viernes, 17 de octubre de 2014

Noruega, mon amour


Leyendo a Roberto Bolaño a más de diez mil metros de altura rumbo a Noruega, me doy cuenta de que pierdo el tiempo cuando escribo. ¿Qué es lo que hace un camarero como yo intentando escribir relatos a horas intempestivas y en los lugares menos indicados?
Leo y escribo como una enfermedad incontrolada: El Síndrome del escritor inepto.
Algo de eso debo estar sufriendo, una extraña enfermedad no descrita por la ciencia. Un extraño síndrome con el que podré afiliarme a la Asociación de Enfermedades Raras y así pasar a ser un raro colectivizado.
Los noruegos que me rodean se mueren de la risa con una película de El Gordo y El Flaco. Los reyes del blanco y negro se lían a patadas, y patean a todo el que se les acerca. Luego, El Flaco -que siempre fue el más listo de los dos-, le baja los pantalones a El Gordo, y este le hace lo mismo a él, y ya los dos con los pantalones bajados le bajan los pantalones a todo el que se les acerca.
Los noruegos se ríen a mandíbula batiente haciendo gala de unos dientes perfectos.
Leo y escribo. Lo mío debe ser algo patológico. Leo a Bolaño, a Nothomb, a Neuman, a Kundera, a Saramago, a Monteagudo, a Mrozek, a todo Cristo. Leo con la avidez que  bebe un alcohólico a la hora que cierran los bares, y escribo con la asiduidad con la que manosea un quinceañero a su novia, y con la misma intensidad.
Leo y escribo. Espiro y aspiro. Subo y bajo. Como y cago. Río y lloro. Voy y vengo. Sin darme cuenta, vivo una vida confrontada, con cara y cruz, con anverso y reverso, de la mano de mis convicciones y arrastrado por las políticas que más aborrezco.
Nado, pues, a contracorriente, mientras la vida me arrastra hacia ninguna parte o hacia todas.
Escribo, leo y sufro. Sufro intentando explicar lo que ni yo mismo alcanzo a comprender. 
Frustrado, entonces, escribo y leo.
Noruega me espera sin ganas. Suecia, eterno paraíso de las suecas al que no he sido invitado. Y, finalmente, Finlandia, que es como un país del fin, o del fin de mi viaje antes de regresar a mis compulsivas lecturas y a mis atropelladas y angustiosas escrituras. Itinerario. Travesía. Búsqueda.
Les escribo, como un contemporáneo Jonás, desde dentro de la panza de un B737-800. Han apagado las luces de la cabina. En la pequeña pantalla del televisor ahora pasan un video de peces de arrecife. La oscuridad favorece la vistosidad del documental y realza los colores de los peces. El cabello rubio platino de los noruegos refleja el azul intenso de los peces del coral. Al rubio le sienta bien el azul. Nuestras rubias del sur siempre tiran a amarillo pollo y eso no les gusta. Mola el platino. El blanco nacarado. El color ario. El poder es de color rubio platino.
El libro de Roberto Bolaño me mira extrañado, como celoso de mi flirteo con el cuaderno sobre el que les escribo esta indescifrable letanía.
Me siento extraño escribiendo, lo mismo que me siento huérfano cuando no lo hago. Me siento acomplejado rodeado de noruegos, y de su perfección, y de su alto poder adquisitivo, y de su cultura, y de sus coches eléctricos, y de su cabello rubio platino. Siento extrañeza de mi deambular eterno. Tal vez por eso, y como consuelo, leo y escribo.
Leo y escribo para intentar entenderme a mí mismo. Para comprender mi desesperada búsqueda. Escribo como medicina y leo como doctrina, o como religión, o como solución a lo irresoluble.
Sé que resulta muy extraño que un camarero, disfrazado de otra cosa, vuele hacia Noruega retando a la metafísica, en tono irónico, y con un evidente trasfondo nostálgico, pero se lo intentaré resumir en tres palabras: viajo para sobrevivir.
Mientras sobrevuelo, sobrevivo, leo y escribo.
Tras el aterrizaje, debo perseverar. Siempre perseverar. Noruega, acógeme en tu seno. Sé que debo perseverar. Mi futuro depende de un fiordo de nombre impronunciable y que ni en mi teclado les puedo reproducir. Siempre perseverar. Ábreme tus brazo, Noruega, traigo el calor del sur. Debo perseverar. No soy rubio pero me siento ahumado como un salmón noruego, doce años tras la barra de un bar, en los años duros del tabaquismo, imagínate Noruega, cómo para no estarlo. Soy de los tuyos, créeme. Leo y escribo. No soy rubio pero lo fui de pequeño, y mis manos aún huelen a pescado del que limpiaba por kilos en el Bar Josepe. Aunque no lo parezca, soy un hijo lejano de Escandinavia, un vikingo moreno del sur. Por todo eso, Noruega de mis amores, te pido que me des una pequeña oportunidad. Y si no me ayudas, pienso perseverar. Siempre perseverar.

1 comentario:

  1. Da lo mismo el como,el cuando, y donde , si uno hace realmente lo que le gusta.
    Saludos

    ResponderEliminar