domingo, 24 de noviembre de 2013

Venancio Mulero III


Desde que pulsara el timbre hasta que aquella enorme puerta se abrió tan sólo pasaron un segundos aunque a Venancio le parecieron eternos. Sus manos sudaban. Su boca estaba tan seca como un papel de lija. Su corazón latía tan acelerado como cuando en el monte preparaba leña para pasar el crudo invierno o cuando en la noche sentía la cercana presencia de alimañas.
-Hola joven: ¿tú debes ser el mozo que viene del pueblo, verdad? -le preguntó una joven hermosa y sonriente, unos pocos años mayor que él.
-Así es. Soy Venaaancio Muuulero, para serviiirle a Dios y aaaaa usted, dijo tartamudeando ¿Es usteddd Looola? -preguntó el mozo, con los nervios a flor de piel.
-No, no. Yo no soy Lola. Me llamo Carmencita y trabajo en la casa para ella. Aquí trabajamos varias chicas. Lo vamos a pasar muy bien. Pero, pasa, pasa chico, no te quedes ahí como un pasmarote. Te acompañaré a tu cuarto. Ayer lo preparamos entre todas para ti con mucho cariño. Nos preguntábamos cómo serías -le dijo la joven con cordialidad.
A cada paso Venancio se sentía peor. Sus piernas no respondían. Sentía escalofríos y no paraba de sudar. 
La casa era preciosa. Con papeles pintados aterciopelados con motivos florales en sus paredes. Las puertas, y sus marcos, de color marfíl. Alfombras en el suelo de todas las estancias. Cuadros con paisajes románticos. Cuadros con mujeres medio desnudas con vestidos vaporosos. Cuadros con escenas de caza. Jarrones con flores naturales. Cortinas de telas preciosas. Muebles de un lujo impresionante. Candelabros de plata. Venancio miraba todo desbordado por tanta ostentación y tanto lujo. Él, que venía de una rústica casucha de piedra en la montaña de un triste pueblo, del que todo el mundo soñaba con marcharse, acabada de acceder al paraíso terrenal. 
Cuando Carmencita abrió la puerta de su dormitorio, Venancio sufrió un desvanecimiento. Las maletas cayeron al suelo y él se desplomó encima como un pelele. 
Al despertar seis preciosas mujeres le rodeaban en la cama. Aún lo veía todo borroso. Su cabeza intentaba recobrar la lucidez suficiente como para discernir si estaba soñando, o si, en realidad, se encontraba en la habitación de un palacio rodeado de seis bellísimas damas de la corte y él se había convertido, de repente, en un príncipe azul.
-Venancio, guapo, soy Lola. ¿Te encuentras mejor? -le preguntó una de las seis bellezas que le rodeaban. 
Sin embargo, él no reaccionaba. Se sentía incapaz de articular palabra alguna.
-Tiene mucha fiebre. Sus manos están ardiendo. Le pondremos unos paños con agua fría mientras que llega el médico -exclamó Lola.
De nuevo, Venancio hizo un intento por hablar, pero la voz no salía de su cuerpo. Su tez se tornó blanquecina y, nuevamente, se desvaneció.

4 comentarios:

  1. Vaya que buen recibimiento para Venancio!!!
    Pero me dejas a medias, ya quiero leer la cuarta entrega de esta historia!! Saludos Pepe

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  2. Como se lo va a montar el Venancio!!!!

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  3. Que buena descripción de la casa , por momentos me sentía dentro de ella , no as dejado ningún detalle para la imaginación .
    Yo quiero estar con venacio en esa habitación !!!!!!

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  4. Joder que interesante esta esto, que intriga. Las chicas trabajaran en la casa o trabajaran para la casa.... salu2

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