martes, 30 de diciembre de 2014

Cámara café: Navidades


-Estoy hasta el gorro de estas navidades.
-Jajaja, eso es porque no pillaste nada en la cena de empresa. Yo me puse las botas con la Choni. Y ahora ni me mira la tía. Pero me da lo mismo. Ya se llevó lo suyo.
-Eres tremendo, no tienes miramientos con nadie. Está casada y tiene dos hijos preciosos. 
-Sí, pero no se los llevó a la cena. Jajaja. Yo lo sabía, pero creo que ella también, a no ser que tuviera una enajenación mental transitoria.
-No vas a cambiar nunca, Manolo. 
-Con la edad que tengo creo que no. Ni ellas tampoco...jajaja.
-¿Has comprado ya los regalos de Reyes?
-Sí, a mi esposa le he comprado un Iphone, y a mi hijo un Ipad. ¿Y tú qué les has comprado?
-A mí madre un loro y a mi padre un pijama. 
-A los solterones os sale mucho más barata la navidad. 
-Algo bueno teníamos que tener. Aunque el loro me ha salido por un pico.
-Anda, no te quejes, ¡lo que daría yo por estar soltero como tú!
-Pero si no te cortas ni un pelo estando casado, haces lo que te da la gana.
-Claro, es que, de otro modo, el matrimonio no lo aguantaría nadie.
-¿Y, entonces, para eso os casáis?
-Por supuesto, así lo tenemos todo. Lo propio y lo ajeno. Jajaja.
-Me resultas patético. Tú y todos los que piensan y actúan como tú. Por eso yo no me caso.
-Pues haces muy bien, Salva. Ojalá que hubieran más personas tan íntegras como tú. Lo peor es que eres del Barsa, católico y de derechas, eso es lo único que no entiendo de ti.
-Y tú que eres de izquierdas, ateo y del Real Madrid. ¿Eso cómo se come?
-Vamos a dejar de hablar de fútbol que siempre terminamos discutiendo. ¿Sabes que me han dicho qué le molas a Verónica de contabilidad?
-¿Sabes que no eres más cabrón porque no eres más grande?
-Ah, encima le haces ascos a la chica por tener unos kilitos de más... Pues sabes qué te digo: qué si andas esperando a que se enamore de ti una miss mundo, con la cara que tienes, lo llevas claro, amiguito.
-No os preocupéis tanto por mí. Estoy muy bien así. Cuando necesite pareja yo me la buscaré.
-Por cierto, Salvador, se me olvidaba: ¿jugamos un décimo del sorteo del Niño a medias?.
-Perfecto.
-Pues dame diez pavos.
-Aquí los tienes.
-¿Y sí te toca que vas a hacer con el dinero?
-¡Gastármelo, no te jode! ¿Y tú?
-Pues yo lo mismo, gastármelo todo en juergas. Y hacerle un regalito de lencería fina a la Choni.
-Macho no vas a cambiar nunca. 
-Claro que no. Con dinero, o sin dinero, pero sigo siendo el rey....
-Esa canción es más antigua que el mear.
-Es que ya vamos teniendo edad, Salva... 

domingo, 28 de diciembre de 2014

Juan Luis Guerra


Me gustan los homenajes en vida. Los muertos ya no se enteran de nada, los pobrecitos. Mi vida no sería lo que es sin el dominicano Juan Luis Guerra. Él no lo sabe, pero, siendo ateo, me hice adepto de su religión hace muchos años. Incluso, muchos años antes de que se hiciera pastor evangélico, él ya era mi pastor.
Le admiro desde jovencito. Y nunca he dejado de admirarle porque nunca me ha defraudado ni como artista ni como persona. Juan Luis Guerra es más constante que pi, hasta en eso nos parecemos. Aunque siempre envidié su altura. Su camino y el mío tienen mucho en común. A los dos no nos importa en nada la apariencia, ni la fama, ni el dinero, nos importa lo que hacemos y lo que sentimos. Nos importa la gente. Nos importa lo sencillo. Ensalzamos la humildad por encima de cualquier otro valor porque lo consideramos el valor supremo.
Él en su religión, y yo en mi ateísmo, nos encontramos dándole el valor a la gente de la calle, cuyo máxima aspiración es llenar la olla cada día, sentir la caricia de un ser querido, o de disfrutar de la calidez de la sonrisa de un niño.
Por fortuna para mí, nos parecemos en muchas cosas. Él canta y yo lo imito. Pero no sólo imito su voz, su vibrato, y su modestia, imito su ejemplo de integridad, en una sociedad en la que la integridad está en peligro de extinción y el egocentrismo es el nuevo deporte olímpico.
Me siento emocionado porque ya suena en mi casa su último disco: TODO TIENE SU HORA. Hasta ahora siempre he tenido la dicha de poder comprar sus discos, incluso aquellos que tanto se criticaron por ser de música cristiana. Su Dios y mi Dios deben ser primos hermanos. Los mismos que le ensalzaron por ser el primer artista en fusionar la canción protesta con la música de baile, luego le pusieron de vuelta y media por cantarle a su Dios, o al Dios de cada uno de nosotros.
Siempre me vuelvo loco con alguna de las canciones de sus discos y en este caso no iba a ser menos. No paro de cantar el corte número ocho: Muchachita Linda. La considero otra de sus obras maestras.
Como bien dices en tu último disco, maestro, "todo tiene su hora" y hoy llegó la hora de brindarte este humilde pero sincero homenaje.
Gracias por todo, Juan Luis.

viernes, 26 de diciembre de 2014

Cagada ilustre



Si Delibes decía de Umbral que escribía con la misma facilidad que con la que meaba, en ese contexto, lo mío es una cagada. Ahora soy un escritor de retrete, lo mismo que en la mili fui escribiente de servicio. 
Los que escribimos desde las vísceras padecemos con frecuencia del colon. Y escribimos con la misma cadencia que con la que gastamos el papel higiénico. Las tripas han adquirido tanto, o más, protagonismo en mi vida como en mi literatura. De hecho, muchos acontecimientos sociales y políticos me revuelven las tripas y, como consecuencia, cago un relato. Dicho de otro modo, mis relatos son el detritus resultante de la digestión de la actualidad.
Lo único verdaderamente imprescindible para mis deposiciones, ya sean anales o pseudointelectuales, es la necesidad de tener siempre a mano un buen trozo de papel. Lo demás fluye espontáneamente.

domingo, 21 de diciembre de 2014

Mundo confusión


A este 2014 le queda poca mecha. Agoniza entre compras navideñas a golpe de tarjeta de crédito, luces de leds y los tradicionales villancicos.
Año duro. Año repleto. Año. Uno más, o para muchos de nosotros, ya uno menos. 
Avanza la tierra. Gira cada vez más caliente. Avanza sola en su temperatura. Los polos se derriten como el helado de un niño, mientras lo mira llorando con sus manos chorretosas. Nosotros ni lloramos. Nos sumamos al consumismo calentador comprando e inundando con nuestros coches los centros comerciales de medio mundo. Conozco muchos países a cuyos centros comerciales la gente acude sólo a mirar. No compran por decisión propia, sino porque no tienen dinero para comprar nada. Soy de los que piensan que el ejercicio democrático por excelencia no es el voto, sino la compra. Cuando compramos apoyamos. Cuando no apoyamos nos oponemos. Si aconsejamos un producto marcamos tendencia. Si lo desaconsejamos o lo estigmatizamos lo hundimos. Y deprimimos la ciudad dónde se encuentra su fábrica. Nuestro consumo es definidor. Es juez y parte.
En las navidades somos demócratas de tarjeta Visa. 
Los mundiales del consumo se juegan durante quince días frenéticos de compras. Carreras. Escaleras automáticas. Codazos. Disputas. Aplazamientos. Préstamos. Malas caras. Devoluciones. Cenas. Más cenas. Alguna comida. Cumplimos con todo los rituales con indiscutible obediencia al tradicionalismo. Y ya masificados, desplumados, atiborrados, y cumplidos, tras las correspondientes campanadas, daremos paso a los buenos propósitos. 
El próximo año pienso ofrecer la mejor versión de mí mismo. Iré al gimnasio. Estudiaré inglés. Dejaré de fumar. Leeré un libro al mes. Veré más cine español. Caminaré todos los días cuarenta y cinco minutos. Tomaré más frutas y verduras. Dedicaré más tiempo para estar con mi familia. Me exhibirán en varias publicaciones como modelo del perfecto arrepentido.
El 2015 será un buen año para aprender a sobrevivir en este mundo de la confusión y la apariencia. Quien sea capaz de encontrar el camino correcto que nos vaya dejando unas migajitas de pan para que los demás también seamos capaces de encontrarlo. Se lo vamos a agradecer.

miércoles, 17 de diciembre de 2014

Estado febril


Treinta y nueve de fiebre. Estoy en la cama. No sé muy bien si abrigarme o destaparme. En una película vi cómo bañaban en hielo a un señor que tenía mucha fiebre. Escribir bajo los efectos de la fiebre es como conducir bajo los efectos del alcohol. No sé muy bien lo que digo. Desconozco cuál es la temperatura en la que el ser humano comienza a sufrir alucinaciones. Yo creo que aún estoy en mis cabales. Escribo sin dirección pero con cordura. Mi correo, pese a mi enfermedad, sigue como si nada. El wasap igual. Mi enfermedad no afecta a mis canales de comunicación. A ellos me gustaría verlos en mi lugar.
Me duele la cabeza. Siento arder mis párpados. Tengo sudor frío. Un elefante blanco se cuela en mi habitación. Parece de cartón. Después entra otro, y otro, y otro. Mi habitación acoge a un improvisado desfile de paquidermos. Les pido que se salgan pero parecen no escucharme. Creo que son sordos. Nunca me había pasado esto de encontrarme rodeado, en mi propia habitación, de veinte elefantes sordos. Tal vez no me oyen por ser de cartón. 
La fiebre me está subiendo por encima de cuarenta. Los elefantes se han marchado. Ahora entra a visitarme una pornoenfermera. Le digo que no estoy para fiestas, y que mejor venga otro día que no esté mi esposa. Ella me dice que aproveche, o ahora o nunca. Le digo que nunca. Y que me disculpe, pero que no soy capaz de hacer el amor ni con fiebre ni con hambre. 
Ella, entre rabiosa y ofendida, me mira, se saca un teta, se saca la otra, me las ofrece con las manos, y me dice: ¿ves, por tonto, lo que te vas a perder?
Este estado febril me está enloqueciendo. Yo creo que nada de esto está sucediendo pero lo vivo como si fuese real.
Ahora vienen un montón de compañeros a sacarme de la cama para llevarme al trabajo. Les explico que no estoy aquí por gusto, pero parece que les da igual.
Tienes que venir, te necesitamos -me dicen. Me vais a matar y va a ser peor. ¿No os da pena lo que me estáis haciendo? -les comento. ¡Queremos llegar a nuestros objetivos! -me dicen.
Es la fiebre. Estoy seguro de que todo esto no está sucediendo, pero no soy capaz de distinguir entre la realidad y las alucinaciones.
Voy a ponerme de nuevo el termómetro.

domingo, 14 de diciembre de 2014

La Venus de Curbelo


La feminidad estereotipada es una mujer famélica que pasa más hambre que el que el que se perdió en la isla. Ese es el canon de belleza actual que estigmatiza a la mitad de la población del planeta y enriquece a multitud de negocios que florecen alrededor de ese canon. La delgadez es un negocio muy lucrativo pero no por ello menos pernicioso. 
La belleza es mucho más que unas medidas, unos contornos o un peso. Tiempo atrás la belleza era representada por las venus, mujeres generosas, macizas, con curvas, con muslos, con trasero, con senos, con todo.
Las tres Gracias, de Rubens, son un canto a la feminidad, a la normalidad, y a la belleza natural sin esclavitud y sin traumas.
Estos días atrás, en San Cristóbal de la Laguna, en Tenerife, me encantó el pequeño homenaje que le brindó el pintor canario Dani Curbelo a las venus, y por extensión, a la gente normal. Dani representa a su venus, rubia y con queratina, con un primitivo erotismo que nos recuerda a la Venus de Willendorf en su máximo esplendor.
Que los jóvenes artistas ayuden a romper todos esos tópicos mercantilistas representa, sin duda, una buena noticia.
La mujer -las personas- se merecen mucho más que ser auditadas por unos simples patrones de validez cuantitativa. La belleza, el erotismo, la sensualidad, son valores que, por defecto, siempre anteponemos a la verdadera valía de las personas, y, amigas y amigos, lo esencial de una persona, como decía Antoine de Saint-Exúpery en el Principito, es invisible a los ojos.
La autenticidad de una persona se debería medir por sus hechos, y no tan sólo, como desgraciadamente solemos hacer, por su apariencia.

sábado, 13 de diciembre de 2014

Problemas


Los problemas surgen como los peces abisales: de la nada, feos, de todos los tamaños, y son impredecibles. Los problemas son de distinta digestión dependiendo de su naturaleza. La cartografía de los problemas es un mapa irresoluble. No se detectan en los análisis de sangre pero, sin embargo, sí dejan rastro en los balances de contabilidad. 
Los problemas forman parte del paisaje. Son incógnitas. Dilemas. Nos enfrentan a nuestros miedos y echan un pulso continuo a nuestras capacidades. Son juguetones, provocadores, puñeteros, y cuando los conseguimos difuminar, empequeñecer, y dominar, pasan a ser historia, y luego olvido, y después nada.
No hay mal que cien años dure, si bien es cierto que no hay cuerpo que lo resista. Los problemas son la clave de la evolución. Benditos problemas. Ante los grandes problemas surgen las grandes personas.
La vida es un problema desde el comienzo hasta el final. Nuestra vida accidental y accidentada es un problema en sí misma. 
Los problemas son la sombra que nos persigue con ánimo de arrojarse contra nosotros a la primera de cambio.
Yo vivo feliz entre montañas de problemas porque eso me recuerda que soy humano, normal, y como otro cualquiera.  
El mundo tiene problemas, los países tienen problemas, las empresas tienen problemas, las personas tenemos problemas. El miedo, la apatía, y el conformismo, son tres de sus principales aliados.
Lo único que nos diferencia a unos y otros es, precisamente, la capacidad de enfrentarnos a ellos. 
La vida es todo aquello que nos acontece durante la búsqueda de soluciones entre problema y problema. Nada más y nada menos.

lunes, 8 de diciembre de 2014

Sueños murakanianos


Murakami, amigo mío, me has vuelto a dejar con la miel en los labios. Dime: ¿al final, qué le pasó a esa pobre mujer insomne en manos de esos desalmados que le intentaban volcar el coche en aquel descampado?
Tus novelas me desconciertan. Me metes en tu mundo y, sin ningún miramiento, me arrojas a un limbo de ansiedad y desasosiego. Ya que pago tus novelas, y no las pirateo, al menos me podrías ofrecer alguna pista más sobre el desenlace. Pero bueno, tu sabrás que eres de Japón y has sido nominado varias veces para el Nobel de Literatura.
Se te nota en los andares que te pone un montón dejarnos a medias, como en un coitus interruptus en plan intelectual, pero que nos engancha, a los que te admiramos, como una droga dura.
Murakami de mi vida, nos gusta que nos des caña y lo sabes. Nos alucina tu mundo interior y la forma tan sutil y elegante que tienes de meternos en la piel de unos personajes tan complejos como tú, y como yo, y como mi vecina del quinto.
Tu éxito y tu magia radican ahí, en conectar con nuestra cara B, con nuestro lado oscuro, y con nuestros pensamientos más inconfesables. 
Dicho lo cual, para la próxima, amigo del lejano país del sol naciente, cierra un poco más el final de la novela aunque eso suponga un poco más de papel, un poco más de concreción por tu parte, y algún euro más de coste por ejemplar.
¿Qué narices le acaba sucediendo a esa pobre mujer, dime? ¡Me has dejado en ascuas! Ahora me vas a tener, como le haces a la enigmática protagonista de Sueños, diecisiete días sin dormir, y no hay derecho. Me están dando unas ganas a mí también de agarrar el coche e irme a un descampado.
Amarillo me tienes de tanto leerte y de tanto comer sushi.

domingo, 7 de diciembre de 2014

Sueños búlgaros


Él leía en ruso mientras yo me dejaba secuestrar por mis infinitos archivos de fotos. Antes sucedía al revés, yo leía a William Kotzwinke y él miraba fotos familiares en su Ipad.
Por la ventana del avión alcanzo a divisar, entre las nubes, los picos nevados de unas montañas que se asoman tímidamente a saludarnos, tal y como solían hacer antiguamente los niños al ver pasar a los trenes. Ahora ni los niños ni los trenes son la misma cosa. 
Yo de niño soñaba con tener un tren eléctrico hasta que un año los Reyes Magos, hartos de mis insistentes misivas, me lo trajeron. Ese día me di cuenta de que, en ocasiones, los sueños son más útiles cuando permanecen en el mágico terreno de la fantasía que cuando se materializan.
El vuelo de easyJet va repleto de personas y de sueños. Casi un tercio de los búlgaros, por no renunciar a ellos, se han tenido que marchar de su país. La vida es vida mientras mantenemos encendida la llama de nuestros sueños.
Con toda la seguridad que me brinda la imaginación, intuyo que el joven búlgaro que viaja a mi izquierda sueña con encontrar un próspero futuro en el Reino Unido, mientras yo sueño con el prometedor proyecto empresarial que acabo de iniciar en Bulgaria.
Impulsados por los sueños surcamos los cielos, desafiamos a la razón, invocamos a los dioses, e intentamos construir nuestro futuro en base a decisiones carentes de cualquier certeza. Los sueños son un ecosistema en el que el desconocimiento y la inseguridad nos generan una energía capaz de llevarnos a alcanzar las estrellas o a estrellarnos contra las rocas. Los sueños y las pesadillas siempre han mantenido una preocupante relación filial.
Por consiguiente, el joven búlgaro y yo no somos tan distintos, tan sólo a él lo veo ligeramente más guapo, y con más pelo, y con menos barriga, y sabiendo inglés, mas sin embargo, pese a tan obvias e importantes diferencias, los dos estamos asidos a los cabos de una enorme cuerda de la que todos los humanos, con independencia de nuestro pasaporte, estamos unidos: los sueños. Todos tenemos sueños búlgaros porque los sueños nacen en una única central nuclear de la que, sin darnos cuenta, todos nos recargamos.
Claro que, como todos ustedes comprenderán, nada de esto tiene ningún valor científico, ya que los científicos, sean de dónde sean, no entienden mucho de estas cosas, a no ser que, como yo, y tal vez como usted que me lee, sean amantes de la metafísica.

jueves, 4 de diciembre de 2014

Sacrificios europeístas


Sólo escribo sobre el teléfono cuando se me complican el resto de opciones. Para más información les diré, para variar, que vuelo desde Viena a Sofía, y estoy flanqueado, por decirlo diplomáticamente, por dos austríacos que, de habérselo planteado, podrían haber aspirado a jugar en la NBA, o hacer de protagonistas en la película del Jeti.
El de mi derecha lee un periódico adaptado para su tamaño. El de mi izquierda se distrae con su Ipad con un juego de motocross y cada vez que se cae de la moto coge un cabreo de mil demonios. El del periódico se recrea hasta con las necrológicas. Disecciona cada noticia como haría un forense con el cadáver de un famoso que hubiera aparecido muerto en un hotel sin aparentes signos de violencia. Su reloj de pulsera dorado, su vestir impecable, sus gafas de diseño, contrastan con el vestuario anodino y desafortunado del que juega a estrellarse con las motos. Intuyo que estoy sentado entre dos versiones bien distintas del concepto austriaco.
Mientras reflexiono sobre esta posibilidad, una azafata aria me ofrece, en austriaco, la posibilidad de elegir entre una manzana y una chocolatina para merendar. Elijo lo segundo exhibiendo mi mejor sonrisa y señalando con el dedo a la chocolatina que ha elegido el más intelectual de mis opresores. Para llevarnos la contraria, y como no podría ser de otro modo, el del motocross ha elegido la manzana. Siempre he tenido gran facilidad para no hablar ningún otro idioma que no sea el castellano. Eso sí, leo las revistas en inglés, y, sin haber estudiado el idioma, me entero más o menos de lo que dicen. Aunque, para ser sincero, me entero más bien de poco. Lo reconozco, mi modus operandi siempre es el mismo: veo las fotos, repaso el texto, y con las cien palabras que conozco del inglés me fabrico una idea que rara vez coincide con lo que realmente refleja el texto en cuestión, pero, a mí, eso me entretiene un montón.
El intelectual lee con una especie de devoción mariana. El austriaco contestatario ha cambiado el motocross por el solitario, al parecer, se ha cargado todas las motos de las que disponía. El solitario es el juego oficial de los resignados. La azafata aria recoge mis desperdicios y me obsequia con una sonrisa televisiva.
Me pitan los oídos. Debe ser que llevo más horas de vuelo que el Barón Rojo. El hippie, por llamarlo de algún modo estereotipado, se ha puesto a roncar abrazado a su Ipad como Moisés a las tablas sagradas. El intelectual ha tardado dos minutos en plegar meticulosamente el diario y otros dos en comenzar a roncar. Los ronquidos de los austriacos parecen no tener ninguna vinculación artística con la Opera de Viena, o, al menos, esa es mi percepción.
Me siento atrapado en una especie de performance de política de altura. Al unísono, casi en un acto reflejo, los dos reclinan sus considerables cabezas sobre mis humildes hombros en una sutil maniobra de reconciliación con la Europa oprimida del sur. Ni me muevo porque entiendo que la diplomacia conlleva mucho sufrimiento y generosidad. Por no generar un conflicto bilateral, ni más desequilibrios dentro de la frágil Comunidad Europea, cedo con vehemencia mis hombros a los súbditos del malogrado Imperio Astro-húngaro. 
Angelicos. Todo sea por la cohesión europea.


viernes, 28 de noviembre de 2014

Las hormigas no leen


Me siento fracasar en el intento de crear una trinchera en defensa de los libros. Una fatua contra la resignación. Un movimiento social de letras convertidas en balas, o en misiles, o en caricias. La batalla contra la incultura se libra puerta a puerta, cuerpo a cuerpo, con libros de tapa dura arrojados como bombas de mano frente a lo absurdo, y con un IVA por las nubes.
La cultura está perdiendo la batalla. Como medida a la desesperada sueño con bombardear las ciudades con libros, pero, al despertarme, siento serías dudas sobre su eficacia. Se requieren fundamentalistas para formar un frente común contra el tonto de baba con traje y corbata, con coche de alta gama, con zapatillas de running, con aspiraciones inconfesables, con conocidos en el poder, con intolerancia al papel impreso, con miopía frente al dolor ajeno, con sordera frente a las demandas de justicia de los pobres del barrio de al lado.
La sociedad de la incultura huele a podrido. Todo les caduca adentro, nada renuevan, y ni abren las ventanas para que entre aire fresco. Huelen a humedad y a rancio camuflado con pachulí. Crecen las tiendas de imitación tanto como huimos de lo auténtico. Se impone lo prefabricado, lo precocinado, lo desechable, lo predecible. Somos una fotocopia emborronada de lo que podíamos haber sido. Un recuerdo nostálgico y vacuo de lo que nuestros abuelos y nuestros padres aspiraban para nosotros.
No leo, pero exhibo la foto de la hamburguesa de carne falsa que me zampo en las redes sociales. No leo, pero me fotografío bebiendo cervezas y exhibiendo en Facebook una mueca prefabricada de felicidad. Adopto el rol que toca con tanta facilidad como abandono el anterior. No leo, pero consumo lo que hay que consumir, me peino como debo peinarme, viajo adonde hay que viajar, y voto al que, supuestamente, protege mi status quo de cartón piedra. 
Y, sin darnos cuenta, han logrado transformarnos en hormiguitas obedientes, sumisas, resignadas, ciegas, insensibles, pero que actuamos obedientemente ante los dictados de la hormiga reina llamada consumo.
Las hormigas no necesitan leer. La pena es que la mayoría de nosotros, salvo honrosas excepciones, tampoco.

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Quince minutos



Sólo tengo quince minutos. No recuerdo qué acontecimientos de la historia se han desencadenado en quince minutos. Sé que muchos de ellos se han desarrollado incluso en menos. No sé si es mucho o es poco, la verdad, y menos aún recién levantado, pero es el tiempo del que dispongo en este preciso y precioso momento. ¿Qué hacer, entonces, con estos maravillosos y únicos quince minutos? 
Veamos:

Opción A:
Tumbarme a ver el noticiero en televisión. Me deprime. No.
Opción B:
Hacerme dos huevos con panceta de cerdo. Engorda y ya estoy bastante gordo. No.
Opción C:
Hacer quince minutos de pilates casero. No me convencen ni Poncio ni Pilates.
Opción D: 
Seguir leyendo un rato más el libro de Villoro. Mejor esta tarde con más calma.
Opción E:
Subir a la montaña que hay frente a mi casa. Está muy empinado y, cuando lo hago, se me pone el corazón a cien. Negativo.
Opción F:
Escuchar música de Juan Luis Guerra en YouTube. No tengo ánimos.
Opción G:
Recortar papelitos, y el careto de un político corrupto, y hacer un collage con mensaje reivindicativo. No tengo claro que sirva para mucho. Lo descarto.
Opción H:
Aprovechando el rocío de la mañana salir a coger caracoles. Pienso en el lío que supone luego ponerlos en harina y después limpiarlos. Tampoco.
Opción I:
Darme una superducha y ponerme crema bajo la ducha de Tahe. Voy al baño y veo que no me queda crema bajo la ducha. En casa de herrero...Imposible.
Opción J:
Mirar mi lista de Wasap. Abrir Facebook. Ojear mi correo electrónico. Rutina. No.
Opción K:
Preparar algo de comida para llevarme al trabajo. Mejor compro algo.

Mientras les escribía todo esto se me han esfumado los quince minutos.
Ya me tengo que marchar. 
Lo siento.

domingo, 23 de noviembre de 2014

Tópicos


Ya quisieran los ratones comer queso. Nunca vi un ratón comprando queso en un supermercado. Ni veo bolas de queso por la calle destinadas a la alimentación de la prolífica población de roedores que habitan en las entrañas de nuestras ciudades.  
Los tópicos son capaces de hacernos creer algo absurdo. Los ratones no comen queso, del mismo modo que los pobres no comen caviar ruso ni beben champán francés.
Los tópicos se convierten en armas arrojadizas, en prejuicios, y en alimento barato para mentes vacías.
De hecho, los tópicos engordan por su propio uso. Cuanto más se utilizan más crédito se les concede y más se difunden.
Los tópicos son construidos como filtros ideológicos desde los que mirar algo para que tenga un determinado color. Condicionan de manera interesada a un grupo de personas, a un pueblo, a una nación, a un sexo, y ninguno de esos tópicos es desinteresado. 
Los tópicos nacen por una razón de ser, aunque no tengan ninguna razón.
Nada es uniforme. Nada es lo que parece. Como ninguno de nosotros somos igual a otro. Generalizar es un defecto, y un error, en el que caemos con demasiada frecuencia.
Por una simple cuestión de respeto no me gusta usarlos.

sábado, 22 de noviembre de 2014

Isabel I de España y Alcantarilla


En honor al Rey Alfonso X El Sabio, cuando nos referimos en abreviatura al miércoles en determinados calendarios y documentos ponemos X. Lo dice la revista QUO que lee Isabel con sumo interés para sorprenderse ante los avances de la ciencia o los descubrimientos más absurdos. Lo extraordinario y lo absurdo se dan la mano en ciertas revistas, en bastantes libros, pero, sobre todo, en la vida cotidiana.
Tan extraordinario como absurdo es decir, como digo con cierta frecuencia, que el Rey Alfonso X El Sabio fue mi vecino, como si yo hubiese vivido hace mil años, cosa poco probable, a no ser que yo fuese Matusalén, o la teoría de la reencarnación fuera cierta y yo, por aquel entonces, hubiera sido un escribano de la corte, o quién sabe si hasta pude haber sido el mismísimo caballo de tan ilustrado monarca.
Vivir a escasos kilómetros del Castillo de Monteagudo confiere cierta responsabilidad histórica. Las historias que rebosan sus malogradas almenas y murallas aportarían hoy en día mucha luz a ciertos políticos monoteístas y desintegradores. El rey, al que ahora en este preciso instante en el que les escribo desde una cafetería del Aeropuerto de Dublín, recuerdo perfectamente, era un hombre tan cercano como inteligente. De hecho, fue el primer rey que, aparte de cortar cabezas escribía libros, por lo que se demuestra que, cuando la tinta escasea, se puede escribir con sangre.
Recuerdo cosas. Yo no fui su caballo. Ahora lo percibo con más nitidez conectándome a mi pasado a través del humo de un café con leche que me está destrozando los intestinos. 
Lo veo, fui su escribano. Yo era un árabe renegado que había servido con anterioridad al mismísimo Rey Lobo, un rey que reinaba para pegarse la vida padre, tener muchas mujeres, beber como un cosaco, y cazar osos con los que luego se confeccionaba alfombras de lo más frikis.
Cambiar de señor es como cambiar de chaqueta. A mí no me afectó mucho el cambio porque nunca fui de rezos ni de dioses. Lo mío era la poligamia, el vino, las cachimbas, y la narrativa contemporánea, cosas tan mal vistas por aquel entonces como ahora.
El Rey Lobo y yo compartíamos tantos secretos de palacio como de alcoba. Con el Rey Alfonso X El Sabio conecté a la primera de cambio. Yo mismo, a su llegada, le ofrecí la llave del castillo junto a la cédula de habitabilidad, así como el plan de evacuación, y una copia compulsada del último recibo de la contribución. Mi oficialidad me granjeó su confianza. El monarca cristiano hacía tiempo que buscaba un funcionario que funcionara como yo. En sus momentos de inspiración alcohólica, y entre cantiga y cantiga, criticaba sin mesura a sus funcionarios por la costumbre que tenían de dejar de funcionar en el mismo momento de tomar posesión del cargo.
Yo, a parte de ser su escribano favorito, fui su confidente, su pañuelo de lágrimas, y su correveidile, hasta que conoció a Isabel, la hermana pequeña de uno de sus nuevos lugartenientes, que acababa de llegar a Monteagudo desde la cercana y modesta villa de Alcantarilla.
Su afición a la lectura, a lo desconocido, y a los avances tecnológicos, que a mí me parecían de lo más absurdos e innecesarios, lo acercaron a ella tanto como lo alejaron de mí.
Isabel soñaba con viajes, con conquistas, con gastronomías de territorios impíos y desconocidos, y, con esas maquiavélicas argucias, lo fue alejando de mí y atrayendo hacia sus enaguas.
Cuando el Rey Alfonso X El Sabio decidió trasladar su residencia al Castillo de Lorca, incorporó a Isabel en su comitiva como responsable de coordinación de escribanos y como portavoz del gobierno.
Ella, celosa y sabedora de nuestra cómplice amistad y mis orígenes sarracenos, decidió arrojarme al ostracismo de la historia y abandonarme a mi suerte en Monteagudo, en el que ya me quedaría muy poco por escribir, salvo que fueran recetas de cocina o novelas de espadachines del lejano oriente.
Al desvanecerse la neblina provocada por el humo de aquel desafortunado y laxante café con leche, miré hacía Isabel con cierto recelo.
-¡Ni se te ocurra intentar quedarte con mi puesto de trabajo, eh! -le dije fuera de mí.
-¿Pero de qué hablas, Pepe, no me has traído a Irlanda para que yo siga atendiendo a este distribuidor?.
-Claro que sí, perdona. Por un momento pensé que era un escribano de la corte del Rey Alfonso X, discúlpame, Isabel.
-Te disculpo si me das tu receta secreta del pulpo al horno.
-No Isa, antes tendrás que pasar por encima de mi cadáver.
-Por cierto, Pepe: ¿Sabías que un pedazo de intestino de una víctima del cólera, preservado en formol desde mediados del siglo XIX, ha permitido profundizar en el origen histórico de la enfermedad?
-No. Y no me hables de intestinos que bastante tengo con los míos. ¡Lees cada cosa!

martes, 18 de noviembre de 2014

Macho alfa


Voy a contarles una historia que nadie sabe con la esperanza, y el deseo, de que me sepan guardar bien el secreto.
Era martes. Bogotá. Un hotel de ejecutivos. El día había sido duro y, sin embargo, mi cuerpo no se adaptaba demasiado bien a una nueva habitación. La inquietud me arrastró a dar una vuelta por los bajos del hotel.
El hotel contaba, y seguirá contando, con una pequeña galería comercial sin pena ni gloria: ropas de dudoso gusto, recuerdos de Colombia, una agencia de viajes que ya se encontraba cerrada por lo intempestivo de la hora, una peluquería unisex.
Yo caminaba ensimismado; pensaba en los detalles de mi agenda de trabajo del día siguiente, y en los posibles resultados de las visitas que acababa de realizar. Se olía a tabaco. Al fondo de la galería vi lo que parecía, y luego ciertamente resultó ser, una coctelería.
Yo no soy mucho de cócteles, salvo en mi juventud en los que fui un gran aficionado a los Molotov. Entré allí sin demasiada convicción, como debe entrar un toro en un coso sin saber qué gaitas hace allí. No era demasiado grande. Las mesas estaban llenas de ejecutivos de medio pelo viendo vídeos chorra en YouTube. Una luz de sepelio alumbraba unas neblinas de nicotina y alquitrán con genuino sabor americano. 
Me dirigí a la barra con la esperanza de poder charlar un rato con el barman. El camarero tenía cara de pocos amigos. Le pregunté sobre el partido de fútbol que daban en televisión y de una manera casi mineral me dijo que a él no le interesaba el fútbol. Por intentar ser agradable le pregunté que qué le interesaba a él y me dijo que lo único que realmente le interesaba a él era que los clientes no le dieran mucha conversación. Blanco y en botella.
Mientras digería aquella estrambótica situación, una preciosa mujer ataviada con un vestido rojo tipo Valentino se sentó a mi lado.
-Un mojito por favor -pidió la miss mundo sin mover un músculo de su perfecto rostro.
-Lleve cuidado -le recomendé, el camarero tiene muy malas pulgas.
-No estoy hablando con usted -me dijo sin mover ni un grado el ángulo de su cara para responderme.
-Lo siento, no pretendía molestarla -me disculpe, sin saber muy bien si era lo que tenía que hacer.
-Ustedes los españoles se creen con derecho a todo, ¿verdad? -me planteó.
-Yo no he venido aquí a generar un conflicto internacional, tan sólo pretendía tomarme algo. Por cierto camarero, póngame a mí otro mojito.
-¿A qué se dedica usted? -me preguntó la mujer.
-Vendo cosméticos. ¿Y usted, a qué se dedica?
-Trabajo en una morgue.
-¿En una qué?
-En una morgue. Trabajo con muertos. ¿Ocurre algo?
-No. Nada. Qué va a ocurrir. Los muertos son gente pacífica. 
-Los muertos están muertos. ¡Salvo algunos!
-¿Cómo qué salvo algunos?
-Hace unos meses uno de ellos comenzó a chillar en el congelador.
-¿Y qué decía?
-Pues qué iba a decir, que tenía frío y que lo sacáramos de allí.
-¿Qué susto, no?
-Sí. Aunque era la primera vez que nos pasaba eso.
-¿Los demás no se quejan de la temperatura?
-Ni de la temperatura ni de nada.
-Pues ve, lo que yo le decía, son gente pacífica.
-Son muertos.
-¿Usted los arregla para que se vayan guapos para el otro mundo?
-Así es, los maquillo, los arreglo, los peino, los dejo bien presentables.
-¿Hoy arregló a muchos?
-Como a seis.
-¿Y no le importaría arreglar a un vivo antes de irse a dormir esta noche? ¿No me ve muy demacrado?
-Usted no está demacrado, usted es un descarado. Eso es lo que es.
-No se ponga usted así, por favor. Los vestidos de Valentino sacan el lado de macho alfa que hay en mí. Me ponen muy bruto.
-No es de Valentino, es de Zara. 
-Ve como no somos tan malos los españoles. Hacemos ropa bonita y a buen precio.
-¿Está usted casado?
-Sí. ¿Y usted?
-También.
-¿Y qué hace que no está cenando con su esposo?
-Todos los martes me pone un escusa y se va a cenar con su secretaría.
-Parece que ya entiendo lo de su cara, y no es por lo de los muertos.
-Así es. Nuestro matrimonio está muriéndose. Seguimos juntos por conveniencia. Por pura y asquerosa conveniencia.
-Pues si lo que quiere es vengarse, aquí me tiene a su total disposición. Soy un hombre serio, discreto, respetable y se manejarme muy bien en las distancias cortas.
-Es precisamente lo que le iba a proponer: ¿Cuál es su cuarto?
-La habitaciiiónn seiisccientos cuaattro -le dije tartamudeando de la emoción.
-Pagué estas dos copas y suba a su cuarto. En diez minutos estaré allí. Vaya dándose una duchita y póngase cómodo.
Nervioso como un colegial en su primera cita, pagué y subí hacía mi habitación a la velocidad de la luz.
Cinco años después, aún la sigo esperando.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Confusionismo


La vida avanza conmigo detrás. La vida pastor nos convierte en borregos. Soy borrego. De pequeños, durante la catequesis, el cura nos decía que Dios era un pastor y nosotros su rebaño. Los del gobierno dicen que es Rajoy, aunque a mí me recuerda más a un compungido y resignado San José. En el Madrid dicen que es Cristiano Ronaldo. Los de Podemos dicen que su Dios es Pablo Iglesias. Las admiradoras de Pablo Alborán creen que él es el único Dios verdadero. 
De dioses está el mundo lleno. De hecho, hay gente tan endiosada que mea Chanel número 5. Dios es una Harley. Dios es un Ferrari. Dios es un diamante de sangre colgado del cuello de una famosa endiosada por la prensa rosa.
Pese a ese heterodoxo Olimpo que les describo, lo verdaderamente cierto es que cada uno de nosotros reinamos en nuestro propio paraíso, o en nuestro propio infierno interior. Somos tan dioses como demonios. 
Según los mandamientos que nos enseñaban, y que teníamos que recitar de carrerilla, no debemos de tomar el nombre de Dios en vano. Y, por si acaso, nos advertían : ¡Dios castiga y no con palos!...
Mientras pensaba sobre este dogma teológico, escuché a mis vecinos hablar:

-¡Manolo,vives como Dios!
-No, ¡qué dices!, lo que pasa es que yo vivo como Dios manda. Eso sí.
-Ni qué lo digas: Aunque ayer por la noche montaste la de Dios en Cristo.
-No, no sólo yo. ¡Fue todo Dios!
-Unos más y otros menos. ¡Bendito sea Dios la que se lió!
-¡Vaya por Dios! ¿Ahora me vas a decir a mi qué no fuiste tú?
-Sí. Yo hice lo que Dios me dio a entender.
-¡Dios me libre de volver allí!
-Seguro. ¡Allí no va a volver ni Dios!
-Pues que Dios reparta suerte.

Todos damos por hecho que Dios aprieta pero no ahoga. A Dios rogando y con el mazo dando. Con Dios me acuesto, con Dios me levanto, La Virgen María y el Espíritu Santo -rezaba mi tía, cuando su cama se vino abajo por overbooking.
¡Dios que desastre de relato! -reconoce el que les escribe.
¡Me cago en Dios! -Chilló al árbitro un aficionado del Atleti tras negarles un penalty de libro. 
Por Dios, por la Patria y el Rey -dicen unos. Dios salve a la Reina -dicen otros. Dios es amor. Dios es perdón. Dios está en todos sitios. 
¿Qué más os podría decir?
Pues...adiós. Y que Dios me perdone.

miércoles, 12 de noviembre de 2014

El gallinero o la fábula de la gallina y la tortuga


La gallina Josefina tiene una nueva vecina. La vecina de Josefina se llama Tomasa, pero no es una gallina, sino una tortuga de tierra poco habladora, un poco sorda, y de avanzar renqueante. De hecho, tiene un oído inflamado y una de sus patas traseras parece no funcionar demasiado bien. Josefina y Tomasa, pese a sus evidentes diferencias fisiológicas, se han hecho muy buenas amigas. Las dos recuerdan perfectamente cómo y cuándo salieron del huevo. Tomasa recuerda cómo fueron formándose sus duras escamas y Josefina le cuenta de la suavidad de sus primeras plumas. Tal vez por la edad, hablan demasiado de su pasado. Tomasa ha puesto huevos seis veces, una de las cuales, allá por los montes resecos de Mazarrón, contó hasta dieciséis de una sola puesta. Josefina llora al recordar el ataque de un zorro a su gallinero. El raposo se comió a sus cinco pollitos y ella se escapó por los pelos encaramándose a la copa de un árbol. Tomasa la consuela contándole la historia de su último y trágico desove: un viejo cimarrón se comió todos sus huevos justo en el preciso instante en el que comenzaba a enterrarlos y, no conforme con eso, intentó comerse a Tomasa y le mordió en una de sus patitas de atrás. Por eso, ahora, su pata trasera derecha es un muñón, que, pese a todo, le sirve de apoyo y le facilita la movilidad.
Josefina y Tomasa se llevan tan bien desde el mismo momento en el que descubrieron que las dos eran viudas. Curiosamente, el gallo Vasallo y el tortugo Tarugo, murieron ahogados tras una enorme tormenta que se llevó por delante varias casas y un camping entero. Tras enviudar, las dos decidieron no volver a tener pareja y, de ese modo, poder dedicar el resto de sus días a la vida contemplativa. 
El que peor lo lleva por aquí es el gallo Gallardón al que, recientemente, le han cortado las alas y está medio desplumao. No habla con nadie, y menos con nosotras.
Tomasa echa de menos la libertad del monte, pero, pese a la desgracia de haberse cruzado en el camino de Paco, al que todo el mundo conoce como Paco El Carpintero por regentar una carpintería en suspensión de pagos, se siente feliz porque entiende que, de otro modo, nunca hubiera conocido a Josefina. El gallinero al que la arrojó Paco no es el monte, pero, a ciertas edades, el recogimiento deja de suponer un problema para convertirse en todo un privilegio. Sobre todo cuando Paco, con la precisión de un reloj suizo, a las cinco en punto de la tarde, arroja dentro del gallinero los restos de la cocina de su casa, llena el comedero de ricos granos de maíz, y repone de agua fresca los bebederos. La vida, dentro de un gallinero, no es tan mala como mucha gente podría pensar. Hay sitios mucho peores. Al menos aquí, aunque vengan disfrazados, todavía sabemos distinguir entre una gallina y un zorro.

lunes, 10 de noviembre de 2014

Personas piedras



Avanzo. Sumo lecturas. Mías y ajenas. Unas veces escribo con más pericia que otras. Leo, a veces con muchas ganas y entusiasmo, y otras no tanto. Depende del autor o del momento. Observo cómo describen las escenas. Estudio cómo exponen sus ideas. Me fijo en todo. Como un niño cuarentón, aprendo de fijarme. Reflexiono.
Me gusta propiciar mis propios espacios de reflexión. Miro hacia adelante y hacia detrás en busca de respuestas. ¿Quién soy? ¿Hacia adónde voy? ¿Por qué escribo? ¿Para qué? ¿Qué hago aquí? ¿Por qué únicamente ladran los perros de mi vecino durante la siesta?
Me busco como método: en un paisaje, en un rostro, en un calendario, tras una ventana, en una lectura, debajo de un árbol, o en la oscuridad de una cueva. Estoy en todos sitios y en ninguno. Me encuentro tan fácilmente como me pierdo. Me abstraigo viendo pasar las estaciones, los años, los cometas, el ir y venir de las golondrinas. Vida en movimiento.
Dudas. En toda introspección afloran dudas. La naturaleza humana es dubitativa. Lo malo es cuando esa duda se convierte en bloqueo. Los bloqueos producen parálisis y la inmovilidad va en contra de la biología. En ese caso, todo evoluciona alrededor excepto quien renuncia a los cambios.
De los bloqueos surgen las personas piedra. Inmóviles y acorazadas. Intransigentes ante lo nuevo. Inflexibles. Sordas. Herméticas. A la defensiva.
La sociedad está llena de personas piedra. Que defienden dogmas de otro tiempo. Que se rasgan las vestiduras ante todo progreso. Que al negarse su evolución quieren obligar a los demás a no avanzar. 
La vida es movilidad, es cambio, es duda, pero ante todo es camino. Las personas piedra se niegan al avance. Aman tanto a las anclas como a las raíces. Son arqueología. Idolatran al pasado y demonizan el futuro.
Y, pese a su terca oposición, la tierra sigue girando.

jueves, 6 de noviembre de 2014

Juegos de adultos


Paseo por el barrio como cada noche antes de acostarme. Noche clara. Frío. A mi paso, un tipo, que me resulta conocido, se esconde en el interior de un coche. No es la primera vez que me tropiezo con ese vehículo. La luna llena clarea la oscuridad. Proyecta sombras. A noches luminosas misterios profundos. 
Ya dentro de la casa, oigo ruidos, todo un catálogo de ellos. Unos de origen biológico y otros de dudosa clasificación y procedencia. Decidido, activo mi plan.
Ahora escucho pasos. Su sonido es inconfundible. Sin duda, son pasos de un hombre robusto. Pisadas contundentes y pesadas. Parece uno solo. Tiene mucha prisa o sufre una especie de ataque de ansiedad. Escucho hasta su acelerada respiración. Si me esforzara, podría hasta percibir el sonido de su corazón retumbando en su caja torácica. Veo el haz de luz de su linterna.
Busca. Sé lo que está buscando. Arrastra frío a su paso. También muebles y todo aquello que dificulta su obsesivo y estremecedor registro.
Decido no moverme. Del éxito de mi quietud depende mi futuro y el de mucha más gente. El pánico no evita que recuerde mi infancia y lo que disfrutaba jugando al escondite. Pero esto de ahora no es un juego. ¿O tal vez sí?.
Lo sería si la vida en sí misma fuera un juego, en el que ganar o perder diera lo mismo que vivir o morir. Yo prefiero seguir vivo por mucho tiempo.
Lo siento cada vez más cerca de mi inmovilidad. Ahora juego a que soy una momia. Aguanto mi respiración. Estoy recubierto de invisibles vendajes que rodean mi nerviosismo y atenúan mis ganas de salir corriendo. Pese a todo, aguanto estoicamente la tensión.
Ahora soy el hombre invisible. Está frente a mí pero no me ve. Debe tener mocos, de lo contrario se hubiera percatado del olor que desprende la fragancia francesa que uso desde hace más de quince años. Él, por su parte, huele a sudor mezclado con perfume de imitación, curiosamente al mío. 
Se aleja. Un metro. Dos. Tal vez, tres. Empuja con violencia una silla que le entorpece el paso, o tal vez ha tropezado con ella. En su retirada aún veo el destello metálico del cañón de su revólver. Ahora juego a los pistoleros y con el dedo le disparo varias veces por la espalda. En la otra mano lleva el maletín que buscaba. O, al menos, eso es lo que él se cree.
Hace semanas que preparé ese maletín señuelo, con un portátil viejo repleto de fórmulas falsas capaces de arruinar a cualquiera, y con un dispositivo de localización vía satélite.
Lo preparé todo el mismo día en el que comencé a sentirme vigilado. Mis fórmulas magistrales están a buen recaudo. 
El sicario burló mis defensas tecnológicas pero no supo enfrentarse a mis instintos más primarios. En el barrio nunca me dejé ganar ni a las canicas.
De haber confiado todo exclusivamente a la tecnología ahora estaría criando malvas y mis fórmulas enriqueciendo a mis verdugos.
Pese a que hoy me ha sonreído la suerte, sé que el juego de la vida continua. Sólo gane una partida. Intuyo, sin temor a equivocarme, que ellos querrán seguir jugando. A los adultos también nos gusta jugar. 
¿Apostamos algo a que vuelven?

domingo, 2 de noviembre de 2014

Piano madre


Les explicaré. Estoy mal. Mi psique en duelo. Diarrea. Garganta. Cansancio. Antigüedad. Como medicina acudo al descanso y a la introspección. Mal remedio. El error me conduce a la nostalgia y a buscar en YouTube música para leer. 
Suena un piano. Al instante, ese piano se apropia de mi mente sin permiso. Los pianos son cajas de madera de las que brota la nostalgia como el agua de un manantial. No necesito de eso, tengo cajas completas. Toneladas de nostalgia. Recuerdos almibarados, o en salazón, que conservan hasta la eternidad mis aciertos y mis errores. 
El piano me recuerda con sus notas quién soy y quién no soy. La sabiduría no se aloja en google, ni en servidores a prueba de bombas nucleares, se esconde, al acecho, en la caja contrachapada de un piano.
La vida entera en una sinfonía de teclas, cuerdas y martillos que accionan mecanismos que la mayoría de nosotros nunca alcanzaremos a ver ni a entender.
Piano. Suena dulce y llega hondo. Acaricia los oídos y abre el alma. Piano. 
El día tiene un antes y un después tras sonar los primeros acordes de esa máquina de expender música. Domingo tranquilo. Piano.
El que inventó la vida debió crear al piano para guardarla adentro, pero la vida, burlona, se le escapa cuando quiere. En realidad, entra y sale de ahí. Piano útero de madera. De cada nota que suena nacemos uno de nosotros. De cada sonido brota una flor, canta un ruiseñor, o llora un hijo cuando muere su madre.
Piano, consuelo. Piano, dolor. Cómo y cuánto quisiera hoy entenderte, armario con patas que me haces llorar con tus agridulces notas.
Suena, piano suena. Vuela. Da vida. No pares nunca de sonar. Aunque me cueste llorar a cada rato. Sinfonía de lágrimas. La música es dulce y, sin embargo, las lágrimas son saladas.
Quién me iba a decir a mí, que esta segunda mañana de noviembre, sin ti mamá, te iba a encontrar entre los acordes en conserva de un piano sonando en YouTube. Hoy sé que vives ahí adentro. Que tu inocencia y tus miedos hoy son notas que acarician mis oídos y que me están diciendo cosas que tú no me supiste explicar a tiempo. Ahora que tú no estas es cuando comienzo a entenderte. Aunque tarde, el piano nos está ayudando mucho a los dos.
¿A quién le puedo dar todo lo que a ti no te dí?
Te extraño tanto, mamá.

viernes, 31 de octubre de 2014

Virus



-Pase, pase por favor. Siéntese. ¿O prefiere recostarse directamente en el diván? 
-No sé, es la primera vez que vengo a terapia. Mejor comienzo en la silla. Luego, ya veremos si me acuesto o salgo por piernas.
-Tranquilícese señor Sandalio, ¿por qué ese es su nombre, no es cierto?
-Sí doctor, para gloria de la humanidad, Sandalio Rebollo Peinado, para servirle.
-¿Le molesta, por abreviar, si le llamo San?
-Ni mucho menos. Siempre he querido que la gente me llamara así, pero nunca lo he conseguido.
-¿Y cómo le llaman?
-Zapato, zapa, babucha, chancla, alpargate, bambo, de todo. Ahora me da igual, pero imagínese usted de pequeño...
-Me imagino, San. Me imagino. ¿Y cuál es el motivo de su visita? ¿Por qué, después de tantos años, busca usted apoyo profesional?
-Porque he perdido el sentido del humor.
-Eso es muy grave.
-Lo sé.
-¿Ha perdido algún sentido más?
-El de la orientación nunca lo tuve bien. Soy más peligroso con un mapa que Messi en el área pequeña.
-¿Le gusta a usted el fútbol?
-No. Lo odio.
-¿Y por qué ese odio tan visceral contra ese popular deporte?
-De joven jugaba al fútbol. Mis compañeros me escondían las botas y me dejaban en su lugar unas sandalias de playa. Se morían de risa mientras las buscaba. Siempre era el último en saltar a la cancha. Era horrible.
-Algunos adolescentes son gente malvada.
-Lo sé.
-Dígame San, ¿ha perdido algún otro sentido?
-Pues, ahora que lo pienso...creo que he perdido el sentido del ridículo.
-¿No siente ridículo?
-No, de hecho, al entrar la edificio, me he encontrado con un amigo y me ha dicho socarronamente: ¿cómo estas zapachanclas? Y me ha dado igual.
-¿Y qué le ha respondido a su amigo?
-¡Me cago en tus muertos!
-Creo que lo suyo no va a ser fácil.
-Lo sé.
-¿Qué más me podría contar?
-¿De qué?
-De su vida, de su juventud, de su infancia, de sus relaciones de pareja?
-No tengo pareja.
-¿Pero la tuvo?
-No, nunca he tenido pareja.
-¿Y eso? ¿No se siente atraído por nadie?
-No, nunca he sentido atracción por nadie, ni por nada en particular. Bueno sí, por un loro que vive conmigo.
-¿Cómo se llama el loro?
-Sam.
-¿Cómo usted?
-Sí, pero con eme, me gusta más Sam, queda más anglosajón.
-Entiendo. ¿Y desde cuándo vives con San con eme?
-Desde que murió mi padre. Mi madre murió cuando me traía a este mundo. Creo que por eso mi padre nunca me lo perdono, y por venganza me puso este nombre.
-¿Alguna vez se lo confeso?
-No, él era mudo.
-¿De nacimiento?
-No, por un trauma, vio como un camión atropellaba a su padre y perdió el habla.
-Pobrecito.
-No nada de eso. Mi padre, tras el atropello, heredó una fortuna importante.
-¿Usted a qué se dedica, Sam?
-Soy contable.
-Yo busco un contable. Acabo de enojarme con el mío. ¿Dónde tiene su oficina?
-Yo sólo cuento para mi. Cada uno que cuente lo suyo.
-No le entiendo, Sam.
-¡Qué no soy contable! Sólo cuento mi dinero. Crece, crece y crece. Y cómo gasto menos que un ciego en novelas...
-¿Y por eso huye usted de las relaciones, para proteger su capital?
-No. Nada de eso. Simplemente estoy mejor con Ofelia.
-¿Entonces sí tiene pareja?
-No. Ofelia es mi loro, es que es hembra. Es una lora.
-¿Tiene más animales en casa?
-Sí, dos peces rojos, pero con ellos no tengo tanta confianza.
-¿Por qué no?
-Porque se mueren muy rápido. Pero nunca dejo a uno solo. Cuando muere uno, automáticamente, voy a la tienda y lo remplazo por otro nuevo. Por eso no me da tiempo mucho a intimar con ellos. 
-¿Algún otro animal?
-Sí. Un gato persa. Lo encontré en la calle perdido con su collar y su cascabel y todo. Él da buena cuenta de todos los peces que se van muriendo. Si viera usted cómo se relame los bigotes cada vez que se come uno.
-Dígame la verdad: ¿le gustan las mujeres?
-No.
-¿Y los hombres?
-No
-¿Y los batracios?
-No.
-Creo que para ayudarle, requeriré de ayuda de otro colega.
-Lo sé.
-¿Cómo qué lo sabe?
-Me ha ocurrido otras veces.
-¿Pero no me dijo usted que era la primera vez que hacia terapia?
-Sí, siempre lo hago para no asustar. 
-Mire, Sam, con eme, si viene usted aquí a engañarme, no sirve de nada.
-Lo sé.
-¿Y, si lo sabe usted todo, para qué viene a terapia?
-Es que me aburro mucho hablando con los peces.
-Entonces se está planteando visitarme como una diversión, ¿es eso, verdad? Pretende que yo forme parte de su zoológico mental, a golpe de talonario.
-No, no. Yo siempre pago en efectivo.
-Pues sabe lo que le digo: ¿no le voy a aceptar como paciente?
-Lo sabía.
-¿Por qué lo sabía?
-Me sucede a menudo.
-Bueno, ya está bien, la consulta son cien euros.
-Le puedo hacer un cheque.
-¿Pero no me acaba de decir que sólo usa efectivo?
-Lo sé.
-¿Entonces?
-No tengo efectivo, ni cheques, ni tarjeta. Estoy loco.
-Pues si está usted loco, haga el favor de no hacer perder el tiempo a los demás. Y vaya usted al Seguro Social, necesita ayuda y mucha.
-Tome sus cien euros.
-¡Me está usted haciendo perder el sentido del humor!
-Lo sé. ¿Me puede dar cita para la semana que viene?
-Al salir, pídasela a la enfermera.
-Me gusta usted, doctor.
-¿En qué sentido?
-Aún no lo sé, por eso quiero volver la semana que viene.
-Me asusta usted, Sam, con eme.
-Lo sé. ¿Se ha dado cuenta de una cosa?
-De muchas, San.
-Con eme, por favor, si no es molestia.
-Sí, con eme.
-¿Se da cuenta de que contagio a la gente la pérdida del sentido del humor? Creo que soy un virus.
-Dicho así, tiene su sentido.
-Y cuando me vaya, se dará usted cuenta de que también habrá perdido el sentido de la orientación.
-¿Por qué está tan seguro?
-Porque no sabrá adónde ir, ni a quién llamar. Soy un virus. Tengo claro que soy un ente viral mucho más peligroso que el Ébola. ¡Hasta la semana que viene doctor! Cuídese.