sábado, 31 de diciembre de 2016

Huevos Kinder


Ahora que sé que ha muerto el creador de los huevos Kinder, y que una parte importante de la humanidad lucirá esta noche ropa interior de color rojo, siento que tan extraña coincidencia me está produciendo cierto desasosiego.
A mi hija Yolanda, cuando era pequeña, le encantaban los huevos Kinder, y, por tanto, a buen seguro, también ella sucumbirá ésta noche ante el mágico influjo de la ropa interior de color rojo. Sin saberlo, los huevos Kinder mantienen una íntima relación con la ropa interior de color rojo, con independencia de que ésta sea de Primark o de La Perla.
Lo que nunca antes me hubiera imaginado es que un inocente huevo Kinder tuviera algo que ver con un lascivo sujetador con encajes en color rojo pasión, pero al parecer sí que la tienen. Si el conjunto erótico festivo en cuestión fuera de La Perla constaría un huevo, pero no Kinder, sino un huevo de pato que, al parecer, siempre han sido los más caros.
Por tal motivo, la ropa interior roja del Primark es a las gallinas, lo que la de La Perla es a las aves palmípedas.
Me desconcierta pensar, y no sé por qué lo pienso, que a muchos caballeros que ésta noche les van a regalar a sus parejas un salto de cama en color rojo de La Perla, para con ello intentar dar rienda suelta a sus más íntimas fantasías antes de que acabe el año, pudieran meter la pata, porque de no acertar con el modelito el fracaso les habrá costado un huevo de pato, se les pondrá la carne de gallina, y, tristemente, se tiraría por tierra el portentoso efecto del Viagra.
Así que, con ésta inclasificable monserga, pongo punto y final a los soporíferos relatos de este año, deseándoles a todas y a todos mucha salud, prosperidad, y amor para el 2017.
Aunque la fiesta nos cueste un huevo... ¡Feliz año nuevo!

lunes, 26 de diciembre de 2016

Cámara café: Fin de año


Frente a la máquina de café de cualquier empresa que tenga máquina de café por monedas, se encuentran dos compañeros con menos ganas de trabajar que un tío echándose la siesta del borrego.
-¡Paco, Paquito, Paquete! ¿Cómo se presenta el fin de año?
-Pues creo que se presenta sin llamar, viene solo...
-¿Pero qué vas a hacer? ¿Adónde lo celebrarás?
-No voy a celebrar nada. No me gustan las celebraciones. 
-¿Tú lo que eres es un anti-sistema, tío?
-Me habían llamado de todo menos eso. Eres muy original...
-¿Por qué rechazas tanto a las tradiciones?
-Eso se lleva en los genes. Nací antisocial y moriré antisocial.
-¿Y qué ganas con eso?
-Pues mira, eso es en lo único que compensa, al no socializar gasto menos que un ciego en novelas.
-Tú eres más agarrado que un chotis, eso es lo que te pasa.
-Llámalo como quieras...Pero dime, seguro que tú ya te has comprado tus calzoncillos rojos como mandan los cánones. ¿Verdad?
-Así es, y los calcetines a juego.
-De tan social que eres, pareces medio lelo.
-¡Oye! Sin faltar, que cada quién es cada cuál.
-Eso decía Joan Manuel Serrat.
-Si, cada loco con su tema, contra gustos no hay disputas. Entonces, ¿adónde pasarás la Nochevieja?.
-En casita, escuchando jazz, tomando cava bien frío, y leyendo a Murakami.
-¡Qué aburrimiento, tío! Eres un muermo. 
-Pues anda que tú, que tienes que cenar con tu suegra y con tus cuñados, y colocarte encima todas las chorradas del cotillón como si fueras un árbol de Navidad. Anda, hazme un favor, acuérdate de mandarme una foto, que la pienso imprimir y la voy a colocar con un imán en la puerta de mi frigorífico.
-Yo creo que lo que tú tienes es envidia, estás más solo que la una.
-Jajaja, envidia es la que me vas a tener tú a mí, cuando te mande mi foto para felicitarte el año nuevo.
-Ni me la mandes...¡Qué aburrimiento!
-Pues que te den...
-¡Oye, tío, que no me has pagado el café!
-Ni te lo pienso pagar que son dos cosas....¡Infeliz año nuevo, tradicionalista!
-¡Feliz año nuevo, amargao!


domingo, 25 de diciembre de 2016

¡Concon!


A mi hija Ana María le encanta que le dibuje caracoles. Ella les llama "Concon", pronunciando las ces de una manera muy gutural de tal manera que parecen ges. Los caracoles son unos seres muy curiosos. A ella le llaman la atención y a mi también. Comparten con las tortugas la obligación de llevar su casa a cuestas. Las unas reptiles y los otros moluscos, los dos arrastran su cuerpo lentamente con notables diferencias, pero con ciertas similitudes. 
Las personas somos todo lo contrario. Todos tenemos notables similitudes, pero, sin embargo, nos pasamos toda la vida tratando de agudizar nuestras diferencias.
Yo trato de enseñar a mi hija los sonidos de los animales, pero me mira con cara de tristeza cuando le digo que los caracoles son mudos, o al menos, en mi ignorancia de vendedor de champúes, eso pienso yo.
Yo trato de inculcar a mi hija que todos los animales son iguales; que todos, pese a sus diferencias anatómicas, tienen su belleza y su importancia. Los niños, necesitan mucha educación, y no mensajes confusos de buenos ni malos, ni feos ni guapos, necesitan mensajes de igualdad, de amor, y de solidaridad con todo y con todos.
Educar a nuestros hijos en el respeto y en la tolerancia es el mejor regalo que le podemos ofrecer. Curiosamente, entre todos los juguetes que tiene, ella le da un enorme valor a nuestra pequeña libreta de dibujos. Tal vez por que, pese a sus escasos quince meses de vida, se da cuenta de que la estamos creando entre los dos y es el único juguete verdaderamente nuestro.

lunes, 19 de diciembre de 2016

¡Agua va!


Llueve sin parar. A cántaros. A revientaparaguas. Llueve como en un Diluvio Universal en grado de tentativa, con la salvedad de que, como no estábamos avisados como Noé, ni hemos hecho un arca, ni testamento, ni nos hemos puesto el neopreno, ni nada por el estilo.
Es cierto que nos hacía falta agua, claro que sí. También es cierto que ya había gente pidiendo que se sacaran los santos en rogativa. Pero esto ya es pasarse de castaño oscuro. ¡Mire usted! ¡Ya está bien, hombre! ¡Por los clavos de Cristo! ¡Qué pare de llover de una puñetera vez! ¡Qué ya le hacen a uno hablar mal, joder!
Las goteras se han apoderado de mi vida. Mi casa es una réplica a escala de las Cataratas del Níagara. Los patitos de goma de mi hija deambulan enloquecidos, de un lado a otro, arrastrados por la virulencia de los improvisados cauces que transitan alegremente por mi domicilio como Perico por su casa.
Un tremendo relámpago acompañado de un trueno, que parecía la explosión de una bomba nuclear de tropecientos megatones (Por cierto, hablando de megatones, de pequeño me comía unos Megatones, de Cropan, que costaban diez duros y que estaban de rechupete)... ¿Y por qué les contaba yo esto? ¡Ah! Porque el trueno gordo y el rayo megatónico me ha dejado la planta superior de la casa sin luz. La de abajo aún la conserva. El horno, al parecer, ha reventado como el Lagarto de Jaén. Aún estoy auditando los desperfectos. A ver los del seguro qué me dicen...
Llueve, como les contaba, como si no hubiese un mañana. En Murcia, llevamos varios días con intensas lluvias y las ramblas y los cauces ya no aguantan más. Venecia es un secarral al lado de nuestra ciudad. ¡Qué indefensos estamos frente a los elementos! Frente a la madre naturaleza, a la que tanto ninguneamos, no tenemos nada que hacer.
En estos casos, tan sólo nos queda rezar hasta sacarle brillo al rosario. 
¡ Sálvese quién pueda!

sábado, 17 de diciembre de 2016

El secreto de las tortugas


Las tortugas, en su silencio, guardan un gran secreto. Sólo tendríamos que pararnos unos instantes a contemplarlas para darnos cuenta de que saben algo importante que nosotros desconocemos. 
Al igual que los noruegos entienden de salmones, los murcianos entendemos de tortugas. Tradicionalmente mantenemos con estos apacibles reptiles una estrecha y extraña relación: convivimos con ellos, los mimamos, y los cuidamos como si formaran parte de nuestras familias. Sin embargo, pese a mantener ésta singular convivencia, seguimos sin ser capaces de desentrañar el secreto que esconden las tortugas bajo la frágil dureza de su caparazón.
Tal secreto bien podría guardar relación con la ansiada longevidad, con nuestra cada vez más escasa paciencia, o con el ritmo tan calmado con el que se enfrentan a los avatares de su rastrera existencia. Las personas admiramos y envidiamos, a partes iguales, esa forma de vida tan prehistórica como efectiva, en contraposición al vertiginoso y endiablado ritmo de vida que los humanos hemos decidido otorgarnos y que nos lleva por la calle de la amargura.
Son, por tanto, las tortugas, animales que transmiten la tranquilidad y el equilibrio que nosotros hemos perdido y que tanto, de manera inconsciente, anhelamos recuperar.
En mi infancia me regalaron a Tomasa, y ahora, desde hace unos meses, tenemos a Hugo en la familia, un macho joven y con toda la vida por delante.
Mi hija Ana María y yo hemos encontrado en Hugo al medio ideal para aprender a relacionarnos con los animales y con la propia naturaleza que nos rodea.
Mientras observamos como Hugo se come el tomate, o la lechuga, o como anda, con su casa a cuestas, en busca del mejor rincón en el que guarecerse, o como se asolea relajadamente, la vida transcurre a nuestro alrededor a un ritmo distinto, atemperado, lento, casi monacal, fruto de una ancestral conexión entre los quelonios y los humanos, cuya finalidad -todo tiene una finalidad y una funcionalidad- tal vez sea la de invitarnos a reducir nuestra marcha, a que frenemos nuestra vertiginosa locura, y, de ese modo, hacernos comprender que las prisas no son buenas consejeras.
A mi pequeña Ana María le encanta que le dibuje tortugas, y yo, impregnado por ese misterioso influjo, y aún reconociendo mi torpeza para dibujar, me tomo todo el tiempo del mundo para consentirla.
No estoy seguro de haber desentrañado correctamente el mensaje que las tortugas silenciosamente nos trasmiten, pero yo juraría, sin temor a equivocarme, que se empeñan en decirnos que la vida es más sencilla de lo que parece: lo mucho puede ser nada, y lo poco puede ser mucho.

lunes, 12 de diciembre de 2016

La cola del pescado


A ver cómo les cuento esto para que me crean y, sobre todo, para que no se entere mi esposa. 
La cuestión es que allí estaba yo, como todos los sábados más o menos a la misma hora, en la cola del puesto del pescado. Llevaba el número treinta y cuatro, y una señora pinturera y entrada en años, que había a mi lado, llevaba el treinta y cinco. Tal vez no resulte demasiado importante para el adecuado entendimiento de lo que les pretendo contar, pero ella, pese a tener unos cuantos años más que yo, se conservaba mucho mejor que otras mujeres con veinte años menos.
-¡Oiga, joven!: ¿Ese pescado de ahí, cómo se llama? -me preguntó la señora, como si yo fuese pescadero o el mismísimo hijo del famoso oceanógrafo francés Jacques Cousteau, que en paz descanse.
-No me haga mucho caso, pero yo diría que, eso de ahí, es una lecha -le respondí sacando pecho.
-¿Y sabe usted cómo podría cocinarla? -continuó preguntándome la señora como si yo, ahora, le pareciese un discípulo de Ferrán Adrià.
-Yo de usted lo haría al horno con sus patatitas y eso...
-¿Me estaba usted mirando el escote, verdad? -me recriminó no sin cierta picardía.
-¿Quién, yo?
-Sí. Sí. Usted. No se haga ahora el inocente.
-Disculpe, señora, pero yo soy inocente mientras un juez no dictamine lo contrario.
-¿Y le gusta lo que ha visto?
-Pues, la verdad, no está nada mal. Se nota que usted se cuida mucho más que yo.
-Nada de eso, buen mozo. Usted está pero que muy bien -me dijo la señora subiéndome, de ese modo, la moral para los próximos diez años.
-Muchas gracias, señora -le dije mientras sentía como me sonrojaba como un jovenzuelo.
-¿Me ayudaría a llevar la compra a mi casa, joven? -me propuso la señora mientras me guiñaba un ojo.
-No es por no ir, y hacerle a usted el feo, pero es que soy casado -le respondí tajante, como para dejar zanjado tan delicado asunto.
-Prometo no contarle nada a su esposa...
-¡Es que no seeé! -dije titubeando.
-¿Cómo qué no vas a saber! ¡Ya lo creo que sabesss!
-Es que le juro que estoy muerto de cintura para abajo...
-Como a Lázaro, te haré resucitar...

Y qué quieren que les diga: la carne es débil y la gana mucha. Lo peor fue que la seductora en cuestión vivía en un quinto piso sin ascensor y que había hecho la compra para toda la Navidad y Reyes. Por lo demás, ya se pueden ustedes imaginar...


sábado, 10 de diciembre de 2016

Hommo Egopiens


Vuelo a Grecia vía Roma. Con retraso. No sé si ustedes se habrán dado cuenta, pero a mí me parece que últimamente todo lleva retraso. Yo mismo acumulo retrasos considerables en gran parte de las tareas que desempeño. Tal vez porque sean muchas, o porque el retraso sea tendencia, o porque yo, por desgracia, en adelante, vaya a ir por detrás de mis propias necesidades. 
Tal como yo, la sociedad va acumulando un retraso que nos pasará factura. La tierra se calienta y nosotros, pese a contar con alternativas, seguimos alegremente quemando combustibles fósiles. Pretendemos retrasar el inevitable cambio en el modelo económico ignorando por completo las soluciones que nos demanda, con urgencia, el calentamiento global. Cuando vayamos a reaccionar ya será demasiado tarde, para lo uno y para lo otro.
Llevamos evidente retraso frente a los populismos. Hemos retrasado tanto el tomarnos en serio este asunto que los populistas ya han llegado hasta la cima del poder. Consciente o inconscientemente ya sabemos que, como en eso, llevamos retraso en casi todo.
Hemos marginado a la cultura. Hemos pervertido el significado de la palabra democracia. Hemos borrado de nuestro diccionario la palabra solidaridad. Hemos extirpado de nuestras mentes el pensamiento crítico. Hemos convertido a la sociedad en una terrorífica máquina de consumir, cosa que hemos propiciado mediante una descomunal y despiadada forma de producir.
El hecho de haber minimizado a la persona apartándola de su yo social y haber enardecido su individualidad, reduciendo sus valores únicamente a su propia capacidad de consumo, ha creado un nuevo género: el "Hommo Egopiens", que, pese a vivir conectado a las nuevas tecnologías y a las redes sociales las veinticuatro horas del día, es incapaz de socializar ni de empatizar con nadie y tiene gran propensión a creerse el ombligo del mundo.
Como les decía, viajo a trabajar a Grecia cuestionándome en qué hemos convertido la democracia que ellos, hace siglos, impulsaron.
Quizás entre las desgastadas y viejas columnas del viejo Partenón, o entre los desgastados adoquines de la Plaka, o dibujado en los rostros de los compungidos griegos, cabezas de turco de un sistema fallido, encuentre las respuestas que, sin saber para qué, siempre ando buscando.
Iluso de mí, sigo creyendo que las hay. Sé que están ahí, dentro de la mente de alguna persona que, entre tanta ceguera, aún conserve en su interior un leve atisbo de lucidez y de cordura.

miércoles, 7 de diciembre de 2016

El Ministerio del Tiempo



Begoña Vila Costas, que es una astrofísica española que está construyendo un impresionante telescopio para la mismísima NASA, ha dicho: "La mayor parte del Universo es materia y energía que no vemos". Tal afirmación, que a priori nos pudiera parecer peccata minuta, a mí me ha llenado de tranquilidad.
Las personas intentamos ponerle nombre y apellidos a todo lo que nos rodea. Intentamos clasificar todo lo que nos sucede, todo lo que sentimos, y, hasta incluso, buscamos encontrarle un sentido a lo que soñamos.
Esa ansiosa e inquietante manía persecutoria por racionalizarlo y normalizarlo todo, sin que nos demos cuenta, le resta gran parte del encanto a nuestra azarosa existencia y nos la acaba jodiendo. Habrá quién se pueda escandalizar porque yo diga que ni Dios mismo tiene la más remota idea de para qué nos creó. En realidad, tengo claro que Dios, el pobrecito, a pesar de ser todopoderoso, le dio por crearnos de tanto que se aburría; porque aquí, entre usted y yo, ser todo poderoso tiene que ser la mar de aburrido. Es como si el Madrid no tuviese enfrente al Barsa, o el Partido Popular, toda vez descabezado el PSOE, no tuviera enfrente a Podemos. Algo parecido a lo que les ocurre a los habitantes de los países más ricos del mundo cuya tendencia al suicidio trae de cabeza a los estudiosos de la psicología.
Al final, permítanme la hipótesis, todo esto es como un círculo vicioso: Dios se aburre y nos crea, y nosotros nos creemos dioses y terminamos por aburrirnos.
La vida, bien clasificada y ordenada, termina siendo un maravilloso y colosal aburrimiento.
Cuánto daría un servidor por ver al mítico Omar Jayam, fichado por la NASA, y asomando el ojo por el telescopio de nuestra sobresaliente investigadora Begoña Vila. ¡Sería la leche!

domingo, 4 de diciembre de 2016

Pretérito imperfecto


Recuerdo a las señoras putas que puteaban en la droguería que había junto a mi bar. Recuerdo a sus maridos que venían a recogerlas, en un Seat 600, o un 1500, ya bien entrada la tarde. A los jóvenes descarriados que robaban los estéreos de los coches para comprar heroína. A los aguerridos manifestantes de la hoy desaparecida fábrica de Fraymon, entre los que se encontraba mi tío, que atrincherados entre improvisadas barricadas y prendiendo fuego a neumáticos y contenedores, se enfrentaron durante varios días a los maderos para defender el pan de sus hijos. 
Recuerdo a los presos que se encaramaron al tejado de la antigua prisión de Murcia, hoy abandonada, para exigir mejoras en las condiciones de vida en las prisiones. A los mineros asturianos que luchaban, día sí, día también, contra el cierre de sus minas de carbón. A las mujeres que morían, y por desgracia siguen muriendo, a manos de sus "queridos" esposos. Recuerdo al "Hermano Pulpo" que nos daba masajes en la sala de judo de nuestro afamado colegio religioso después de desnudarnos a todos y ponerse tibio. Recuerdo a los hombres que, para serlo, fumaban tres paquetes de tabaco al día y bebían hasta ver como reventaban literalmente por dentro. Y recuerdo a los que morían al volante intentando ser más machos que el conductor del coche que había osado adelantarlos.
De mi infancia guardo, de forma desordenada, numerosos recuerdos de la transición. Los niños formábamos en el patio del colegio, como militares, mientras nos obligaban a escuchar el himno nacional. Si nos portábamos mal, debíamos de ofrecer sumisamente la palma de la mano para que el maestro nos arreara con la regla, o pasábamos la clase, en una esquina, castigados cara la pared.
Luego, ya en casa, disfrutábamos con un buen bocata de chorizo Revilla, viendo a los Payasos de la Tele, mientras nuestras abuelas escuchan el consultorio sentimental de Elena Francis. Lo mejor venía los viernes, cuando, por la noche, después del Telediario, toda la familia al completo veíamos el mítico programa concurso Un, Dos, Tres, y nos íbamos a la cama soñando con llevarnos algún día un apartamento en Benidorm (Alicante).
Recuerdo salir junto a mi abuela al balcón para ver pasar a las caravanas de vehículos, que, desde bien temprano, hacían tronar sus altavoces y sus cláxones. Lanzaban al aire octavillas del PSOE, UCD, Alianza Popular, o del Partido Comunista como si se acabara el mundo, y lo dejaban todo perdido. Al parecer, los mayores tenían que ir a votar para que mejoraran las cosas. Todos, o casi todos, después de la muerte del Generalísimo Franco, Caudillo de España, tenían claro que las "cosas" había que mejorarlas.
¡OTAN no, Bases fuera! gritaban en las manifestaciones gentes con banderas rojas. En las paredes de las calles no cabía un cartel; todo estaba empapelado con fotos de señores muy circunspectos. Mi madre decía que el más guapo era Felipe González y por eso le votaba, pero yo los veía a todos igual de feos. No me fiaba de ellos como no me fiaba del "Hermano Pulpo".
Los atentados de ETA y los GRAPO golpeaban a diestro y siniestro sobres nuestras inocentes conciencias de niños. Los mayores hablaban de ruido de sables, mientras escondían revistas de mujeres desnudas bajo los colchones y por la noche se largaban al bingo, momentos que aprovechábamos nosotros para ver las revistas.
Los de mi generación entrabamos en la adolescencia sin entender absolutamente nada, y para sentirnos parte de algo, nos hacíamos del Barsa o del Madrid, o te definías como de izquierdas o de derechas. Si eras de derechas te ponías un suéter de pico sobre los hombros, y te comprabas una vespa, y si eras de izquierdas te dejabas el pelo largo y te ponías una parka de pana.
Hacia atrás, como ven, todo son recuerdos. Mi madre se consumió en su mecedora masticando sus recuerdos. Al fin y al cabo era lo único que le pertenecía. Los recuerdos son lo único que realmente nos pertenece. Lo único que nunca nadie nos podrá arrebatar.

jueves, 1 de diciembre de 2016

Ya es Navidad en El Corte Inglés


Ring.Ring.Ring...(Hagan como si escucharan el sonido de un teléfono antiguo)

-Oficina de Papá Noel, buenas tardes ¿en qué le podemos atender?  
-Pues mire, tengo un problema...
-Nosotros aquí también tenemos muchos problemas. Imagínese, estamos empaquetando todos los regalos y nos faltan renos...
-Entiendo, pero el caso es que yo quería enviarle un regalito muy especial a mi esposa.
-Mande la carta, señor. No aceptamos peticiones por teléfono.
-¿Y por correo electrónico?
-Tampoco, caballero. Aquí es todo muy tradicional.
-¿Son ustedes de derechas?
-No estoy autorizado para hablar de política.
-¿Y de qué está autorizado a hablar usted?
-Pues ahora que lo dice, de casi nada.
-¿Entonces para qué tienen ahí un teléfono?
-Tiene usted mucha razón...
-¿En qué sentido?
-Pues eso, que es un sinsentido tener un teléfono para nada.
-¿Pero les llama alguien?
-Sí, de vez en cuando sí.
-¿Y para qué les llaman?
-Para vendernos aspiradoras, termomixes, mantas eléctricas, colchones y cosas así.
-¿Y compran algo, o no?
-No. Claro que no. Se lo pedimos a Papá Noel.
-¿Y eso no es tráfico de influencias?
-No estoy autorizado para hablar de política.
-¿Pues sabe qué le digo?
-¡Queeeeé!
-Que mejor llamo a la oficina de Los Reyes Magos.
-Pues lleve cuidado.
-¿Por qué tendría que llevar cuidado, a ver?
-Dicen las malas lenguas que ese teléfono funciona a cobro revertido y está subcontratado.
-¿En serio?
-Como lo oye.
-¿Entonces qué puedo hacer?
-¿No ha pensado en darse una vueltecita por El Corte Inglés?
-Pues sí que lo había pensado.
-¡Acabáramos!