domingo, 29 de junio de 2014

Relevos alevosos


En España, hace apenas unas semanas, para consolarnos, hablábamos de fútbol. Ahora, después del fiasco de Brasil, ni eso. Las conversaciones se están limitado ostensiblemente a la climatología o a Master Chef. Tal vez por ello, en los informativos de televisión, se dedica más tiempo a hablar sobre cirros y estratos que sobre las estadísticas laborales. Somos un país peculiar, único en el mundo capaz de cambiar de rey a la misma velocidad que un trilero esconde una moneda en un vaso de plástico en plena Gran Vía, o en la que un elefante africano muerde el polvo abatido por una bala real.
Pese a lo que millones de españoles podamos percibir, o lo que digan las malas lenguas, amigos: ¡España va bien!. Sacamos pecho por ser los más rápidos del mundo pagando las deudas contraídas por políticos megalómanos y corruptos y, a la par, nos rebajan todas las prestaciones sociales sin que en el país se levante una voz unánime en contra de nuestros gobernantes.
Y es que, a mi entender, nuestros dos grandes partidos políticos son el mismo repetido. Una calcamonía el uno del otro. Dos bandas de músicos desafinados y hartos de comer hasta la indigestión en banquetes subvencionados por el sudor de nuestras frentes.
Estamos en un momento histórico en el que precisamos de políticos de envergadura capaces de pensar y actuar sobre las necesidades reales de los ciudadanos más que en intereses particulares o partidistas. 
Mientras que las cajas B de los partidos están a rebosar en Suiza, y en otros paraísos fiscales, la caja del gobierno, y lo que es peor aún, los bolsillos de los españoles, están que meten miedo. 
Si bien todos somos, por activa o por pasiva, responsables de este disloque, habiendo elegido y mantenido en el poder a políticos de esta calaña, creo que aún estamos a tiempo de cambiar el rumbo errático de nuestro país. Con o sin reyes. Con esta democracia o con una nueva. Con federación o sin ella. El futuro está en nuestras manos.
Los modelos, cuando se agotan, deben cambiarse. El antiguo rey, dándose cuenta  de su delicada situación, y actuando en consecuencia, a abdicado en su hijo, sin consultar al pueblo. Franco nos impuso al rey.  Ahora, el rey nos impone a su hijo. 
Es una pena que nuestros gobernantes nos sigan viendo como un pueblo inmaduro al que hay que tutelar. 
¿No hubiera sido más coherente que el pueblo, desde la libertad, hubiera podido elegir entre mantener una monarquía de papel cuché o la recuperación de la usurpada república?
Quizás, en estos días en los que lloramos el fracaso de los chicos de Del Bosque, y nos tragamos media hora de informativos entre nubes y claros, hayamos dejado pasar una oportunidad histórica para reparar las grietas que desgajan, cada día más, a nuestro país. De ahí las prisas.

domingo, 22 de junio de 2014

Mariana


Creo recordar que se llamaba Mariana. Yo andaba atrapado por la belleza del Malecón de La Habana. A mi derecha, el océano me traía a la memoria historias de balseros y de sueños, y, a mi izquierda, La Habana se despertaba, como cada mañana, anclada en tiempos pretéritos, a caballo entre la revolución verde-oliva y la frustración permanente. 
Al principio, me distraje observando el continuo pasar de vehículos antiguos. Aquellas antiguallas, para cualquier aficionado a los automóviles, supondrían lo equivalente a la isla de Parque Jurásico para un paleontólogo.
¿Cómo podrían seguir funcionando esos viejos vehículos, de manera utilitaria, cuando en el resto del mundo solamente se ven en los museos?
Hace mucho tiempo que anhelaba ese romántico momento; un paseo intimista en el que confrontar, a cada paso, mis sentimientos y mis fantasías juveniles a una situación tan singular y anacrónica como contradictoria. Una realidad -como todas las demás-, construida sobre verdades y mentiras, con héroes y villanos, y con luces y sombras. 
A cada paso iba sumando reflexiones, evidencias, pruebas de cargo, preguntas, y, por supuesto, también esperanzas. 
La gente que no andaba se asomaba al mar como el que mira un cuadro de Munch. Me senté, como el Viejo de Hemingway, al lado de unos pescadores. Como no podía ser de otra forma, hablaban de su cotidianidad. De tirar la caña por allá o por acá. De dónde mordían más y por dónde no había nada que sacar. Del tamaño del pez que sacaron ayer debajo del Morro. Del calor. De su bro (su hermano), que está en Miami, y ha cambiado de trabajo para ganar doscientos dólares más al mes. De dónde conseguir jabón para lavar la ropa.
A lo lejos, tocando la trompeta frente al océano, vi a Mariana. Por un instante, pensé que el motivo de su música no era otro que conseguir unos cuantos dólares, pero, conforme me acercaba a ella, me di cuenta de que sus motivos eran bastante más trascendentales.
Inesperadamente, la plástica y la mística se encarnaron en Mariana dando forma, de ese modo, a una improvisada performance con mucha más fuerza y mensaje que la mayoría de las que se llevan a cabo, de manera premeditada, por reputados artistas contemporáneos y que tanto celebra la prensa especializada.
La conjugación de aquellos tres elementos: océano, mujer, y música, junto al incomparable marco que suponía El Malecón de La Habana, me atrajeron como abeja al panal.
Me fui acercando a ella, de manera progresiva, con la idea de secuestrar, en una fotografía, aquel poema visual. De cerca, entre el ruido de los coches y el batir de las olas sobre las rocas del malecón, comencé a escuchar el sonido de su trompeta. 
La música, desafiando a los elementos, se escuchaba a modo de banda sonora, como un flujo etéreo de acordes, perfectamente coordinados, que me atraían irresistiblemente como a un ratoncito en el cuento del Flautista de Hamelin.
Ella comenzó a mirarme con desconfianza. La insistencia de mi cámara le inquietaba.
-¡Te molesta si te tomo una fotografía? -le pregunté.
-¿Otra más?. ¿No me has tomado ya bastantes?.
-¿Te molesta qué te tome fotos?.
-No. No hay problema -me respondió.
-¿Eres portuguesa? -le pregunté por su acento.
-No, soy brasileña. Estoy aquí estudiando música.
-¿Y por qué tocas la trompeta mirando hacia el mar?
-Para practicar y no molestar a los vecinos -me aclaró Mariana.
-¿Y por qué has venido a estudiar música a La Habana?
-¿Conoces algún sitio dónde se sienta más la música que en Cuba? -me preguntó.
-Creo que no.
-Por eso vine a estudiar a La Habana. En Cuba, la música no es una materia, no es una carrera, no es una profesión, es una forma de vida. Vine a Cuba a vivir la música y a aprender a vivir -me aclaró, Mariana.
-No te molesto más. Te dejo para que sigas tocando -le dije.
-Mándame unas fotos -me pidió.
-Sabes -le comenté-, yo también vine a aprender a La Habana. Siempre que vengo a Cuba aprendo a valorar todo lo que tengo y todo lo que soy.
-¿Y qué eres? -me preguntó.
-Eso vine a descubrir, Mariana. Voy a seguir buscándome por el malecón -le dije retomando mi caminata.
-¡Mándame esas fotos, por favor, no te olvides!
Hoy, después de varias semanas, he cumplido mi palabra.

viernes, 20 de junio de 2014

A mi sobrino Juan


Hoy me han pedido que le escriba unas bonita palabras a mi sobrino Juan. Con nueve añitos ha decidido no hacer la primera comunión, pero no así a renunciar a una fiesta que se tiene bien merecida.
Por tal motivo, y para erigirme como portavoz de la familia, le he escrito estas breves palabras con las que describir, y poner en valor, su forma de ser, y, al mismo tiempo, transmitirle todo el cariño que le tenemos.
Por otro lado, y esto lo escribo solamente aquí, felicito a sus padres por aceptar la decisión de su hijo, sin que eso signifique ningún tipo de renuncia. Cuando Juan sea mayor y tenga plena capacidad de discernir sobre cuestiones de fe, tendrá tiempo de sobra para afiliarse, con total libertad, a los postulados que más se acerquen a sus convicciones morales o religiosas.

Querido Juan:

"Tener un sobrino como tú no es algo habitual. Tiene, Juan, Mil formas de tirarse a la piscina: el pingüino, el pajarillo, el petardo, la bomba, de cabeza, a la carrera...Son tantos estilos como veces se lanza al agua. Para ese ejercicio, tan modesto, de tirarse a la piscina, Juan, inventa, se esfuerza, muestra su valentía, su vitalidad y sus ganas de agradar a los demás, desplegando, de manera espontánea, sus sutiles dotes de conquistador.
Y es que Juan nos conquista con su sutileza, con su ternura, y su cordialidad como sólo hacen las personas que tienen un don especial.
Hoy, Juan es el protagonista de un acto de fraternidad, de amor, y de orgullo, que su familia, y todos nosotros le queremos brindar por ser como es: tan amigo de sus amigos, tan exigente consigo mismo, tan luchador, tan buen compañero, tan cariñoso y tan humano.
Por eso Juan, y todos los niños que son como él, se merecen que todos nosotros les apoyemos, que luchemos por un futuro mejor para ellos, y no los dejemos nunca solos.
En un día tan especial como hoy, deberíamos todos sentirnos un poco como Juan, cordiales, sinceros, amables, cariñosos, humanos, y si, por un momento, fuésemos capaces de ponernos en su piel, nos daríamos cuenta de las grandes lecciones que Juan y todos los niños nos ofrecen de manera generosa todos los días.
Hoy, en este día tan especial en el que Juan comienza a ser mayor, todos nosotros deberíamos tomar buena nota de cuanto nos aportan nuestros hijos, nuestros sobrinos, o nuestros nietos. Todo lo bueno que hay en ellos, todo lo bueno que hay en Juan, lo llevamos dentro de nosotros, ya que todos llevamos un Juan, y a este Juan, dentro.
Muchas gracias Juan, por ser como eres, y muchas gracias a todos por haber tenido la gentileza de venir a compartir con él y con toda su familia, este momento tan especial.

¡Muchas felicidades, Juan!"


miércoles, 11 de junio de 2014

Pepote Grillo


-Pepe.
-Dime.
-Estoy hasta las narices de tus filosofías de saldo. No las aguanto más.
-Me da igual.
-¿Y si te da igual para que las escribes y nos martirizas compartiéndolas con nosotros?
-Las escribo para mi.
-Jajaja.
-Me da igual que te rías. Ríete todo lo que te de la gana.
-Si las escribieras para ti no las publicarías.
-Me refería a que no escribo para satisfacer a nadie más que a mí.
-Ah, eso es otra cosa.
-Pues a eso es a lo que me refería.
-Yo, sin ánimo de ofender, sólo leo tus historias de humor, las otras son infumables.
-¿Y cómo distingues las que son de humor sin leerlas previamente? ¿Por el dibujo?
-No, lo intuyo por el título. Pero ya que hablas de tus dibujos, te diré algo: son horribles, macho.
-No eres muy original, eso también me lo habían dicho ya varias veces.
-Yo creo que eres la única persona que todavía utiliza el paint.
-Sin embargo a mí cada vez me gusta más.
-Estas pasado de fecha, tío.
-Puede ser...
-No, puede ser no: ¡seguro!. Te lo digo yo.
-¿Y quién eres tú para decirme a mi que estoy pasado de fecha? ¡Habrase visto!
-Pero Pepe, capullo, quien voy a ser, la voz de tu conciencia, joder.
-¡Ah, coño! Menos mal que eres la voz de mi conciencia, si llegas a ser la voz de la conciencia de alguno de mis enemigos, ya ni te cuento.
-Eso, eso, mejor no me cuentes nada más.
-Pues deja de leerme.
-Es que no puedo dejar de leerte. Lo he intentado varias veces y, como me ha ocurrido tras dejar el tabaco, he vuelto a recaer.
-Entonces no me des tanto la tabarra que voy a escribir un rato. 
-Pero es que al escribir te voy leyendo.
-Entonces te aguantas, y si no haber sido la voz de la conciencia de otro que en lugar de escribir le gustara volar cometas, por ejemplo.
-¡Qué chulillo eres, Pepe! Pues que sepas que he pedido el traslado a otra conciencia mejor que la tuya.
-Te deseo mucha suerte, entonces.
-¡Sólo eso! Me deseas mucha suerte después de tantos años que llevamos juntos.
-¿Te parece poco, después de lo que acabas de confesar?
-¡Era una broma, tontucio! ¿Adónde voy yo a estar mejor que contigo?
-Que tengas claro que tu bromita no me ha hecho ni pizca de gracia.
-Perdóname.
-No.
-Por favor.
-No.
-¡Pues que te den!

Moraleja: Cada día que pasa se hace más difícil la convivencia, inclusive con uno mismo.

lunes, 9 de junio de 2014

Letras y fieras


Acomodar las palabras para que acaricien y estimulen la conciencia de quien las lee no es tarea fácil. Mis propias emociones, en ocasiones, las amontonan hasta difuminar su sentido y, cuando esto sucede, quedan depositadas sobre el blanco del papel como un cadáver arrastrado sobre el asfalto. 
Domar fieras es mucho más fácil que domar palabras. Ambas, fieras y palabras, se revuelven en décimas de segundo contra quien las intenta dominar, en una muestra inequívoca de su carácter indómito. 
Por eso, cuando consigo leer algún escrito templado por el acero de la sabiduría, de mis ojos brotan lágrimas de admiración, respeto, y, por qué no decirlo, hasta de envidia. 
Me aferro al lenguaje como un náufrago a un madero que flota en alta mar. La playa, tranquila y de arena fina, es la novela que algún día acabaré. Y, mientras eso sucede, practico diferentes técnicas, leo a cientos de autores, escribo con y sin cordura, y subsisto entre tormentas de palabras malsonantes y versos sin rima.
Mi pasión sin medida por la escritura me convierte en un preso de conciencia en deuda conmigo mismo. Me siento cobarde cuando callo e iluso cuando denuncio. Cabal cuando acomodo con coherencia lo que escribo y loco de atar cuando mis escritos se dispersan sin sentido. Emocionado y hundido. Orgulloso y afligido. Poderoso y endeble.
Cada escrito me aporta un respiro. Una bocanada de aire fresco que me impulsa hacia adelante. Y, ese adelante es otro escrito, otra tormenta de palabras que cae sobre mi cabeza como el granizo en verano o la nieve en invierno.
Soy débil frente a ellas. Soy y seré su prisionero. Me siento como un triste domador domado en un circo ambulante de tercera.
La mujer barbuda y el hombre bala son los únicos que me entienden. Del lanzador de cuchillos no sé si fiarme. 

sábado, 7 de junio de 2014

Ínsula Demenciaria.


Las tórtolas emitían esta mañana un sonido ronco, como si les doliera al respirar. Las luces de la mañana se batían en duelo contra unas sombras en abierta y cobarde retirada. El viento, con su pasividad, cedía un día de dominio absoluto a la temperatura. Quizás, por ello, las tórtolas se sentían inquietas, conscientes de la que se les venía encima. 
Yo, mientras tanto, pensé en que, como el Príncipe Felipe, ya voy teniendo edad para reinar. Evidentemente yo no tengo ninguna plaza vacante a la que aspirar. Mi padre no llegó a reinar, más que nada por su humilde condición de plebeyo, y por estar más preocupado de la fluctuación del precio del pulpo congelado, y los bingos acumulados, que en otros menesteres más palaciegos y de carácter regio.
Mas, sin embargo, a mí no me importaría reinar en alguna Ínsula Barataria. De hecho, todos los dementes gobernamos nuestra propia locura, como un mundo paralelo, que tan sólo habita en nuestro interior, y del que somos gobernantes absolutos.
Como coetáneo del Príncipe Felipe, me siento con ganas de asumir grandes retos. De hecho, en mi Ínsula Barataria, a la que a partir de ahora llamaré Ínsula Demenciaria, pienso establecer, por orden real, que todos los hombres y mujeres puedan casarse y desposarse tanta veces como quieran. No contento con esa libertad, aboliré la propiedad privada, y el uso del dinero. El trueque será la moneda de cambio, y yo, como sumo mandatario, tendré derecho a percibir el diezmo laboral de todos mis súbditos. Cambiaré la bandera y el himno todos los años para que no aburran. Prohibiré todas las religiones. Cerraré todas las escuelas. Destruiré todas las armas. Para acabar con las lista de espera del sistema sanitario, cerraré todos los hospitales, y el sistema será totalmente domiciliario. Por todo ello, cada familia tendrá a su disposición un asistente las veinticuatro horas del día, un educador por seis horas al día y una visita médica semanal.
También nacionalizaré la distribución de alimentos, productos para el hogar y vestuario. Día sí y día no, todos mis súbditos recibirán gratuitamente en su domicilio un surtido alimenticio de marca blanca, científicamente estudiado, cuyo consumo evitará la mayoría de las enfermedades que ahora nos afectan.  En el cerebro de cada uno de mis nacionales instalaré un novedoso sistema informático y de comunicación, con el que conseguiré el control más absoluto sobre la ciudadanía, y lo que es más importante aún, su total felicidad.
En ese momento, en el que las tórtolas me había recordado que aun permanecía en el jardín de aquel infame hospital psiquiátrico, y un moscardón se había posado en mi nariz, la hermana Florenciana nos avisó, dando voces, de que comenzaban a pasar consulta. 
-Fernández -dijo un enfermo que había escuchado toda mi letanía. Yo no quiero vivir en tu país. Conmigo no cuentes. Estoy mucho mejor aquí. Lo peor de todo es este maldito calor. Este calor es lo que me pone loco.  
-Y a mí ni te cuento. Por algo me llaman Fernández I "El Caluroso".
-¡Estas más loco cada día, macho! -exclamó el compañero.
-¡Mira quién fue a hablar! -le respondí.

martes, 3 de junio de 2014

Pensando en motivación


Hoy me he visto obligado a pensar en motivación. En las cosas que nos motivan y nos desmotivan. Estoy enfrascado en los detalles de un pequeño curso, de cuatro horas, en el que intentaré trasmitir la necesidad de relacionar nuestra forma de trabajar, y de proponer, directamente con los resultados que obtenemos.
Para ello, he revisado mucha información, leído maravillosas frases elaboradas por mentes mucho más lúcidas que la mía. Mi mente rebosa motivación. De hecho, estoy tan motivado que en lugar de mojar dos galletas de chocolate en mi café con leche, esta mañana he mojado cuatro. Bueno... cinco. Por lo tanto, matemáticamente hablando, estoy el doble de motivado que de costumbre.
Este pequeño chiste, es la demostración palpable de que los estados de ánimo influyen de manera proporcional en el trabajo y en sus resultados.
Si los clientes se sienten motivados vienen más a nuestro negocio. Consumen más. Se identifican más con nosotros. Igual ocurre con nuestros colaboradores. Sería impensable plantear motivar a nuestros clientes sin motivar antes a las personas que directamente les van a prestar los servicios.
Por consiguiente, lo que se demuestra es que la motivación debe partir de nosotros e impregnarlo todo a nuestro alrededor como una mancha de aceite. 
La motivación, convertida de ese modo en lubricante, hace que todo fluya mucho mejor.
Las cosas que motivan o desmotivan pueden ser de muy diversa índole. Nos pueden desmotivar cosas tan diversas como ver suciedad en un baño, la forma en la que nos habla un dependiente, que nos hagan esperar mucho tiempo, sentirnos engañados en el precio, morirnos de frío o de calor en un negocio, la falta de calidad en un servicio...
Lo mismo que las cosas que nos motivan. Nos podemos sentir motivados por una buena oferta, por la recomendación de un conocido, por la imagen llamativa de un negocio, por un folleto que encontramos sobre el parabrisas de nuestro coche, por un anuncio de Groupon, por un trato exquisito...
Seguro que todos tenemos en la cabeza, en este momento, situaciones que nos motivaron y que nos desmotivaron. 
Nuestro trabajo, nuestra planificación, y nuestros objetivos, tendrían que contemplar, siempre y en todo momento, conseguir la máxima motivación de las personas hacia las que va destinado nuestro esfuerzo.
Un profesor ha de motivar a sus alumnos a estudiar, no basta con exigirles que estudien. Los buenos maestros son aquellos que seducen a los alumnos y los enamoran del estudio, de los libros, de las matemáticas, de la naturaleza, y lo hacen de una manera sutil y admirable, de tal manera que el alumno realiza las tareas sin sentir el esfuerzo ni sentirse obligado a ello.
Una buena directora de un salón de belleza es la que sabe trasmitir a sus empleadas el amor hacia sus clientas, su trato exquisito, la pasión por el trabajo bien hecho, el valor de los pequeños detalles.
Un buen entrenador es aquel que sabe valorar a cada uno de los miembros de su equipo, les exige a cada uno de ellos en la medida de sus posibilidades, los entrena para que alcancen nuevas metas, les reconoce sus logros, y los coordina y agrupa para que, una vez establecida una buena estrategia en base al conjunto, alcanzar el éxito y sentirlo como un bien colectivo.
Una gran jefa, un gran profesor, o un gran entrenador es aquel o aquella que sabe motivar a sus equipos y los implica plenamente en el proyecto.
La motivación es mucho más importante de lo que pensamos. Es la base de todo.
Lo que no sé aún es como voy a explicar todo esto.