martes, 22 de marzo de 2016

El columpio de Varsovia


Lo gracioso, aunque no me crean, es que les estoy escribiendo desde un columpio, que han colocado en la recepción del hotel Novotel Centrum de Varsovia, rodeado de gente con traje y corbata. Juguetón y desinhibido, me balanceo. A mí lado, columpiándose con disimulo, tengo a una polaca, con cara de ajoporro, que no despega ni un segundo la mirada de su teléfono móvil antediluviano. En un futbolín que hay a mi derecha, un grupo de españoles gritan como si fueran unos manifestantes del antiguo sindicato Solidaridad pero en plan progre, y la gente, al pasar por su lado, los mira con espanto. La cola para hacer el check-in no disminuye.
Este es uno de los rincones, en los que si me pierdo, en un momento dado, me podrían ustedes encontrar. Siempre me sorprenden sus propuestas y su dinamismo. Nunca está igual de una vez a otra. En él he visto exposiciones de fotos, de pinturas, de esculturas increíbles, convenciones de antiguos integrantes de la resistencia contra los nazis -con uno de los cuales tuve el gran honor de fotografiarme-, lo he visto con más de un metro de nieve en la puerta, con jugadores de baloncesto de más de dos metros de altura, por todos lados que me hacían sentir como un pigmeo, y me he hospedado en él con muchos compañeros y compañeras, a los que, cuando vengo solo como en esta ocasión, siempre echo de menos.
Hace un momento, antes de decidirme a escribirles encaramado a este columpio tan inspirador, he contemplado, desde mi habitación en el piso veinte, una puesta de sol tan increíblemente bella que no he podido evitar la tentación de fotografiarla con mi teléfono móvil un montón de veces. Lo bueno es que ahora no hay que pagar carretes ni revelados.
En el columpio, como Heidi, espero a Artur para ir a cenar. Según me ha contado, tiene nuevas propuestas que presentarme con el afán de que continuemos colaborando en la conquista del mundo. Juntos hemos trabajado los mercados de: Estonia, Letonia, Lituania, Ucrania, Bielorrusia, Finlandia, Suecia, Noruega, Dinamarca, Hungría, Bulgaría, Serbia, Bosnia-Herzegomina, y Polonia. Si me dejo algún destino espero que el buenazo de Artur sepa perdonarme, pero son muchos y la memoria ya me va fallando.
De todos esos destinos, mientras lo espero, recuerdo momentos entrañables que, pase lo que pase en el futuro, ya nadie nos podrá arrebatar.
De tanto viajar el mundo se me ha quedado pequeño y yo estoy más viejo. La polaca seria se ha marchado y en su lugar se ha sentado un chino sonriente que parece un Buda. Se columpia riéndose a carcajadas como haría un niño grandote y gordinflón.
La cola del check-in parece que se va relajando. Los gritones patrios del futbolín no paran de alborotar. Uno de ellos repite sin cesar: ¡eres un puto crack!, como si lo hubiese aprendido ayer. ¡Eres un puto crack, tío, eres un puto crack! -chilla como un poseso que se hubiera zampado diez Red Bull o se hubiese metido una raya de coca bien servida.
Yo lo observo todo como a cámara lenta desde mi columpio. Hacia mucho tiempo que no me subía a un cacharro de estos. Lo que tengo por seguro es que se trata de la primera vez que lo hago para escribir, y qué quieren que les diga: se lo recomiendo.
Así que ya tienen la excusa que andaban buscando para viajar a Polonia.

8 comentarios:

  1. Vente a vivir una temporada a Polonia Pepe :)

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    1. Me conformo con ir y venir, además, tendría que comprarme seis pares de calzoncillos largos...Saludos

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  2. No crees que es mejor verlas venir, la vida, lo general en movimiento?
    Besitos

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    1. El movimiento es la esencia natural de la vida y lo inmóvil todo lo contrario. Un abrazo, Inma.

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  3. A mí me gustan los columpios. Y me ha gustado tu historia.

    Un abrazo.

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    1. Gracias por tu visita. Sería bueno, como terapia, sentirnos niños todos los días por un ratito. Un abrazo, Amalia.

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  4. No es cuestión de sentirnos niños si no nunca dejar de serlo y ceder a la tentación de un columpio colocado por ahí.

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