domingo, 17 de mayo de 2015

Eros colibrí


No sé cómo se tomaran ustedes que este que les escribe lo esté haciendo en calzoncillos y escuchando jazz en la terraza de su casa y con la fresca. Con la fresca no me vengo a referir a mi vecina, me refiero a la temperatura. Siempre quise ser un escritor provocador. Últimamente, y gracias a Murakami, me ha dado por endulzar mis oídos con largas sesiones de jazz. Acabo de hacer, igualmente en calzoncillos, una exquisita ensalada de pimientos asados para la cena, o para cuando nos apetezca. La ensalada de pimientos, a la que le añado siempre berenjena y cebolla, también asadas, prescindiendo del ajo, es un plato que se conserva bastante bien en el frigorífico y conforme van pasando los días se va incrementando su sabor. Esto último no lo interpreten metafóricamente, por favor, para qué nos vamos a engañar.
Antes de ponerme a cocinar leía a Michel Houellebecq, y antes de leer al francés, estuve regando las plantas. Las pobrecitas han sufrido una semana tremenda, en la que hemos pasado la peligrosa barrera de los cuarenta grados, y, en consecuencia, han sufrido una gran crisis hídrica que he intentado paliar a golpe de regadera. Mis plantas y yo, en ocasiones, sufrimos este tipo de crisis.
Ahora que les escribo, sin saber para qué, una pareja de tórtolas copula frenéticamente sobre la rama de un pino carrasco. Al profesor universitario de la última novela de Houellebecq le ponen mucho sus alumnas y de vez en cuando se ve en la obligación de copular con alguna de ellas. A las tórtolas, como a Murakami, les pone el jazz.  Lo he observado en más de una ocasión: todo es poner la música, y acudir las tórtola a ponerse al "dale que te pego" sin contemplaciones.
Todo tiene sus consecuencias. Una relación causa efecto. Incluso el simple hecho de que les escriba en calzoncillos, mientras escucho jazz, tendrá un significado intrínseco que se escapa al raciocinio de cualquier aficionado a la psicología, o del mío propio.
Como les decía, aquí me hallo, en semejante pose, incitando a la inspiración, recordando el sutil vuelo de los colibríes, su espasmódico adelante y hacia atrás, su capacidad de aparecer y desaparecer, su evocadora y dulce ansia de libertad. Los colibríes, y las golondrinas que revolotean ahora mismo sobre mi cabeza, y las que anidan cada año en el porche de la casa de mi hermana, no se pueden enjaular ni dominar. Como las palabras, nacieron para ser libres. Mi hermana cuida de sus golondrinas y yo cuido a mis colibríes.
Tiento a la suerte literaria, mientras, de soslayo, veo con cierta envidia la frenética cópula aviar como el que ve un documental de National Geographic y se empalma. Aunque, he de reconocerlo, esto ya no es lo que era. Los años no pasan en balde. Mi decadencia física ya es una intermitencia con visos de permanencia. Las tórtolas siguen ahí, a lo suyo, como si se fuera acabar el mundo, mientras yo sigo aquí, en calzoncillos, como si se me fueran a acabar las palabras, y pretendiera encontrar el significado a todo aquello que dice Houellebecq, o Murakami, o Mariano Rajoy, o me sugieren las mágicas improvisaciones de jazz que resuenan mientras les escribo.
Antes, la cama representaba el epicentro de mi universo. Ahora, busco el equilibrio saturando a mi mente de palabras exquisitas, de mensajes encriptados, de músicas nuevas, de platos vegetarianos, de vinos espumosos, de libros balsámicos, y de místicas contemplaciones. 
Y, yo aquí, en calzoncillos de marca blanca, desafiando a mi suerte, y espantando a Eros.  

2 comentarios:

  1. Gran relato, te comprendo lo de escribir con musica, yo hago lo mismo, saludos desde El Blog de Boris Estebitan.

    ResponderEliminar
  2. José y asi describes espantando a Eros jajajajajajajaja los calzoncillos tienen su encanto y desencanto pero bueno es simplemente un simbolo de sentirse libre y sin ataduras pobre eros menudo trabajo que tendria de ir en calzoncillos de aqui para alli....................................................................katherine contreras.

    ResponderEliminar