sábado, 9 de mayo de 2015

Estrella del Norte


Angel Haro de nuevo. Este hombre crece sin parar dentro de mi mundo. Siempre fui de adoptar referentes. De interiorizar pasiones. De asirme a las asas que se me ofrecen sin contemplaciones. De no renunciar, por nada del mundo, a lo verdaderamente auténtico. Y en ese trasiego que es mi vida, Angel Haro, de vez en cuando, se cruza en mi camino para aportarme, con un discurso tan auténtico como sutil, todo su universo cultural e ideológico. 
De La Tregua, en Tabacalera en Madrid, hasta la Sala de Verónicas en Murcia, la Estrella del Norte sigue su rumbo hacia nuestras conciencias, hacia nuestro yo interior, que es lo más desconocido que nos queda por conocer. Nunca un viaje tan corto me había aportado tanto.
Tras dejar la compra semanal en casa, que todos los sábados hago en el mercado, regresé para hacer participe a mi esposa de la exposición. Más que para hacerla participe, lo adecuado sería decir para integrarla en su paisaje por unos instantes, en una especie de fusión obra-espectador tan difícil de lograr como, en ocasiones, complicada de entender.
En silencio, el tren dio varias vueltas ante nuestra expectante mirada. La música acarició nuestro subconsciente para facilitar la tarea de integración entre las partes. El escenario le viene que ni pintado. La luz de la locomotora proyectó paisajes misteriosos sobre nosotros. Y entonces fue cuando apareció nuestra sombra dentro de la obra. Y Entonces fue cuando nuestras miradas se encontraron y nos fundimos en un beso de película. En un beso de reencuentro en el andén de una estación llamada nostalgia. Ya estábamos adentro. La obra nos había integrado, nos había asumido, nos había aceptado.
Estrella del Norte es un viaje introspectivo. Una metáfora. Un verso suelto. Sencillamente, arte.

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