domingo, 30 de agosto de 2015

Calma



Después de la tormenta siempre llega la calma. Ahora, después de la avalancha de visitas de ayer, todo está en calma. Hasta el piar frenético de los pájaros parece que se hubiera moderado. Tan sólo escucho el zumbido de mi viejo laptop, y, paradójicamente, ese sonido, casi de insecto, me conecta con el wifi de mi yo interior. 
La calma y el zumbido ejercen de claves de acceso a un mundo paralelo en el que los recuerdos, los sentimientos, y las emociones, mantienen un orden distinto al preestablecido, al reconocible, al que todo el mundo conoce. 
Esta mañana escribo enfrentado a esa dualidad. Siento ese desdoblamiento con la naturalidad con la que una abeja se acerca a una flor, o un arqueólogo minutos antes de enfrenarse ante un importante hallazgo capaz de tirar por tierra cientos de libros de historia. 
Escribo para descubrirme y para confrontarme. Escribo para ponerme a prueba y para rebelarme. Escribo por profilaxis, por empecinamiento, y, en ocasiones, hasta por desesperación. Escribo más como medio que como fin.
Escribo, en calma, saboreando el placer que provoca el contacto de cada tecla en las yemas de mis dedos; anhelando descubrir la secreta partitura del sonido que emite cada texto; soñando con personas desconocidas que encuentran algo leyendo lo que escribo y que ni yo mismo entiendo.
La calma y el zumbido me hacen compañía en este tempranero esfuerzo por proclamar que existo, que respiro, y que estoy aquí. 
Un hombre cualquiera empeñado en entender su propia existencia, mientras las luces anuncian al alba y se calienta el café.

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