lunes, 3 de marzo de 2014

David contra Goliat


No he podido evitar, por mucho que lo he postergado, escribir sobre el conflicto que estos días se vive en Ucrania, y que, ahora por fin, ha sacado a la luz su verdadera dimensión internacional. Es más, creo que para mí, hacerlo era algo así como una obligación moral. Son muchos amigos los que tengo allí, gente maravillosa, abierta y jovial, que congenian perfectamente con nuestro carácter latino y, pensando en todos ellos, escribo esta crónica a modo de desahogo o, tal vez, en clave de súplica. Varios viajes a Ucrania, en los últimos tres años, me habilitan para tener un juicio propio de los acontecimientos y de la realidad ucraniana. Una realidad dividida claramente en dos: ucranianos y rusos, especialmente en la Península de Crimea, en la que Rusia mantiene una de sus bases navales más importantes. Una realidad que me he encontrado también en varias de las ex-repúblicas socialistas como es el caso de Lituania, Letonia, y, en menor medida, en Estonia. Trabajar en toda esa zona del planeta me ha hecho diferenciar perfectamente a unos y a otros: a los que intentan zafarse del yugo del Kremlin, y a los que se empeñan en que lo sigan llevando bien puesto per sécula seculórum. Y entre esa realidad nacional ucraniana, lituana o letona, habitan millones de colonos rusos, que hablan ruso, rechazan el idioma y la realidad nacional que, incluso, les otorga un pasaporte distinto, y, pese a ello, siguen sintiéndose superiores a los habitantes de los países que les acogen, en muchos casos, desde que nacen. Mi amiga Jelena, es un ejemplo de ello: trabaja en España, nació en Riga (Letonia), y es de origen ruso. Según ella, es extrajera en todos sitios, pero se siente rusa por ser este su idioma filial y por ser Rusia el país de origen sus padres y de sus abuelos. Difícil convivencia, por tanto, la que soportan, a diario, en numerosos países de la extinta Unión Soviética, y a la que me he tenido que enfrentar, en diferentes ocasiones, durante mis periplos comerciales en toda esa área caliente, geopolíticamente hablando, -lo de caliente es un decir ya que muchos de esos viajes los he tenido que realizar a menos de veinte grados bajo cero-.
Hace unos años, ya se vivió una situación desastrosa en los Balcanes, también en Osetia y Georgía, con una invasión rusa, que se saldo con un baño de sangre y con un abuso de poder de desproporcionadas dimensiones. Georgía era, y sigue siendo, un país pobre con apenas cinco millones de habitantes. ¿Cuántos tiene Rusia?
La lucha por el poder no tiene, ni ha tenido nunca, límites. Las heridas de la Vieja Europa siguen aún abiertas por muchos flancos que nunca se llegaron a cerrar, tan sólo se cubrieron con una fina capa de maquillaje que, a poco que se les toca, dejan al descubierto todas sus imperfecciones. 
De nuevo, la lucha por el poder deja de lado a los ciudadanos. Nuevamente, las armas se confrontan contra la razón. Las balas intentan enmudecer a las palabras. Millones de vidas, millones de familias, millones de sueños, nuevamente están supeditados a las decisiones de unos señores millonarios que esconden sus mentiras bajo banderas, patrias y discursos.
Otra vez, como otras tantas a lo largo de la historia: David contra Goliat. 

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