, historias en blanco y negro, como de otro tiempo, pero al fin y al cabo historias auténticas, verdaderas, sinceras, como tanto cuesta encontrar hoy. Menuda fiesta se montó en Barranda y menudos rostros.
Como suele decir mi amigo Lorenzo: ¿Me entienden o no? No se preocupen, yo sé que soy difícil de entender, lo veo en el espejo todos las mañanas cuando intento poner orden a los cuatro pelos que me quedan.

viernes, 25 de enero de 2013

Velocidad vital



En el ritmo de vida frenético que nos hemos impuesto en la actualidad, nuestro cuerpo sufre un deterioro físico y mental que deberíamos, de algún modo, intentar adecuar a unos niveles y unos planteamientos más saludables. De no ser así nos veremos abocados a una pérdida progresiva de nuestra salud, a un envejecimiento prematuro y a una disminución de nuestra calidad de vida, sobre todo, en el último tramo de nuestra existencia.
Para poner límites a nuestro estrés, debemos de concedernos el privilegio de cambiar de marcha, aminorar el paso, y disfrutar más de nuestro tiempo de trabajo y también de nuestro tiempo de ocio. Ocurre muchísimo, y en eso los españoles nos llevamos la palma, que trabajamos muchas horas para producir lo que otros ciudadanos de los países de nuestro entorno más cercano, producen en menos tiempo. Por otro lado, y curiosamente en contra de lo que se piensa, hay gente que inclusive reduciendo su jornada de trabajo, no sólo no pierde productividad sino que hasta es capaz de mejorar sus resultados.
Por tanto, el ocio y el descanso, aunque suene a contrasentido, pueden llegar a ser las partes más productivas de nuestras vidas. Son el enchufe de nuestra batería vital y el combustible que mueve nuestra maquinaria humana. La calidad de nuestro descanso y de nuestro ocio es directamente proporcional a una mayor capacidad productiva, y no sólo productiva a nivel profesional, sino productiva a nivel intelectual, sexual…etc.
 Evidentemente, existen muchas formas de entender el ocio, y no sabemos por qué motivo, las que más se están imponiendo en la actualidad son aquellas en donde el ocio, en lugar de convertirse en algo reparador y beneficioso para nuestro organismo,  somete a este a mayores niveles de estrés que, inclusive, durante las jornadas de trabajo. Estas modas avaladas por una fuerte mentalidad de consumo, nos hacen adoptar como normales hábitos tales como salir de fiesta el viernes y regresar el domingo, realizar actividades seudodeportivas de increíble riesgo para nuestra integridad física,  pasar veladas fumando y tomando copas en ambientes cerrados e insalubres hasta el amanecer…. De hecho, normalizamos el tabaco y el alcohol como algo cotidiano, y por el contrario nos resulta extraño e incomprensible que nos propongan levantarnos temprano un domingo para salir a la montaña, a la playa o a un parque a caminar.
 El ser humano no deja de ser un animal ávido de naturaleza. Necesitamos del sol, del aire puro, sumergirnos en aguas cristalinas, retozar en la hierba, rebozarnos de arena de la playa, caminar, correr, jugar, nadar… en definitiva, aunque no seamos conscientes de ello, necesitamos entregarnos a un contacto profundo y purificador con el medio ambiente mucho más a menudo de lo que lo solemos hacer.
 Quizás todos estos entretenimientos nos puedan parecer un tanto absurdos, pero son junto con muchos otros para los que tan poco se requiere la más mínima inversión, la clave para neutralizar y rebajar nuestros, cada vez más altos, niveles de estrés. Y es quizás este hecho, el que no se requiera ninguna inversión, viviendo en la sociedad consumista en la que vivimos, el motivo fundamental por el cual estas actividades han quedado, en muchos casos, condenadas al ostracismo. Nuestro subconsciente nos juega una mala pasada cuando asociamos el valor económico de las cosas, a la capacidad de satisfacernos o aportarnos algo, de tal modo que el hecho de que no nos cueste nada hacerlas, lo interpretamos como que tampoco nos sirve de nada.
 Todas estas propuestas pese a estar al alcance de todos, somos muy pocos los que le damos cabida diaria en nuestras vidas. Una hora al día para estar dedicados plenamente a nosotros mismos y a retomar nuestra relación con la naturaleza, la lectura o nuestro propio cuerpo, puede mejorar notablemente nuestra calidad de vida y nuestra energía vital.
 Pero, sin ninguna duda, entre nosotros y esa situación idílica en la que dedicarnos sesenta minutos al día a relajarnos, caminar, trotar, nadar, tomar el sol, leer en un jardín, darnos un baño de sales, o salir a comprar y hacernos una rica y variada ensalada, existe la gran barrera de la determinación de dar un paso al frente y decir… ¡Voy a cuidarme!
Empieza a cuidarte. Recuerda siempre: ¡Tú vales mucho! 
"Mens sana in corpore sano"

miércoles, 23 de enero de 2013

Emociones


¿Qué sería de la vida sin las emociones? ¿Imagináis que no sintiéramos la capacidad de emocionarnos?: ¿Qué sientes cuando ves a un bebé? ¿Eres capaz de llorar en el cine viendo una película? ¿Te emocionas cuando desde lo alto de una montaña observas la grandeza y el espectáculo de un hermoso valle? ¿Te emocionas cuando alguien te mira a los ojos y te da las gracias? ¿Te emociona la sonrisa de un desconocido? ¿Sientes solidaridad cuando ves por la mañana,en pleno invierno, a un barrendero limpiando las calles? ¿Eres capaz de emocionarte viendo un cuadro en una exposición? ¿Te da un vuelco el corazón cuando escuchas la cifra de personas que no tienen trabajo? ¿Te emocionas aún, después de tanto tiempo, cuando por la mañana abres la persiana de tu negocio?
Podríamos enumerar millones y millones de preguntas para que entendiéramos lo importantes que son las emociones en nuestra vida y en nuestro trabajo. 
Posiblemente mucha gente no opine lo mismo, pero yo soy de los que cree que no tenemos dos realidades: mi vida y mi trabajo son la misma realidad y por lo tanto, la gestiono y la disfruto con la misma intensidad y con la misma carga emocional.
Me apasiona mi vida tanto como mi trabajo. Me apasionan mis clientes y me apasionan mis problemas. Cada problema, que nos cae encima, es un reto que pone a prueba nuestra capacidad de reacción. En ocasiones, nuestra respuesta es aguantar el problema como en la carretera cuando pinchamos una rueda y decidimos continuar hasta la próxima gasolinera o área de servicio. Por norma general el problema del pinchazo se puede agudizar y el eje de la rueda se puede dañar, por lo que el daño, y por tanto el costo de la reparación, se amplifica enormemente. Cuanto antes seamos capaces de abordar un problema, mucho mejor. Pero, por el contrario, nunca nos pongamos a solucionar un problema sin haberlo meditado lo suficiente. 
Los clientes buscan tanto nuestra oferta como nuestras emociones. Un mismo producto o servicio, vendido con emoción y con pasión, se vende mucho más. Eso lo comprobamos cuando analizando los resultados de grandes equipos de ventas observamos como las personas que sienten y viven con pasión su trabajo y se implican emocionalmente con sus clientes son capaces obtener unos resultados que, en algunos casos, duplican o triplican a la del resto de sus compañeros.
A todos nos encantan las personas apasionadas. Todos disfrutamos cuando el camarero, el carnicero, la chica de la tienda de ropa, o nuestra peluquera de confianza nos atiende con cariño, destreza y profesionalidad. A todos nos encanta que nos sonrían. 
Bebamos Coca-cola o no, pongámosle emoción a vuestra vida.

http://www.youtube.com/watch?v=9ejzK7kSseQ

lunes, 21 de enero de 2013

Expectativas


Si miráramos a nuestro alrededor, o más allá de nuestras narices de vez en cuando, nos daríamos cuenta como la gente: nuestra familia, nuestros colaboradores, nuestros clientes, etc, tienen expectativas sobre nosotros. Bueno, no seré presuntuoso, pongamos mejor aquí que deberían tenerlas. Malo si no las tuvieran.
En muchas ocasiones, nos hacemos los suecos, miramos para otro lado y decimos: ¡virgencica que me quede como estoy! apretamos los dientes e intentamos seguir avanzando sin cambiar un ápice nuestro discurso. ¡Craso error! Cuando sentimos en el cogote, o en la cuenta bancaria, que tenemos que cambiar, es porque tenemos que cambiar.
Nuestros clientes y especialmente nuestros colaboradores -que no olvidemos nunca que deberían ser nuestros principales clientes- siempre esperan de nosotros nuevas tomas de decisión, cambios de estrategia que eleven tanto nuestra moral como nuestros resultados. A nadie le gusta trabajar en una empresa mediocre. He escuchado miles de veces este lamento: ¡Es que mi equipo está muy acomodado! Cuando en realidad, me daba toda la sensación de que el auténtico acomodado era él.
Los nuevos proyectos -por pequeños que estos sean- deben estar suficientemente argumentados, entrenados e incentivados, si queremos que surtan su efecto. Implicar al equipo para su adecuada implantación siempre será una decisión acertada. Como todos sabemos: diez ojos ven más que dos. Los proyectos no deben convertirse en imposiciones, más bien deberían considerarse como lo que son: "proyectos", que definitivamente se implantarán en nuestro trabajo cuando demuestren su valía y, lo que más nos interesa, su rentabilidad. 
Los cambios profundos se consolidan cuando se comienzan a realizar poco a poco. No hay que ser bruscos. Las personas que conviven con nosotros necesitan tiempo para aceptar y comprender esos cambios. Necesitan ser conscientes de nuestras razones y nuestro trabajo debe consistir en implicarles y darles parte del protagonismo en las reformas que pretendamos llevar a cabo.
Liderar un proyecto es muy bonito, siempre y cuando seamos capaces de generar buenas expectativas a nuestro alrededor. Los jefes -los que dirigimos nos guste o no lo somos- tenemos que sentir el respeto y la implicación de nuestros equipos, de lo contrario, dirigir se convierte en un suplicio y nuestro trabajo carece de sentido.
Disfrutemos trabajando y hagamos disfrutar a nuestro equipo. Trabajar no es sufrir, trabajar es disfrutar.


domingo, 20 de enero de 2013

Ciclogénesis explosiva


Porque usted y yo sabemos lo que es una ciclogénesis explosiva porque si no yo diría que hace un mal tiempo de cojones. Lo de la ciclogénesis queda como más apocalíptico. Yo no sé a usted, pero a mí, nada más escucharlo por la televisión me han dado ganas de hacer el testamento; aunque luego lo he pensado mejor y he dicho: ¡Lo mio no es un testamento es una putada! Mejor no.
Mientras nosotros sufrimos en nuestras carnes la ciclogénesis, o como se llame este vendaval que nos tiene locos, los del gobierno andan liados con unos cuantos millones de euros que han aparecido en un banco en Suiza y con unos supuestos sobresueldos que se repartían, en dinero negro, por la calle Génova, a troche y moche, para gomina y otras necesidades particulares relacionadas con la buena imagen y el decoro. 
¡Manda güevos! ¿Dan o no dan ganas de mandarlos al quinto pino! Como diría alguno.
Lo de la ciclogénesis explosiva del gobierno, que sepan ustedes, es una campaña para conseguir que en todos los carnavales -que ya están a poco de comenzar- se hable y se parodie sólo sobre ellos. Puro marketing. Todos conocemos el dicho: "que se hable de ti, aunque sea mal, pero que se hable". 
Pero yo no pretendía hablar aquí de política, ni de charcutería, sino del clima, o mejor dicho, del viento. Nunca me ha gustado el viento. Sí, lo reconozco, es una manía, pero cada uno tiene las suyas. 
Quizás sea porque tengo las orejas grandes y de pequeño me decían: ¿Qué es el viento? Y mis primos respondían riéndose de mi: ¡Las orejas del Pepico en movimiento!
Odio al viento tanto como a mis orejas y a mis primos. A mis pabellones auditivos ya me he acostumbrado. A los chorizos repeinados con traje de Armani, por desgracia, también nos hemos acostumbrado, pero lo que me sigue jodiendo mucho es el viento, y más si es en fin de semana.
¿No podría venir un vendaval explosivo de estos y que se llevara por delante a tanto corrupto más allá de las Islas Caimán?
Como soy ateo recalcitrante y no se mucho de esas cosas, díganme ustedes: ¿A qué santo tengo que rezarle?

viernes, 18 de enero de 2013

Typical spanish


Nuestro país, como todos los demás, está cargado de tópicos. Arrastramos un sinfín de ellos, aunque a mí nunca me han gustado demasiado. No creo que se pueda definir a un colectivo con algo concreto. Usamos tanto los tópicos que nuestra mente sería capaz de asociar, en un momento, distintos colectivos a estos calificativos: gandules, tacaños, cerrados, chulos... Sin embargo, todos somos diferentes a pesar de vivir puerta con puerta. Me apasiona observar los hábitos de las personas. Me sorprenden sus costumbres y sus rutinas, esto es algo que siempre me invita a la reflexión. ¿Por qué narices me gustará tanto reflexionar?. 
Pero a lo que iba. Esta semana manchega -si a caso un poco más quijotesca que todas las demás- he aprendido mucho. Una semana no tendría sentido sin aprendizaje. Estuve en Toledo capital y también deambulé por Torrijos y Fuensalida. El clima bien. La ciudad imperial se lucía radiante, como siempre. El campo excelso y los churros con chocolate, magistrales. 
Mi compañera Yolanda, conocedora de mis gustos gastronómicos, me llevó a una pequeña churrería de toda la vida. ¿Churros o porras? Fue la primera duda que me asaltó. Ella eligió porras y yo churros. Los dos chocolatito caliente. El pequeño local olía a aceite requemado y a ese costumbrismo castellano plagado de referencias culturales y exhibicionismo ideológico. 
En él, las señoras se juntan, cada mañana, a cargarse de calorías para, después, salir a caminar por la ruta del colesterol, tal y como les aconseja el médico de familia y los hipocondríacos programas matinales de televisión. Entre churro y churro hablaban y hablaban sobre sus quehaceres cotidianos, sus maridos, los programas de marujeo, sus maridos, las vecinas díscolas y sus maridos. 
La cabeza disecada del toro, que presidía la churrería, en España representa el súmmun del costumbrismo. Aquí somos de toros por imposición. Si esta foto la vieran en Dinamarca fliparían en colores. Unos para bien y otros para mal. Unos dirian: ¡Qué bárbaros! y otros dirían: ¡Qué pasada! ¿Cómo se dirá qué pasada en danés? Mejor ni lo pongo en el traductor de google, que luego traduce unos casas que te partes el culo.
En una ocasión, hace muchos años, un amigo antitaurino fue a un restaurante que estaba decorado con un montón de cabezas de toros, como esta de la foto. Él, por ideología, no quería entrar y fueron el resto de sus amigos los que lo convencieron para que, por un día, dejara a un lado sus convicciones y se tomará la vida un poco menos en serio de lo que se la solía tomar.
En resumidas cuentas, como eran muchos contra él, decidió ceder y sentarse a la mesa relajadamente a compartir aquella velada que apuntaba maneras. 
Comenzaron a correr las botellas de vino, las chuletas de cordero y las patatas asada con ajo, cuando, entre bromas y risas, sucedió lo peor:
Una de aquellas enormes cabezas disecadas se desprendió de la pared y, por desgracia, vino a caer sobre el pobre activista pro-derechos de los animales. La cornada que recibió fue de "pronóstico reservado". Bueno, a decir verdad, no tan reservado, uno de los pitones se le clavó en la clavícula, con una trayectoria de más de cinco centímetros y le rompió el hueso por dos sitios.
Siempre se ha dicho: De lo que más huyes, más te acomete.
Spanish is different. ¡Vaya que sí! Veis, no quería y al final siempre acabo usando algún tópico aunque sea en otro idioma ¡Qué rabia me da eso, córcholis!.

miércoles, 16 de enero de 2013

El mundo de la inmediatez


Estamos mal acostumbrados a la inmediatez y eso nos inunda de ansiedad. En la actualidad, conseguimos muchas cosas a golpe de clic y nuestra mente se acostumbra a una inmediatez que es imposible para la mayor parte de las cosas que tienen auténtico valor en nuestra vida. 
Hoy he trabajado por las planicies inmensas de Castilla La Mancha. He pasado entre viejos molinos, vides retorcidas y tierras yermas. He conocido gente con posibilidades y otras tantas con ansiedades; cosas totalmente compatibles si no fuera porque los ritmos de cada persona, y por extensión de cada negocio, se adecuan, como por arte de magia, a sus propias capacidades personales. 
Las capacidades reales de cada persona están condicionadas por su psicología, su formación, su situación familiar, su cultura, sus recursos económicos, sus ambiciones, sus buenas o malas experiencias profesionales, su equipo,etc...etc.
Por tanto, cada persona responde ante una nueva situación, o ante una nueva propuesta, de una forma diferente y, sobre todo, a un ritmo totalmente distinto.
Hay gente que tiene arranques muy fuertes porque tiene una capacidad muy grande de estimulo y, posteriormente, al ir desvaneciéndose esa efervescencia emocional, se paraliza y no avanza con las nuevas propuestas.
Por el contrario, existen personas que ante nuevas iniciativas responden de una manera lenta y reflexiva, macerando adecuadamente las ideas y poniéndolas en marcha a un ritmo acorde a sus auténticas posibilidades.
En el inicio de todo proyecto deberíamos establecer un pequeño plan que nos valla marcando los ritmos. Como mencioné con anterioridad, lo que definirá los ritmos serán las capacidades, y aunque a priori nos establezcamos unos plazos, si estos tuvieran que ser revisados sobre la marcha no deberíamos de valorar esto como un fracaso sino como un acto de madurez y de realismo.
Los proyectos, sus plazos y sus estrategias no deben ser dogmas intocables sino espacios de libertad donde nos sintamos cómodos para trabajar y dar lo mejor de nosotros.
Tanto los proyectos como los trabajos los debemos crear y realizar para disfrutarlos y no para sufrirlos.
¿Ya tienes tú plan para el 2013?

lunes, 14 de enero de 2013

Confesión


Hoy el desayuno me ha provocado una especie de acto de contrición, lo que me ha llevado repentinamente a confesar hoy aquí que soy un bloguero. Sí, lo sé y lo siento. Sé que está mal visto. En esta sociedad después de los perroflautas los blogueros somos lo peor de lo peor, pero lo soy. Además, para más inri, escribo en varios, y sin seudónimo ni nada, a pelo. Encima me permito el lujo de hablar de lo que me da la gana y de lo que pienso, joder, sé que no lo debería hacer, pero: ¿Qué hago? A ver díganme qué hago con estos deditos míos que se abalanzan sobre el teclado y no hay quien los pare.
Sufro. Sufro mucho,no vayan a pensar que no. A mi me gustaría levantarme, ponerme en una cinta de correr y hacerme una hora o dos corriendo y pegando bufidos o mejor, ni cinta ni leches, lanzarme al monte y correr arriba y abajo como veo a algunos vecinos que lo hacen. Luego se toman fotos y las suben a su facebook para que todo el mundo este adecuadamente informado de su elevada condición física y, sobre todo, de su felicidad.
Joder, aunque no se lo crean también hay gente feliz, gente guay, que no siente ni frío ni calor. 
A mí me ha dado últimamente por reflexionar y escribir. Debí correr tanto de mozo que la cosa ya no me motiva. Ahora me fascina escribir y que me lean donde Cristo perdió la alpargata.
Miro las estadísticas y veo seguimientos de lo que escribo desde EE.UU., México, Colombia, Costa Rica, Polonia, y hasta de la mismísima y pluscuamperfecta Alemania. ¡Joder!. ¿Qué pensarán en Alemania de lo que escribo? ¿Qué sentido le encontrará un alemán al sufrido existir de un español  medio que lucha cada día por conservar su puesto de trabajo? Claro, ahora lo entiendo, le tiene que sonar a algo tan folclórico y autóctono como bailar flamenco y comer paella con langostinos congelados de Mercadona.
Escribir es un exhibicionismo comprometido. Mi vecino que sale a correr cada mañana con sus tres perros y sube las fotos a su facebook sólo expone una apariencia de perfección correctamente asumible por todo el mundo. A lo único que se compromete es a seguir siendo perfecto o, al menos, a seguir aparentándolo.
Sin embargo, la cosa cambia cuando uno expone sus planteamientos y sus posicionamientos sociales, su visión de la economía, su postura ante la situación de los desahucios, su sentir ante el deterioro irreversible del medio ambiente, o sobre como le jode a uno que los políticos de turno nos tomen el pelo como si fuéramos memos.
Yo sé que estaría mejor calladito. En boca cerrada no entran moscas. Debería ser un tipo guay, perfecto, sacar brillo a mi coche, ir a misa los domingos y las fiestas de guardar, ser del Madrid o del Barsa, vamos un tipo normal...
Pues no, a lo que he atinado es a ser bloguero. Siempre se ha dicho a otros les da por peinar bombillas.

sábado, 12 de enero de 2013

El concurso



Sólo contaba con una hora cuando empezó a escribir. Sin pensar demasiado en el orden de las palabras, comenzó a aporrear aquel teclado como si fuera lo último que tuviera que hacer en esta vida. Fue avanzando en la escritura, como el que va abriéndose camino a machetazos entre la maleza. Avanzaba con dificultad, afianzando cada golpe como cada palabra y cada paso como cada frase.
La historia iba forjándose de una manera mágica, como nacen las ideas: desde lo más hondo de los tuétanos. Desde ese núcleo vital que nadie aún ha podido controlar. Ese núcleo tan caprichoso, capaz de llevarnos en volandas hacia la más genial inspiración o si le apetece, por el contrario, hacia el inhóspito desierto del ostracismo creativo.
A veces avanzaba y otras se veía obligado a retroceder. Por momentos bebía de las fuentes de la inspiración y al instante sentía su mente tan seca como un esparto. Esa creación literaria tarificada y obligada le estaba superando.
Cuantas más dudas sentía, más miraba a su alrededor escrutando con su mirada a los demás escritores, intentando averiguar en sus gestos, su ventaja o desventaja. Tras la observación, no consiguió sacar nada en claro.
El gran reloj que presidía la sala se convirtió en el enemigo público número uno de los participantes. Las viejas Olivetti sonaban a oficina, a los sonidos de las viejas redacciones de cualquier diario de provincias, a sonidos pasados de fecha, que revivían por unos instantes para formar parte de un decorado único y minoritario.
Aquel original concurso de relato en vivo, había conseguido convocar a una treintena de aficionados a la escritura de toda la región, confundidos por el novedoso formato en el que tenían que demostrar sus cualidades literarias a cara descubierta y en tiempo récord. Aquella lucha titánica, absorbía a los concursantes, trasladándolos al submundo de la creación. La inspiración daba la cara y al rato se escondía burlona, aumentado con ello el nerviosismo de los participantes, lo que provocaba histéricas miradas a aquel reloj enorme, que por el aspecto, recordaba a los relojes que presidían las viejas estaciones de tren.
Noel había comenzado a escribir una historia de un solitario habitante de un pueblo abandonado, pero rompió el papel y lo tiró a la papelera. Continuó el ejercicio escribiendo un cuento sobre un niño que tenía la capacidad de hablar con los pájaros, pero le pareció demasiado fantástico y también la desechó.
No fue hasta que comenzó a fijarse en el erotismo que transmitía una de las responsables de la organización del evento, cuando agarró el verdadero hilo conductor de su relato. En él, un joven estudiante universitario se enamoraba perdidamente de una bellísima profesora que le doblaba en edad. Narró como pudo las sensaciones de aquel muchacho, describiendo las que él mismo sentía escrutando el cuerpo de aquella belleza tan serena, que de vez en cuando le miraba. Su falda gris ajustada a unas majestuosas caderas. Una blusa blanca nacarada con unas puntillas en los cuellos que dejaba entrever un sugerente sujetador negro. Un collar de perlas de dos vueltas muy ajustado al cuello, que posiblemente fueran de plástico,- por su gran tamaño-. Unas gafas con un diseño excesivamente contemporáneo ponían la guinda a un estilo que, si obviáramos este pequeño detalle, bien podría recordar a  cualquier señora de la  alta aristocracia de la década de los sesenta.
Intentó una y otra vez Noel dar sentido a aquel relato y éste se le resistió sin piedad. El tercer intento también le resultó fallido. Este último y postrero esfuerzo le había hecho perder más de la mitad del tiempo que disponía, mientras que aquel maldito reloj de pared continuaba su avance impasible, como si nada fuera con él. Noel se sintió incapaz de poder entregar nada mínimamente aceptable. Su mente se había obsesionado con aquella mujer y el rumbo de su historia -que ya creía tener-, se escapó como agua entre las manos.
Su mirada se dirigía incontrolable, de la señora al reloj y del reloj a la señora, con una cadencia enfermiza. Sus manos sudaban y las teclas negras de la vieja Olivetti se sentían húmedas, ofreciendo fiel reflejo de sus propios pensamientos.
Ella se percató de la acosadora mirada de Noel intentando no darse por aludida.  No pudo evitar que al menos en tres ocasiones sus miradas se cruzaran y en todas ellas vislumbró algo que le intrigaba.
Comenzaron a levantar las manos algunos de los participantes y la señora comenzó a zigzaguear entre las mesas, para ir recogiendo los trabajos. Noel no quitaba ojo de aquel cuerpo de cuyo magnetismo había sido victima y su forma de mirarla se tornó mucho más desvergonzada.
La señora, a los participantes a los que iba recogiendo el relato, les daba las gracias y les obsequiaba con una sonrisa de anuncio televisivo. Noel, totalmente alejado de cualquier intención literaria, comenzó a escribir de repente mientras todos los demás entregaban sus trabajos…
“Señora: he descubierto en este certamen algo verdaderamente maravilloso y me gustaría comentárselo personalmente. Llámeme por favor. Noel Bermúdez  66789-117. Suyo Afectísimo”.
Levantó su brazo sonriente con mucha más seguridad que lo hiciera el escritor que finalmente acabó ganando aquel original certamen. La señora se dirigió hacia él intrigada, mientras sus miradas hablaban a un ritmo vertiginoso, con mayor complicidad que cualquier pareja de amantes inconfesos. Para los dos fue como si se hubiese detenido el tiempo y no hubiera nadie a su alrededor. Ella se asombró de la fuerza y la seguridad con la que él le miraba, y él interpretó en los ojos de ella una expectante y embaucadora aceptación. Cuando la imponente mujer se le acercó a recoger el escrito, él tan sólo atinó a decir: ¡Llámame por favor! 

Este relato es una versión revisada del relato del mismo nombre que pertenece a mi libro: Momentos de ida y vuelta, disponible en formato digital en Bubok y Amazon.

Facebook


Mi equipo, más concretamente mi compañero Mario Agramunt, se ha empeñado en que mis pequeños trabajos de reflexión sobre nuestro trabajo diario y nuestra propia vida lleguen a más personas, especialmente de nuestro círculo profesional y, con ello, que mi voz llegué hasta el infinito más uno.
Hace unos días a mi vieja BlackBerry llegó un mensaje de bienvenida a Facebook y, tras aquello, una avalancha de invitaciones a posibles amigos, de este mundo y el otro, lo cual sobrepasó mi capacidad de entendimiento. Digo esto porque, en realidad, yo no sabía que hacer con esa oportunidad que me había brindado Mario.
Los primeros días los dediqué a entender el medio. Miré, hurgué y cotilleé como todo hijo de vecino y tan sólo descubrí millones de fotos de gente muy feliz y a algunas amigas en lencería fina, cosa que no me desagradó en absoluto, como podrán entender mis queridos lectores. Hasta ese momento tan sólo veía la parte lúdica de Facebook, el portal emblemático de Internet donde todo el mundo es feliz, guapo y está cachas. Aquella noche, mientras cenaba un bocata de jamón serrano y un buen chato de vino de Bullas, llegué a la conclusión de que Facebook es una versión contemporánea de Los Mundos de Yupi. 
Luego mi percepción se fue modificando y pensé que lo bueno de Facebook es su capacidad de conexión con los demás; casi todo el mundo está ahí, y en todo ese mundo de exhibicionismo "yupiniano" existen personas que sienten la necesidad de encontrar referentes, estrategias, respuestas a sus inquietudes, o sencillamente buscar ese no sé qué que nos sirva para no sé qué.
He aceptado el órdago que me ha lanzado Mario, aunque, el reto, en realidad, es conmigo mismo. ¿Seré capaz de aportar algo a los demás? ¿Le interesará a alguien mi visión de las cosas aunque sea únicamente para confrontarla con la suya propia?
Menuda papeleta, Mario. En menudo lío me has metido. No te preocupes, en la medida de lo posible, intentaré no dejarte en mal lugar.

jueves, 10 de enero de 2013

El tiempo


El tiempo es algo más que un reloj. Avanza inexorablemente y su marcha va dejando aflorar nuestras imperfecciones. Tenemos tanto tiempo que no le damos valor. Veinticuatro horas al día dan para un sinfín de actividades; sin embargo, la frase más escuchada en las últimas décadas es: ¡No tengo tiempo! 
En la mayor parte de los casos deberíamos tener la suficiente valentía como para decir la verdad: ¡No me da la gana!, pero decir no tengo tiempo queda mucho menos agresivo y, sobre todo, tiene mucha mejor aceptación.
Nuestros negocios, nuestros trabajos, nuestra propia vida, se ha convertido en una postergación eterna de quehaceres con la consabida escusa del tiempo.
Queremos engañar a los demás cuando, en realidad, únicamente nos engañamos a nosotros mismos.
Todo es cuestión de actuar de una manera planificada. De administrar nuestro tiempo al igual que administramos, o deberíamos hacerlo, del resto de nuestros preciados recursos.
Una adecuada planificación aumenta nuestra autoestima y nos aporta seguridad y, sobre todo, aumenta nuestra credibilidad ante los demás.
Si somos un desastre, nuestros colaboradores, por muy jefes o propietarios que seamos, nos perciben como un desastre, y por tanto, nos responden con el mismo caos.
Si por el contrario, actuáramos de una manera organizada y estructurada, abanderáramos el orden y el control, y administráramos bien nuestro tiempo, aumentarían en la misma proporción nuestros resultados y, lo que es mejor aún, nuestra calidad de vida.
No pongamos más escusas y disfrutemos, más y mejor, de nuestro tiempo.

domingo, 6 de enero de 2013

Día de Reyes


Amaneció como otro día más. Frío como se espera de un día de enero. Con luces grisáceas y opacas por lo temprano de la hora. Abrió la marquesina plegable que separaban las cristaleras del exterior de la casa y miró al jardín con escepticismo, sin el apego necesario por saberse deudor, hipotecado y, por lo tanto, con la inseguridad de todo hijo de vecino.
Deambuló en pijama por su ficticia propiedad fijándose en los insectos que flotaban sobre la superficie del agua de su piscina. Una pareja de collalbas negras le observaban con recelo desde lo alto de la valla que separaba su finca de la de al lado. Recogió algunas hojas secas del suelo. Regó unas caléndulas -unas amarillas y otras de color naranja- que hace unos pocos días compró en un vivero cercano, con el intento de poner un poco de color en su jardín o quién sabe si en su propia vida.
El frío le hizo buscar cobijo dentro de la casa. Enchufó su vieja cafetera Saeco -que no cambiaría por nada del mundo- y partió una torta de pascua que había comprado en una vieja confitería que le traía miles de recuerdos de su infancia.
Los primeros rayos de sol ya comenzaban a clarear el ambiente. El café con leche, como cada mañana, era la pócima mágica que le aferraba a sus sueños. Su Saeco siempre había sido -al menos él lo sentía así- como su lámpara maravillosa, de la que cada mañana, sin que nadie lo haya sabido nunca, junto al exquisito café de Intermon Oxfam, surge un duendecillo que le concede un deseo.
- Hola amo -dijo el duende de la cafetera.
Pero Juan aquella mañana se mostraba impasible. Sin saber ni cómo ni por qué le ignoraba por completo.
- ¿Qué te ocurre hoy, Juan?  A ver, cuéntame... -le exigió el duende.
- ¿Sabes qué día es hoy? -le preguntó Juan al duendecillo.
- Sí, día de reyes, ¿No es así? -respondió el de la cafetera.
- Amigo, no tengo ilusión por nada. Me acuerdo de pequeño cuando me levantaba a buscar mis regalos: un tren eléctrico, un balón de reglamento, unos juegos reunidos, un madelman...
Esta mañana no había nada. Tan sólo un halo de tristeza, nostalgia e inseguridad que lo inundaba todo. Por eso decidí salir afuera a respirar, pero esa sensación se vino detrás de mí. Es inútil huir de ella, está impregnada en nuestros huesos y nos persigue como una maléfica segunda sombra. Hoy es un día de Reyes horrible, duendecillo - exclamó con desesperación.
- Jajaja, Estas de coña, ¿verdad?: Vamos a ver mi amo: Tienes salud, tienes una linda esposa, una hija preciosa, un trabajo por el que luchar, toda una vida de posibilidades por delante, tienes la cafetera en la que yo vivo...¿Qué más quieres Juan? ¡Eres el hombre más afortunado del mundo! ¡Lo tienes todo, cabrón!
- ¿Pero, y sí mañana....? -intentó preguntar Juan.
- ¡Qué mañana ni que niño muerto! La vida es hoy: lúchala hoy, vívela hoy, disfrútala hoy, trabájala hoy... bueno hoy no porque es fiesta. Juan, que tonto eres, todos los que piensan que la vida comienza mañana nunca disfrutan y viven siempre amargados. La vida empieza hoy, ¡ahora!. Idiota, más que idiota. 
Ve a la cama, dale un beso a tu mujer, dile cuánto la quieres, dile que se levante. Salir a caminar, recoge a tu hija y disfruta. ¿Sabes cuánta gente no puede hacer nada de eso? Ni te lo imaginas Juan. ¡Qué hombre tan afortunado eres! Me voy a mi cafetera. Adiós -dijo el duendecillo, mientras  se convertía de nuevo en una forma gaseosa y se metía por los agujerillos por los que sale el café.
-¡Oye, oye! ¿y mi deseo del día? -le reclamó Juan.
- ¡Ah, sí! ¿Aún quieres más? Eres un egoísta. Por hoy ya tienes bastante.
Y diciendo esto se adentro completamente en las tripas de la vieja Saeco y desapareció.
Así amaneció hoy para Juan el día de los Reyes Magos, un poco raro, pero, gracias al duendecillo de la cafetera, medio se arregló.

viernes, 4 de enero de 2013

Tengo un gran equipo


Doce años después sigo enamorado de mi equipo. Lo amo en las duras y en las maduras. Confío en ellos tanto como creo y siento que ellos confían en mi. Doy, por tanto, como no puede ser de otra forma, gracias a mi empresa por permitirme, por un año más, asumir la responsabilidad de seguir dirigiendo a este incomparable grupo humano.
Mi equipo evoluciona a pasos de gigante. Madura a la par que se trasforma con los aportes de sangre nueva que nos enriquece, nos estimula y nos aleja de la dañina endogamia a la que se ven abocados muchos equipos cerrados, caducos y obsoletos.
En nuestro equipo, en nuestro gran equipo, todos aportan, todos importan, todos son protagonistas, tanto o más que yo. 
En estos últimos cuatro años mis esfuerzos se han redoblado. Mi autoexigencia se ha amplificado proporcionalmente en base a lo que les exijo a los demás. No me gusta aquello de: "haz lo que yo diga pero no lo que yo haga". Al contrario, yo soy partidario de comenzar los caminos, demostrar que sí se puede y, una vez demostrado, impulsar a los demás a que continúen por ese camino que yo ya he dejado expedito.
Me apasiona ir por delante de mi equipo del mismo modo que me gusta ir por delante de mis clientes. 
Amo a mis clientes como algo mío, lo mismo que siento míos a cada uno de los miembros de mi equipo.
Creo en la educación, creo en la confianza y creo en el respeto. Amo la creatividad.  Disfruto creando y enseñando a crear como elemento de desarrollo e innovación. 
Siempre pienso en grande y mi equipo piensa en grande. 
¿Qué más le puedo pedir a un trabajo?
Muchas gracias equipo. Sois los mejores.
Gracias. Mil gracias.

En la foto estoy acompañado de tres de mis cincuenta y tres estrellas.